domingo, 29 de julio de 2012

¿Qué necesitan?



Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?". Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?". Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña. Jn 6, 1-15



Hoy vemos a Jesús que levantó los ojos, y al ver al numeroso gentío que acudía a él se da cuenta del hambre del pueblo. A veces creemos que ser cristianos es estar mirando siempre al cielo, o estar leyendo siempre la biblia, o estar rezando siempre. Ser cristianos es ser como Jesús, saber equilibrar todas esas cosas. Debemos como cristianos tener puesto un oído en el evangelio y otro en el pueblo. Solo así podemos interpretar de la mejor forma la palabra de dios, porque podríamos hacer muchas interpretaciones teológicas sobre el significado de esta lectura, pero si esas interpretación no toca nuestra vida cotidiana, de nada sirve. Entonces deberíamos preguntarnos: ¿Qué necesita la gente? ¿Cuál es el hambre urgente que debemos atender?
Creo que unas de las necesidades más urgentes es que las personas desean ser escuchadas. Los jóvenes necesitan ser escuchados, los niños necesitan ser escuchados. Los mayores pocas veces escuchamos. No le ha pasado que cuando alguien le habla, ya está pensando qué decirles, qué contestarle. Creemos que no es tan importante lo que el otro tiene para decir, sino que es más importante lo que nosotros queremos decirle.  A veces no es tan importante el consejo, vale más el oído atento. A veces lo que el otro necesita es descargarse, desahogarse. Frente a esto debemos mostrarnos como personas confiable, capaces de no juzgar, capaces de no prejuzgar. No debemos menospreciar los problemas de los jóvenes, ni minimizarlos. Quizás lo que para nosotros es algo sin importancia, para ellos es asunto de vida o muerte.
Sumado a la necesidad de ser escuchados, está la necesidad de tiempo de calidad. Para poder escuchar se necesita tiempo. Nadie tiene más tiempo que otro. Nadie fabrica tiempo. Se trata de establecer prioridades, se trata de planificar. Con mi esposa dedicamos los viernes a compartir con otras personas que están pasando por el embarazo. Este tiempo, no nos sobra, pero nadie puede quitarnos este momento, porque ya lo planificamos, ya sabemos que es nuestro, para compartir. Si nuestra prioridad es compartir un tiempo con el otro, ¿Quién podrá quitárnoslo?
También la gente necesita de palabras de afirmación. Palabras que le digan lo mucho que valen, palabras que le expresen lo necesario que son. Vivimos en un mundo que nos roba las palabras. El vocabulario de los jóvenes cada vez es más pobre, pero también cada vez es mayor el empleo de palabras ofensivas. Muchas veces hasta el nombre pierden. Lo más lamentable es que si la juventud está así, es porque los adultos no damos el mejor ejemplo. Son muchas las personas que nunca escuchan un te quiero, que son tratados como basuras, como mugre, como objetos inservibles. La gente necesita que se le afirme que son importante, que son lo bueno hecho por Dios, que son a imagen y semejanza del creador.
Pero también, no podemos hacer como Felipe o Andrés, y mirar para otro lado. Hay mucha gente en Argentina que tiene hambre, que pasa hambre, que tiene una alimentación deficiente. Hay personas con hambre de que les devuelvan la dignidad. La dignidad de un trabajo, y no de un plan. La dignidad de ser reconocidas como personas y no como posibles votantes. La dignidad de un hogar, ganado con un sueldo digno. La dignidad de una educación de calidad. La dignidad de una nación con justicia para todos, no solamente para aquellos que pueden pagar buenos abogados. La dignidad de hospitales que le devuelvan la salud, y no que entren enfermos y se vayan peores o nunca salgan. Es errado el camino cuando se busca entretener a la gente, en vez de darle lo que verdaderamente necesita.
Jesús se compadece de las personas y les da lo que verdaderamente necesitan. En esa ocasión la necesidad es física. Y Jesús no pierde el tiempo haciendo especulaciones. No supone lo que necesitan. No le da palabras cuando en ese momento están hambrientos. Las palabras vendrán después, las enseñanzas las dará en el momento oportuno.
A menudo queremos dar a los demás lo que nosotros pensamos que ellos necesitan.  Y cuando no aceptan lo que les damos, se oyen frases como por ejemplo: “Encima de pobre, delicado”. Debemos darles a las personas lo que las personas necesitan. 
Es seguro que la gente necesita de Dios, seguro que la gente necesita de Jesús. Pero cuando la barriga suena, no se presta atención a otras cosas. Hoy la palabra de Dios quiere llamarnos la atención hacia ese aspecto.
Es un niño el que ofrece lo que tiene, el que trae los panes y el pescado. Con un niño, Dios quiere enseñarnos que no hay nadie, por más pequeño que sea que no tenga nada para dar. Todos podemos hacer algo para mejorar la situación de muchas personas, o aunque sea de una.
Hoy no quiero darte todas las respuestas, quiero dejarte solo estas preguntas: ¿Qué necesita la gente? ¿Cuál es el hambre urgente que debemos atender? Y sobre todo ¿Qué puedo hacer yo para saciar este hambre?
No importa que creas que sea poco lo que tienes para dar, déjalo en manos de Dios que él lo multiplicará. 

