jueves, 14 de noviembre de 2013

¡Novios! Esten preparados porque no saben la hora...


“Entiendan bien que si el amo de casa supiera a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no lo dejaría asaltar su casa. Lo mismo ustedes, esté preparados; porque a la hora en que menos piensen, vendrá el hijo del hombre”. Mateo 24, 43 – 44


¿Se puede saber cuándo llegará el ladrón? ¿Y quién o qué es el ladrón? En la lectura el ladrón puede interpretarse como la muerte, pero también el ladrón puede ser todo aquello que llega de improvisto, todo aquello que salga de lo normal, que no sea cotidiano. El ladrón puede ser también un problema, una dificultad.
En el noviazgo o en el matrimonio los problemas son como ese ladrón que nos sacan de la paz y tranquilidad. Cuantas veces nos ha pasado que en la pareja está todo bien, y un gesto mal entendido, alguna frase dicha en un tono raro es la causa de una discusión. Nadie sabe cuándo se va pelear con la persona que ama, nos gustaría que nunca hubiese peleas pero eso es imposible. En el noviazgo no se trata de no pelear, se trata de cómo se pelea. No siempre vamos a estar de acuerdo, no siempre vamos a ver las cosas del mismo modo, porque debemos asumir que si bien tenemos cosas en común también tenemos diferencias.
El consejo de Jesús es simple: Estén preparados. Como novios ¿estamos preparados para afrontar dificultades? Como futuros esposos ¿nos estamos preparando para afrontar las dificultades?
Hay personas que piensan que estar de novios es un lento transcurrir, en el que cuando ya pasan varios años como paso inevitable hay que casarse. Nada más equivocado que eso, porque el noviazgo es un camino de discernimiento en el que tenemos que ir evaluando, pensando, reflexionando, sintiendo si esa persona que es mi pareja es la correcta para contraer matrimonio y pasar el resto de mi vida juntos. No basta solamente con estar enamorados, hay que nutrir al amor de más herramientas que sirvan para afrontar esos momentos de dificultad… ¿Están preparados?
Unos novios decían una vez que ellos hablaban de todo. Entonces alguien le preguntó: “¿Hablaron alguna vez qué pasaría si alguno se queda sin trabajo y el otro tiene que mantenerlo?”. Los novios se miraron y se dieron cuenta que nunca se plantearon esa pregunta. “¿Hablaron que pasaría si alguno de los dos es infértil y no puede tener hijos? ¿Hablaron de cómo van a manejar el dinero? ¿Hablaron de si van a pasar las fiestas de fin de año en la casa de alguno de sus padres?…” y así siguió con un montón de planteos que esta pareja de novios nunca había hablado.
La mejor forma de prepararse para enfrentar las dificultades es haber hablado. La pareja que ha dialogado en profundidad puede afrontar mejor los problemas.
¡Novios! ¡Estén preparados! Este es el momento. Si hablan ahora, ¿Cuándo? A veces también hay que saber pedir ayuda. Hay muchas personas que se preparan para ayudar a las parejas. Son ellos la ayuda que Dios nos manda para estar bien, para estar mejor.
Van a tener muchos problemas, muchas dificultades, se los aseguro. Sin embargo aquellos que se preparen serán los más capaces de solucionarlo.
“Pero ahora estamos bien”, es una frase que se escucha a menudo… ahora están bien como el hombre que no sabe que llegará el ladrón. Y a veces esa estamos bien, es tan superficial. Están bien porque no hablan de nada, porque el único tema de discusión es sobre un programa que vimos en la tele. O a lo mejor están bien porque no tocan ese tema tan difícil que vienen pateando hacia adelante. Aunque los problemas no pueden esconderse bajo alfombra. Todo problema que no se habla se agranda.
¡Novios! ¡Estén preparados! Este es el momento. Es bueno saber en qué cosas no están de acuerdo… ¿Van a esperar a estar casado para pelearse, separarse y perjudicar la viva a sus hijos?
¡Novios! ¡Estén preparados porque no saben la hora…
Andrés Obregón

