domingo, 1 de agosto de 2010

Los chicos de la calle...

/limpiaaaavidriosssss
“…y tomándolo de la mano, lo levantó”

Agustín tiene 9 años. Todos los días se para en una esquina estratégica que le costó conseguir. Cuando el semáforo se pone en rojo se apura para dejar limpio el parabrisas de algún auto. A veces recibe buen trato, otras tantas no.

Agustín limpia vidrios. La calle es su trabajo, la calle es su hogar. No está solo, lo acompaña un grupo de otros jóvenes que son como su familia. Allí siente que pertenece, que forma parte de algo que es suyo. Pero muy en el fondo espera que pase algo, algo maravilloso, algo extraordinario. En eso piensa mientras la luz verde le da un tiempo de descanso.

En una ocasión cuando Pedro y Juan subían al templo, se encontraron a un paralítico de nacimiento, que pedía limosna a los que pasaban. Cuando él vio a los apóstoles entrar al templo, les pidió una limosna. Entonces Pedro, fijando su mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: “Míranos”. El hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo. Pedro en cambio le dijo: “No tengo plata, ni oro, pero te doy lo que tengo: En el nombre de Jesucristo, levántate y camina”. Y tomándolo de la mano derecha lo levantó”. De inmediato se le fortalecieron los pies y los tobillos. Dando un salto se puso de pie y comenzó a caminar (Hch. 3,1-8)

Quizá pienses que voy a comparar al paralítico con Agustín. Pero no, Agustín no es igual que ese paralítico, porque la pelea todos los días, porque todos los días hace el esfuerzo de no ser arrastrado por una situación de la que muchos usan de justificativo para robar.

Quizá los paralíticos somos nosotros los jóvenes que estamos encerrados en nuestro propio mundo. Hemos comprado una realidad virtual que nos mantiene esclavos frente a la computadora.

Agustín necesita de un Pedro y un Juan que no se limiten a tener compasión de él dándole limosna. Agustín necesita que los miremos fijamente a la cara, que lo reconozcamos como una persona que vale, que le ofrezcamos la mano derecha para salir de esa situación de calle.

Ese es el milagro que espera Agustín, que no se construye con oro y plata, sino con jóvenes comprometidos que quieran transformar la sociedad, que den lo mejor que tiene: “su Juventud”.

Debemos empezar, debemos actuar… sin olvidar que es Cristo quien nos acompaña y respalda nuestra misión.

¿Nos atreveremos a ser Pedro y Juan o una vez más daremos una simple limosna?

Andrés Obregón

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