Andrés Nicolás Obregón

domingo, 22 de julio de 2012

Un lugar tranquilo


Se buscó un lugar tranquilo donde nada ni nadie lo molestará, buscó un lugar en donde pasar el resto de la vida sin sobre saltos, en donde no tuviera que preocuparse del mundo y sus problemas. Se lo merecía, había trabajado mucho para vivir en ese lugar de sueños. Allí, no había ni tele ni diario, por eso las noticias no lo alcanzaban, no tenía preocupaciones más que la de que pensar qué comer cada día. Se olvido de los suyos, de su familia y de sus vecinos, no quería saber nada de sus problemas, no quería que sus existencias le perturbaran la calma. Ahí estaba tranquilo, estaba en paz. Ya no tenía miedo a la inseguridad o a que lo asalten, podía dejar la puerta sin llave sin temor a que un  desconocido le hiciera daño. Y ahí se quedó a pasar el resto de su vida.

Al regresar de su misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. Mc 6, 30-34

Podemos dividir la lectura de hoy en dos temas: uno es el descanso, el otro es la misión. Jesús hoy nos invita a un lugar tranquilo a descansar un poco. La invitación es a estar con él, a hacer un alto en nuestra vida y retirarnos al desierto. Cuantos de nosotros necesitamos descansar en la presencia de Cristo. Cuantos de nosotros necesitamos encontrarnos cara a cara con el Señor de la vida, y aunque sea contemplarlo. Cuantos de nosotros  necesita ser sanado, venimos heridos, agobiados, necesitados de Jesús, necesitados de su presencia transformadora, necesitados de su amor.
El mundo nos vacía, nos quita todo lo que somos, nos deja sin nada, para después meternos todos sus productos, todas sus bebidas, todas sus comidas, todas cosas materiales. Con quita nuestra esencia, lo que somos, para vendernos una identidad que nos dicen que es mejor, que nos dicen que es perfecta, pero que no es nuestra. El mundo nos apura, el reloj nos corre. Vivimos apurados, vivimos cansados. Despertamos por la mañana pensando en la siesta. Siempre con sueño, siempre sin tiempo. No tenemos tiempo para nada, ni para nuestros amigos ni para nuestras familias. Nos venden el Facebook, para que nos conformemos por lo menos con un contacto virtual. Nos dan vacaciones para descansar, y nos organizan agendas con infinidades de tareas, nos entretienen, no quieren que pensemos, no quieren que nos encontremos con nosotros mismos. Pero cuántas personas se detienen a preguntar las cuestiones fundamentales de su vida, quienes son, para qué existen, cuál es el propósito de sus vidas, que quiere Dios de ellos. El mundo no quiere que pensemos porque si nos detuviéramos a pensar no compraríamos todas esas cosas que nos venden.
Hoy Jesús nos invita a descansar. Yo necesito descansar en Cristo, todos necesitamos descansar en Cristo. Necesitamos descargar todos los miedos: se ha dado cuenta de cuantos miedos tenemos en la vida, cuantos miedos nos paralizan. La sociedad misma nos mete miedo, para vendernos seguridad.
Hoy estamos invitados a descansar en la presencia de Cristo, a encontrarnos con su amor, a ser tocados por su paz, a ser llenados de su Espíritu.
Pero la lectura no termina ahí, cuando los apóstoles parten con Jesús, la gente lo sigue, la gente necesita de Jesús. El descanso parece imposible. Jesús se compadece de ellos porque estaban como ovejas sin pastor. Jesús nos invita a descansar, pero no nos invita a desentendernos de nuestros hermanos, no nos invita a olvidarnos de nuestros vecinos, de nuestra familia.