sábado, 14 de septiembre de 2013

Los jóvenes debemos desafiar a los jóvenes

Los jóvenes debemos desafiar a los mismos jóvenes. Nuestro testimonio tiene que ser un desafío para los demás. A través de nuestro testimonio los demás jóvenes deben preguntarse y cuestionarse sobre sus propias vidas. Nuestro testimonio tiene que sembrar la duda en los jóvenes que los lleve a reflexionar: ¿puedo estar mejor? ¿No me estoy conformando con poco? ¿Hay algo mejor que descubrir?
Si como jóvenes cristianos somos iguales a los demás, entonces ¿para qué sirve ser cristiano? Si como cristiano llevo una vida igual o peor a la de aquellos que no creen, entonces ¿para qué soy cristiano?
El descubrimiento de Cristo debe ser un movimiento paulatino en nuestra vida que nos lleve a transformar toda nuestra existencia.  ¿Cristo ha transformado toda tu existencia?
Los jóvenes cristianos debemos desafiar a otros jóvenes en áreas de la vida cotidiana, como por ejemplo el noviazgo. ¿Cómo vivo el noviazgo? ¿En qué se diferencia un noviazgo cristiano de un noviazgo no cristiano? ¿En nada? Si no hay diferencia entre mi noviazgo, que me digo cristiano, de otro noviazgo de jóvenes que no creen, entonces hay algo que está mal. Si no hacemos a Cristo parte de mi noviazgo, entonces no he dejado entrar a Cristo verdaderamente en todos los aspectos de mi vida.
Conozco novios que han dejado entrar a Cristo en su noviazgo y verdaderamente cuando se los mira, cuando se está junto a ellos se siente algo especial, algo distinto. Esto no significa que no tengan problemas, que nos tengan discusiones en la pareja, pero encaran la vida juntos de otra manera.  Estar junto a ellos es un gran desafío, porque su presencia cuestiona. Ellos han decidido no ser una pareja más, sino que desean en lo más profundo de su corazón ser un noviazgo especial. Ellos saben que su noviazgo da para más.
Los novios cristianos se desafían mutuamente, porque quieren crecer los dos juntos. ¿Y vos como desafías a tu pareja para que crezca o permitís que ella haga de tu noviazgo un noviazgo mediocre?
Los jóvenes cristianos debemos desafiar a otros jóvenes en áreas de la vida cotidiana, como por ejemplo la soltería. ¿Cómo vivo el estar solo? ¿Cómo vivo mi soledad? Hay cristianos que viven el estar solos como una carga insoportable, viven la soledad como un desierto. No se dan cuenta que la soledad también tiene que ser fecunda. La soledad es una etapa para descubrirse, para conocerse más. Muchos ven a soledad como algo de lo que hay que escaparse, algo de lo que hay que huir. Cristo también quiere vivir en tu soledad. En la soledad uno tiene el desafío de aprender a ser feliz, porque si soy infeliz estando solo también lo voy a ser estando acompañado, y corro el riesgo de que al ponerme de novio cargue en la otra persona el peso insoportable de que me haga feliz.

Los jóvenes cristianos debemos desafiar a los mismos jóvenes. Nuestro testimonio tiene que ser un desafío para los demás. Y vos ¿Cómo vivís el estar soltero? Y vos ¿Cómo vivís tu noviazgo? Me gustaría saber tu comentario.
Andrés Nicolás Obregón 

domingo, 23 de junio de 2013

Luz Milagros

Luz. Tan débil, tan frágil. Luz, como la de una pequeña vela. Luz en la tempestad de este mundo casi en tinieblas. Luz que lucha por mantenerse a salvo. Luz que palpita, que chispea, que se debilita, que depende de un suspiro. Luz que se apaga…
¿Y nosotros? Quedamos nuevamente a oscuras, quedamos sumidos en un profundo silencio, contemplando la vida que ya no es, la vida que se nos arrebata de las manos, la vida que se nos quita, se nos roba, se nos arranca.
Necesitaba un milagro, un milagro llamado vida. Un milagro que la rescatara de las garras de la muerte, que le diera el aliento que le negaron, que le dieran la oportunidad de mantenerse a salvo.
Por las noches, en el cielo, hay muchas estrellas. Todas brillan, aunque algunas hace muchos miles y millones de años que se han apagado, que han ardido todo lo que pudieron, que han brillado hasta agotarse, pero que a pesar de eso siguen iluminando. Su luz sigue viajando a través del tiempo y del espacio, surcando el infinito.
Ella sigue iluminando, con una luz distinta, con una luz nueva. Porque a pesar de los pocos meses que pasó por este mundo luchó con todas sus fuerzas, ardió con toda su chispa, vivió la vida con tanta intensidad, incluso quizás más que muchos de nosotros.
Su historia nos invita  a aferrarnos a la vida, a luchar con todas nuestras fuerzas, a seguir intentando, a seguir peleando. Su historia nos invita a amar la vida que se nos fue dada, a agradecer cada instante, cada minuto, cada segundo. Su luz marca el camino para aquellos que se dan por vencido, su luz es aliento para los que se creen derrotados.
Su luz nos dice adelante, es hora de cambiar el mundo, es hora de ponernos en marcha, es hora de dejar de quejarnos tanto, es hora que se produzca en nosotros el milagro. El milagro de sacarnos de nuestra indiferencia, el milagro de sacarnos de nuestra mediocridad, el milagro de sacarnos de nuestra tibieza. Es hora que se produzca el milagro, el milagro de la justicia para los pobres, para aquellos que no pueden pagar abogados.

Hoy tu luz se funde con la Luz eterna. Pide a Dios por nosotros, para que se produzca el milagro de hacer una Argentina y un mundo más humano.

Andrés Nicolás Obregón 

sábado, 22 de junio de 2013

"¿Quién dice la gente que soy yo?"











De niño le dijeron que se portara bien porque si no Dios lo iba a castigar. En la Iglesia le dijeron que Dios tenía anotados todos sus pecados para reclamárselo en el día del juicio. En la escuela le dijeron que Dios no existía, que era una idea inventada. Cuando preguntó quién era entonces Jesús, le dijeron que era un loco, que no era el hijo de Dios y que nunca había resucitado. En un documental en la tele, escuchó que el cristianismo fue un invento de un emperador romano hace mucho tiempo. En otras religiones le dijeron que Jesús era solamente un maestro espiritual. Otros les dijeron que fue un simple profeta. Otros le dijeron que Jesús se le había aparecido a los aborígenes de América, antes de la llegada de Colón. También le dijeron que Dios da y quita, que pone pruebas a aquellos que lo siguen, que para que te de algo había que hacer un sacrificio…

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". "Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Y él les ordenó terminantemente que no lo anunciaran a nadie, diciéndoles: "El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día". Después dijo a todos: "El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará". Lc 9, 18-24


¡Cuántas cosas se escuchan sobre Dios! ¡Cuántas más se escuchan sobre Jesús! ¿Se pusieron a pensar alguna vez en todo lo que se dice? Nuestros tiempos no son muy diferentes a los tiempos de Jesús. Él les pregunta a los discípulos: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Hoy también hay muchas voces que intentan confundirnos, que intentan convencernos que estamos equivocados. Parece que nunca vamos a poder librarnos de ellas y tendremos que aprender a convivir con todas esas voces. Pero no importan tanto lo que la gente piense o diga. Lo importante es lo que nosotros creamos, por eso Jesús vuelve a hacer una pregunta pero esta vez más personal: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?".
Claro está que muchos de nosotros, que ya recibimos formación religiosa, diríamos sin dudar como Pedro: “Tu eres el mesías”.  Aunque la pregunta de Jesús encierra mayor profundidad. Nos está preguntando qué imagen de él transmitimos con nuestras acciones cotidianas, con nuestros actos, con nuestras actitudes. 
Cuando vemos un edificio bien construido, enseguida pensamos en el buen arquitecto que lo construyó. Cuando vemos a una persona bien educada, pensamos en los padres que lo criaron. Cuando nos mostramos como cristianos que se viven peleando, viven discutiendo y nunca se ponen de acuerdo: ¿Qué Dios pensará la gente que tenemos? Entonces ¿Qué imagen transmitimos de dios? ¿Cuándo la gente nos mira, que Dios se trasluce a través de nuestras acciones?
¿Cuándo vemos pastores, sacerdotes, maestros espirituales que nunca se acercan a la gente, que nunca están junto al pueblo, que esperan que vayamos hacía ellos, que predican desde sus lugares en donde esta bien acomodados y pasan una buena vida, qué imagen de Dios muestran?
El mensaje de Jesús es fácil: si aceptas lo bueno que tiene seguirlo también tenés que aceptar lo negativo. Nos repite: si aceptas la gloria, no te olvides que hay que pasar por la cruz. Lo que no es fácil es ponerlo en práctica. Nos acostumbramos rápidamente a las cosas buenas de la iglesia, de cierta forma nos sentimos cómodos y protegidos. Y eso está muy bien. Pero eso solo no es ser cristiano, debemos denunciar todo lo que esté mal, aunque nos persigan. Debemos reclamar los derechos de quienes no pueden reclamar. Debemos estar con los que sufren, con los que están solos, con los que no pueden ir a la iglesia, con los que no quieren ir a la iglesia, con los que quedaron fuera de la iglesia. Todo eso es ser cristiano, y si Dios quiere en un momento de nuestra existencia dar la vida por Cristo. Todo eso es ser cristiano. Aunque no nos guste. 
Nos gusta estar cómodos en nuestras iglesias esperando que las ovejas perdidas vuelvan solas. Aunque cualquier pastor sabe, que es muy difícil que una oveja que se perdió vuelva sola, y que si no se la busca inmediatamente se las come el lobo.
Pero antes de vivir todo esto, debemos primero acercarnos a Jesús, porque se podrán decir muchas cosas acerca de Dios o de Jesús, pero es obligatorio que nosotros mismos hagamos nuestro camino de descubrimiento, es necesario que tengamos nuestra propia experiencia. No les pasó algunas veces que alguien le contó acerca de una película, y cuando por fin la pudieron ver no era ni parecida a lo que les habían contado. Nuestra experiencia es importantísima. Quien no tiene experiencia de Dios solo hablará de él en forma teórica. Estamos invitados a encontrarnos cara a cara con Dios. Pero ojo, cuando nos acercamos a Él que es luz, será inevitable que se vean cosas que no queremos ver, será inevitable que tengamos que enfrentarnos primero cara a cara con lo que verdaderamente somos, con nuestras debilidades y miseria, con nuestros dones y cualidades.  
En esta oportunidad Jesús no se define, no dice como en otros casos "Yo soy...", sin embargo aclara cual es su misión, porque es su misión lo que lo define: será su sacrificio, su muerte en Cruz y su resurrección el sello de su identidad más profunda. Y ese debe ser también la marca de nuestra identidad como cristianos. Aquellos que prometen solamente un Dios de la abundancia y la prosperidad que lejos están del verdadero Jesucristo, aquellos que hacer de solamente un show de luces y sonido, que lejos están. 
Esta es la invitación de este domingo acercarnos cada vez más, para conocer a Dios cada vez más: con la mente, y sobre todo con el corazón. Y algún día podamos decir con nuestros testimonio: Dios es amor!

Andrés Nicolás Obregón

domingo, 2 de junio de 2013

¿Cuál es tu hambre? ¿Qué tienes para dar?

Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: "Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto". Él les respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Pero ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente". Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "Háganlos sentar en grupos de alrededor de cincuenta personas". Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas. Lc 9, 11b-17

Hoy vemos a Jesús que levantó los ojos, y al ver al numeroso gentío que acudía a él se da cuenta del hambre del pueblo. A veces creemos que ser cristianos es estar mirando siempre al cielo, o estar leyendo siempre la biblia, o estar rezando siempre. Ser cristianos es ser como Jesús, saber equilibrar todas esas cosas. Debemos como cristianos tener puesto un oído en el evangelio y otro en el pueblo. Solo así podemos interpretar de la mejor forma la palabra de dios, porque podríamos hacer muchas interpretaciones teológicas sobre el significado de esta lectura, pero si esas interpretación no toca nuestra vida cotidiana, de nada sirve. Entonces deberíamos preguntarnos: ¿Qué necesita la gente? ¿Cuál es el hambre urgente que debemos atender?
Creo que unas de las necesidades más urgentes es que las personas desean ser escuchadas. Los jóvenes necesitan ser escuchados, los niños necesitan ser escuchados. Los mayores pocas veces escuchamos. No le ha pasado que cuando alguien le habla, ya está pensando qué decirles, qué contestarle. Creemos que no es tan importante lo que el otro tiene para decir, sino que es más importante lo que nosotros queremos decirle.  A veces no es tan importante el consejo, vale más el oído atento. A veces lo que el otro necesita es descargarse, desahogarse. Frente a esto debemos mostrarnos como personas confiable, capaces de no juzgar, capaces de no prejuzgar. No debemos menospreciar los problemas de los jóvenes, ni minimizarlos. Quizás lo que para nosotros es algo sin importancia, para ellos es asunto de vida o muerte.
Sumado a la necesidad de ser escuchados, está la necesidad de tiempo de calidad. Para poder escuchar se necesita tiempo. Nadie tiene más tiempo que otro. Nadie fabrica tiempo. Se trata de establecer prioridades, se trata de planificar. Con mi esposa los domingos a la tarde nos juntamos a compartir la vida con otros matrimonios y novios. Este tiempo, no nos sobra, pero nadie puede quitarnos este momento, porque ya lo planificamos, ya sabemos que es nuestro, para compartir. Si nuestra prioridad es compartir un tiempo con el otro, ¿Quién podrá quitárnoslo?
También la gente necesita de palabras de afirmación. Palabras que le digan lo mucho que valen, palabras que le expresen lo necesario que son. Vivimos en un mundo que nos roba las palabras. El vocabulario de los jóvenes cada vez es más pobre, pero también cada vez es mayor el empleo de palabras ofensivas. Muchas veces hasta el nombre pierden. Lo más lamentable es que si la juventud está así, es porque los adultos no damos el mejor ejemplo. Son muchas las personas que nunca escuchan un te quiero, que son tratados como basuras, como mugre, como objetos inservibles. La gente necesita que se le afirme que son importante, que son lo bueno hecho por Dios, que son a imagen y semejanza del creador.
Pero también, no podemos hacer como Felipe o Andrés, y mirar para otro lado. Hay mucha gente en Argentina que tiene hambre, que pasa hambre, que tiene una alimentación deficiente. Hay personas con hambre de que les devuelvan la dignidad. La dignidad de un trabajo, y no de un plan. La dignidad de ser reconocidas como personas y no como posibles votantes. La dignidad de un hogar, ganado con un sueldo digno. La dignidad de una educación de calidad. La dignidad de una nación con justicia para todos, no solamente para aquellos que pueden pagar buenos abogados. La dignidad de hospitales que le devuelvan la salud, y no que entren enfermos y se vayan peores o nunca salgan. Es errado el camino cuando se busca entretener a la gente, en vez de darle lo que verdaderamente necesita.
Jesús se compadece de las personas y les da lo que verdaderamente necesitan. En esa ocasión la necesidad es física. Y Jesús no pierde el tiempo haciendo especulaciones. No supone lo que necesitan. No le da palabras cuando en ese momento están hambrientos. Las palabras vendrán después, las enseñanzas las dará en el momento oportuno.
A menudo queremos dar a los demás lo que nosotros pensamos que ellos necesitan.  Y cuando no aceptan lo que les damos, se oyen frases como por ejemplo: “Encima de pobre, delicado”. Debemos darles a las personas lo que las personas necesitan. 
Es seguro que la gente necesita de Dios, seguro que la gente necesita de Jesús. Pero cuando la barriga suena, no se presta atención a otras cosas. Hoy la palabra de Dios quiere llamarnos la atención hacia ese aspecto.
Es un niño el que ofrece lo que tiene, el que trae los panes y el pescado. Con un niño, Dios quiere enseñarnos que no hay nadie, por más pequeño que sea que no tenga nada para dar. Todos podemos hacer algo para mejorar la situación de muchas personas, o aunque sea de una.
Hoy no quiero darte todas las respuestas, quiero dejarte solo estas preguntas: ¿Qué necesita la gente? ¿Cuál es el hambre urgente que debemos atender? Y sobre todo ¿Qué puedo hacer yo para saciar este hambre?

No importa que creas que sea poco lo que tienes para dar, déjalo en manos de Dios que él lo multiplicará. 

sábado, 11 de mayo de 2013

Las despedidas















Un gran vacío ha quedado en la vida Sandino. La pérdida de su abuelo ha sido el hecho más doloroso que ha experimentado en su joven vida. Siente que el dolor lo desgarra por dentro. Tiene los ojos rojos de tanto llorar. Cada momento que pasa se reprocha no haber pasado el tiempo suficiente junto a él.  Se encierra en su cuarto a escuchar las canciones que le gustaban, a ver las fotos viejas. Quisiera verlo atravesar nuevamente su pieza para invitarlo a tomar uno mates...



Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán". Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban. Mc 16, 15-20

Después de cuarenta días, en que el Resucitado fue apareciendo, hoy Jesús se despide de los discípulos, es hora de regresar a la casa del Padre. Ya no puede seguir junto a ellos, su misión se ha cumplido. Podemos imaginar la congoja en el corazón de cada uno de los apóstoles, podemos imaginar la tristeza de tener que despedir a esa persona que más amaron en la vida y que los marcó para siempre. Hoy los discípulos tienen que aprender a decir adiós.
Cada uno de ellos recuerda los momentos vividos, los ratos de felicidad junto a él, la esperanza que le había transmitido con todas las enseñanzas dadas por su maestro. Nadie los había mirado como Él los miró, nadie los había tratado como Él los trató, nadie los había amado como Él la amó. Me los imagino llorando desconsoladamente.
Como duelen las despedidas, como se nos quiebra el corazón, como se nos rompe en mil pedacitos y pesamos que nunca más volverá a recuperarse. ¿Debemos llorar las despedidas? Se me viene a la memoria el pasaje en donde María Magdalena llora al costado del sepulcro de Jesús, de pronto se le aparece el maestro y este no le dice que no llore, el llanto ayuda a que el dolor fluya, ayuda a cicatrizar la herida y a consolarnos. Hacer el duelo por los seres queridos no significa “olvidar a…”, tampoco significa “dejar de amar”, ni negarse a recordar los momentos de felicidad vividos juntos. No podemos negar el dolor, ni esconderlo. Lo único que le pide Jesús es “No me retengas, todavía no he subido al Padre”. María debe darse cuenta que la muerte no es el fin, que después de las lágrimas viene la alegría de la resurrección. María debe darse cuenta que a su alrededor hay también otras personas que la necesitan. Los demás discípulos esperan la noticia, ella tiene que atreverse a levantarse y seguir camino. Quizás este proceso que se resume en una pocas líneas a nosotros nos cueste mucho más tiempo, pero no debemos retener a nuestros seres queridos, es necesario que suban al encuentro del Padre.
Así como María Magdalena, los discípulos en esta ocasión deben darse cuenta que la ascensión de Jesús no es el fin sino el comienzo de una gran aventura. Si ninguno de ellos se anima a abrirse al mundo, si ninguno de ello se anima a salir del dolor en vano fue la vida de Jesús, en vano fue su pasión y muerte. De alguna manera, ahora queda todo en sus manos. Jesús se despide, pero les deja las últimas palabras, palabras que son invitación a salir a no quedarse en el pasado, a proyectarse al futuro. Les dice: “Vayan por todo el mundo”. Deben vencer el dolor y salir al encuentro del otro, hay muchos “Jesús” por descubrir. Deben comprender que Jesús se va, pero siempre que necesiten encontrarlo podrán verlo en el hermano que sufre, en el desnudo, en el hambriento, en el encarcelado, en el marginado.
En Hechos de los Apóstoles se nos narra como ante la partida de Jesús, los discípulos se quedan mirando hacia el cielo. (Hch. 1, 11) Entonces se les aparecen dos hombres vestidos de blanco, que preguntan y casi suena a reproche: “¿Por qué siguen mirando al cielo?”. Tienen que bajar la mirada, tienen que mirar a su alrededor. Hay gente que se pasa la vida mirando al cielo, y se olvida de los demás personas que los rodean. Hay tiempo para todo, no podemos detener nuestra vida ante una perdida, cualquiera sea esta, ya sea de un ser querido que fallece o de alguien que nos deja. Debemos entregar este dolor a Jesús, él es el único capaz de sanarnos, de curarnos, de remplazar en dolor por amor. 
Si hoy estas sufriendo por una despedida, te invito a decir en voz alta el nombre de esa persona, y que sigas estos cuatros pasos: Agradece, perdona, pide perdón y despídete. Decile a ese ser querido que ya no está gracias por todo lo que me diste, gracias por todo lo que vivimos, gracias porque me acompañaste, por todo lo que me enseñaste; dile también perdón, perdóname porque no te dedique el tiempo necesario, porque siempre estuve ocupado en mil cosas y no tuve tiempo para vos., porque muy pocas veces te dije lo mucho que valías para mí, porque muy pocas veces o ninguna te dije todo lo que te quería, lo que te amaba; te perdono por todos tus errores, por la veces que me hiciste sufrir, por las veces que me lastimaste, por las veces que no me dedicaste el tiempo que yo necesitaba, ni me dijiste esas palabras que tanto esperaba escuchar, ya los olvidé te perdono; y te digo adiós, es hora que subas a los brazos del Padre, te lo has ganado, tu vida ha valido la pena, Él te espera para amarte en plenitud, no sabes cuanto te voy a extrañar pero sé que ahora estas en un lugar mejor, adiós, nos vemos!!
Hay gente que es Luz. Luz que al apagarse parece dejarnos sumidos en la más profunda oscuridad. Es entonces que debemos recordar la chispa que esa luz encendió en nosotros. La misión de esas personas que se atrevieron a iluminar no quedará completa hasta que nosotros tomemos la posta, hasta que nosotros a imagen de ellos también nos atrevamos a ser luz. Que lo que quede de nuestra vida sea una forma de decirle a nuestro ser querido: "Así te recuerdo". "Esto fue lo que me enseñaste". Y brillar, para que a través de nuestra luz, otras personas también vean la luz que nuestros seres queridos nos legaron.
“Y allí tampoco existirá la noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni las luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará” Ap. 22, 5

viernes, 10 de mayo de 2013

Mirarnos a los ojos


Se miraron a los ojos como hace tiempo no se miraban.  ¿En qué habían estado ocupados? ¿Cómo fue que estaban tan distraídos para ni siquiera mirarse con detenimiento? Hace unos años no podían pasar unas horas sin desear estar más tiempo juntos, pero ahora parecía que el fuego que sintieron ya no ardía. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y en sus bocas se atragantaron las palabras.
La luz se había cortado. La televisión ya no se interponía entre ellos. El silencio reinaba. Estaban ellos solos. Unas velas improvisadas para ver en la oscuridad. El silencio incomodaba. El momento perfecto, el instante preciso, la oportunidad necesaria para redescubrirse, para volver a encontrarse, para volver a amarse.
¿Cómo habían dejado que lo cotidiano les robara el encanto, la pasión, el deseo de jugarse el uno por el otro? Pero ahí estaban nuevamente, tendiendo puentes, acortando distancia.

En aquel tiempo, entró Jesús en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada». Lucas 10, 38-42

El amor es una decisión. La decisión de poner siempre al amado en primer lugar. María que escucha a los pies del Señor, es la imagen perfecta del enamorado, porque para ella lo más importante es escuchar a su maestro.
Marta recibe a Jesús en su casa, pero no sabe poner prioridades en su vida. Está ocupada en hacer muchas cosas, sin darse cuenta que en ese momento la prioridad es otra.
Sucede con frecuencia que el noviazgo y mucho más en el matrimonio, nos olvidamos cuales son nuestras prioridades. Nos afanamos haciendo un montón de cosas, y descuidamos lo que tendría que ser más importante para nosotros, descuidamos a nuestras parejas. Para María bastaba con tener a Jesús en su casa. Para muchos la otra persona se convierte en un trofeo que costó conseguir, pero una vez ganado lo ponen en una repisa para contemplarlo y dejan a su amor ahí llenándose de polvo.  Nos olvidamos que cada día tiene que ser una nueva conquista, nos olvidamos que cada día debe ser como la primera vez o mucho mejor, nos olvidamos de que el amor no es un trofeo que se gana de una vez y para siempre, sino que es una carrera con muchas postas.
Se trata de dedicarse un tiempo. Un tiempo de pareja. Se trata de tener un tiempo para los dos. Esto no significa mirar juntos una película, o salir a comer sin que haya una comunicación verdadera entre los dos. ¿Han visto a muchas parejas que están comiendo pero cada uno observa su celular, o mira para otro lado y durante la cena no se dirigen la palabra? Eso no es compartir tiempo. Compartir tiempo significa entrar en la intimidad del otro, es abrir el corazón para que el otro pase.
Tampoco se trata de la cantidad de tiempo. Sino de la calidad. María no puede, ni debe permanecer eternamente sentada a los pies del Maestro escuchando. También en algún momento le tocará ayudar en las tareas de la casa. También a nosotros nos tocará trabajar, limpiar la casa, cuidar a nuestros hijos, o estudiar. Tener un tiempo de calidad, no significa dejar de hacer todas esas cosas, sino que se trata de establecer prioridades, se trata de hacernos un tiempo para compartir.
A menudo escucho a parejas, novios y personas decir que no tienen tiempo. Y la verdad, es que a nadie le sobra tiempo, pero mucho menos nos va a sobrar sino planificamos nuestro tiempo. Debemos fijar un tiempo, planificarlo y respetarlo. Cuando uno quiere encuentra los medios, cuando no encuentra escusas. Hay gente que espera el momento perfecto, sin darse cuenta que se trata de tomar el tiempo que tenemos para hacerlo perfecto.
Planificar y respetar el tiempo, significa que voy a fijar mis otros planes, proyecto o tareas en función del tiempo de calidad que quiere dedicarle a mi pareja. No debo dejar que otras actividades me quiten ese tiempo preciado y necesitado. La lectura termina diciendo: “María ha elegido la parte buena, que no le será quitada”.
Cuando optamos por la mejor parte, por pasar tiempo con nuestra pareja, este tiempo de ninguna forma nos será quitado.

Andrés Nicolás Obregón 

sábado, 27 de abril de 2013

El noviazgo necesita un control cada 5 mil kilómetros

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche se oyó un grito: "¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!" Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: "Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan." Pero las prudentes replicaron: "No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: "¡Señor, señor, ábrenos!" Pero él respondió: "En verdad os digo que no os conozco."Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora".  Mateo 25, 1-13



El último feriado largo de semana Santa, aprovechamos con mi esposa para viajar a Córdoba y reencontrarnos con su familia. Desde hace más de un año que tenemos auto y para mí fue descubrir un nuevo mundo. Tuve que aprender a manejar, y en ese aprendizaje cometí algunos errores: ¡dos o tres raspones! Una de las cosas que más me cuesta es dedicarle tiempo al auto, tiempo para limpiarlo y tiempo para controlarlo.  Es así que nos fuimos, conduciendo más de 800 kilómetros. El viaje fue sin sobresaltos, todo tranquilo.
Cada vez que llegamos a Córdoba, mi suegro se encarga de preguntarme si le inflé las ruedas, si lo llevé a controlar, si le medí el aceite. Un día antes de salir, yo había llevado el auto al técnico para que me lo controlara, pero no tenía ningún turno libre.
Ya que estaba mi cuñado y él sabe más que yo de autos, me ayudó a controlarlo. Gran sorpresa nos llevamos cuanto medimos el aceite. Estaba seco. Sí, completamente seco, ni  una gotita de aceite. Yo le dije un poco nervioso: “¡Cómo que no tiene aceite, si no me marcó ninguna lucecita de alerta!”. Después me enteré que si la lucecita se prende es porque ya está en las últimas y en muy probable que ya no haya nada que hacer, ¡es muy probable que se funda el motor!
Lo que aprendí de esa experiencia es que no debo posponer el control cada 5 mil kilómetros y que no debo esperar a que el tablero me marque con una lucecita roja que me falta aceite.
Lo que me pareció extraño es que el auto anduvo bien en todo el viaje, que ni me dí cuenta que algo raro pasaba.
Ahora bien,  ¿No pasa algo semejante en los noviazgos, y mayor aún en los matrimonios?
Tal parece que una vez que conquistamos al amor de nuestra vida, una vez que aprendimos a “manejarnos” viviendo con el otro, nos olvidamos de que hay que controlarle el “aceite” a la relación. Hay parejas que solamente se preocupan por su relación cuando se enciende la “luz roja”, y en muchos casos cuando la señal de alerta se prende ya es un poco tarde.
Creo que si me quede sin aceite, es porque soy cómodo, porque pienso que nunca nada me va a pasar a mí, porque creo que esas cosas le pasan a otros. Pero, cuando nos acostumbramos a las cosas, cuando nos ponemos cómodos, perezosos en nuestras relaciones estas terminan por debilitarse.
He escuchado muchos casos en donde las parejas dicen frases como esta: “No sé qué pasó, si estábamos bien”. Pero ¿Qué es estar bien? ¿Estar bien es vivir en una tranquilidad aparente, en una paz en donde no se discuten los problemas sino que se los esconde? ¿Eso es estar bien?
El aceite que necesita una relación es el dialogo. Un dialogo abierto y sincero, un dialogo en donde no tengamos miedo a exponer todo lo que nos pasa en la relación.
El aceite que necesita una relación es el tiempo de calidad. No se trata de la cantidad, sino de cómo se aprovecha ese tiempo juntos. Y para que quede claro pasar un tiempo de calidad no es mirar abrazados una película, sino que se trata de conectarse íntimamente con el otro en ese tiempo que nos dedicamos.
Así como busqué ayuda con el auto, recurriendo a mi cuñado. Así también debemos buscar ayudas con personas que saben sobre relaciones, sobre matrimonios, sobre noviazgos. ¡Hay tantos dispuestos a brindarnos una mano en nuestra relación!
No esperemos a que las cosas se pongan difíciles, no esperemos a estar en la última para pedir ayuda, para ponerle aceite al auto.
Si no nos preocupamos por nuestra relación, nadie más lo hará. Lo que no hagas por tu relación no lo hará otro.
Andrés Nicolás Obregón

sábado, 6 de abril de 2013

¿Dónde está Tomás?


Cuando se fue de la iglesia nadie lo notó. Pensó que vendrían a buscarlo. Pensó que lo extrañarían y que alguien lo visitaría para preguntarle si estaba bien. Los días pasaron y parecía que nadie lo echaba de menos. Entonces sintió una enorme tristeza. Nunca más volvió. Nunca nadie lo visitó.


“Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomás respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Éstos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. Jn 20, 19-31”


Acabo de escuchar esta lectura, ya la he escuchado tantas veces, pero hoy me quiero detener en una parte. No voy a analizar lo que dice, sino lo que no dice. Tomás no estaba con ellos cuando apareció Jesús. ¿Dónde estaba Tomás? ¿Por qué no estaba en su comunidad? ¿Por qué no estaba reunido junto a los demás apóstoles? La lectura no nos da respuesta, pero podemos imaginar a Tomás vagando desorientado por el camino tal como les ocurre a los discípulos de Emaús.
¡Qué momento crucial habrá sido la muerte de Jesús en la vida de cada uno de los apóstoles! Todo aquello en lo que habían creído, parecía haber desaparecido por completo. Sin líder, sin maestro, sin guía todo parecía más que confuso. Eso sería lo que le pasaba a Tomás por el corazón, era un hombre lleno de confusión.
Muchos se imaginan a los apóstoles rezando lo más tranquilos en comunidad después de la muerte de Jesús. Yo me imagino todo lo contrario, me imagino a un grupo totalmente fragmentado, lleno de culpas, culpándose unos a otros. ¿Cómo seguir si la mayoría había negado a Jesús? Los evangelios solo nos cuentan la negación de Pedro, ¿pero los otros que no estuvieron junto a la cruz no lo negaron también al huir?
Me imagino que para Tomás tampoco había una razón buena para continuar en ese grupo, si eran todos traidores, si ninguno se jugó por su maestro. El único que estuvo al pie de la cruz fue Juan, el más joven de todos, pero los demás no valían nada… y él tampoco, no había sido valiente para defender aquello en lo que creía.
La otra pregunta que me surge es: ¿Ninguno de los apóstoles se preocupó por saber dónde estaba Tomás? ¿Alguno lo buscó? Nadie, porque también estaban llenos de temor. Ninguno se expondría a abandonar la seguridad del lugar en donde estaban por miedo a los judíos, por miedo al afuera.
Este panorama tan devastador, parece tan actual. Es un reflejo de lo que vive nuestra iglesia en este tiempo, es casi una visión profética de las comunidades cristianas del siglo XXI. Hoy al reflexionar esta lectura deberíamos todos preguntarnos ¿Dónde están los que se fueron? ¿Dónde están los demás que estaban en nuestras comunidades y ya no están? Son muchos los que se fueron heridos, lastimados, ignorados, vencidos, agotados, desilusionados. Algunos hasta se han ido llenos de odio. ¿Alguien se tomó el trabajo de irlos a buscar? Creo que este es el tiempo de empezar a salir, de caminar, de abandonar la seguridad del templo y salir a las calles. Quizás alguno no vuelva más, pero si no vuelve que por lo menos no pueda decir que nadie se preocupó por él, que por lo menos no pueda decir que su comunidad lo abandonó.
Tomás vuelve solo. Pero vuelve sediento de pruebas, sediento de señales de que algo en la comunidad cambió, de que algo en la comunidad mejoró. Hoy son muchos los sedientos de signos de un cambio profundo en la iglesia. Hoy son muchos los que esperan ver en la iglesia las marcas del resucitado. Incluso muchos de los que no creen esperan signos, señales, gestos de una iglesia que transparente lo que predica. La mirada del mundo esta puesta en la iglesia, esta es una gran oportunidad para que los cristianos podamos volver a ser luz para los pueblos. 
Jesús no se enoja con Tomás, sino que lo invita a tocarlo, lo invita a poner sus manos en sus heridas. Por eso nosotros no debemos enojarnos con aquellos que nos piden gestos, signos de que un cambio se está dando en nuestras comunidades.
Qué pena sería que la gente que se fue, volviera y viera que todo sigue igual. Qué pena sería si nosotros como iglesia no pudiéramos mostrar al Resucitado que vive en medio nuestro.
Y si vos sos uno de los que se fue, también hay una pregunta para vos ¿Dónde estás Tomás? ¿En qué caminos de las dudas y las incertidumbres te encontrás perdido? ¿En qué laberintos de las heridas que no cierran por la falta de perdón te encontrás? ¿En qué iglesia creías verdaderamente? ¿En una iglesia ideal en donde solo había santos? No, ni siquiera el grupo de los 12 apóstoles que armó el propio Jesús fue perfecto. Es tiempo de que vuelvas a casa, es tiempo de volver al padre. Espero que alguno de nosotros salga a buscarte, pero si no es así espero que veas un signo de que el Espíritu santo está renovando la iglesia. Te esperamos Tomás, la comunidad sin vos no es la misma. 

Andrés Nicolás Obregón

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