Hay mucha gente que participa en grupos de oraciones, allí encuentra paz, encuentra tranquilidad, encuentra sanación interior. Y cuando se sana, cuando se le soluciona de sus problemas, se olvida de los otros hermanos que estaban en el grupo, y vuelven a sus casas, vuelven a sus vidas. No piensan que los otros hermanos necesitan oración, necesitan de alguien que los escuche, no piensan que hay muchos necesitados de un hombro en donde llorar.
Es cierto que no podemos dar paz si no tenemos nosotros paz, no podemos dar tranquilidad si no tenemos tranquilidad, no podemos sanar a los demás si no estamos sanos nosotros primero. Pero muchos cuando consiguen todo esto inmediatamente se olvidan de todos los demás y se encierran a vivir su vida. Es como ese hombre que se fue a ese lugar tranquilo, se lo merecía, pero se había olvidado de todos los demás.
Si nos decimos cristianos, no podemos actuar de la misma forma. No podemos procurar encontrar un lugar tranquilo en donde pasar la vida. El cristiano debe saber equilibrar, balancear esos dos momentos, el momento del descanso y el momento de la misión.
Hay personas que se confunden, piensan que la iglesia tiene que ser ese lugar tranquilo en donde pasar la vida. Y muchos se encierran en la iglesia, pero con un propósito mediocre, con un propósito pobre, que es estar bien ellos solos. Y nos olvidamos de los demás, nos olvidamos de los pobre, nos olvidamos de los enfermos, nos olvidamos del resto. Cuantos están en la iglesia, y nunca invitan a nadie para participar en la misma, somos egoístas de las cosas de Dios, nos apropiamos de ellas. No somos pastores que salen a buscar a las ovejas dispersas. Nos contentamos con las poquitas que están en el corral.
La iglesia ofrece esa tentación, puede ser un lugar tranquilo en donde pasar la vida. Hay muchos jóvenes que entran en los seminarios para pasar una buena vida, para pasarla bien, para no tener problemas. Hay muchos pastores, que también están en la iglesia para pasarla bien. Pero el desafió es el de llenarnos de la presencia de Dios, y una vez que eso pase debemos, tenemos la obligación de no encerrarnos, tenemos la obligación de ocuparnos de los demás, de hacer una opción preferencial por los pobres, de jugarnos y reclamar por las injusticia, y llegado el caso dar la vida por los demás.
Estamos invitados a ser imagen de Cristo. Debemos tomarnos un tiempo para descansar, sin olvidarnos que hay mucho para hacer. La iglesia, el pueblo de Dios, no termina en las cuatros paredes silenciosas del templo. Descansemos, llenémonos del Espíritu de Dios y luego salgamos a la misión.

sábado, 21 de julio de 2012

Dolor, sufrimiento y Parto


Apenas  se enteró que estaba embarazada le surgieron todos los miedos que tenía dormidos. Por su cabeza dieron vueltas muchos pensamientos: el primer miedo fue a perderlo, a un aborto espontaneo. Cuando no se movía el bebe en su vientre los temores la asaltaban, ¿Estará bien? ¿Qué le pasa que no se mueve? Entonces los minutos se hacían eternos hasta que un pequeño movimiento le devolvía el aliento. Luego tuvo miedo a las enfermedades, miedo a lo toxoplasmosis, miedo a que el bebe no saliera sano, miedo a hacer alguna mal fuerza. Mas tarde, tuvo miedo al después, a perder su independencia, a no poder cuidarlos, a no poder darle de mamar. Pero su mayor miedo era el miedo al dolor, al parto, a no poder. Su madre no había podido, por eso ella nació por cesárea. ¿Quién podía confirmarle que con ella no iba a ser distinto, que ella iba a poder?
Más tarde se le sumaron a sus miedos los miedos de los otros. Le dijeron que no iba a poder, que su cuerpo era muy chiquito, le dijeron que mejor la cesárea para no sufrir, le dijeron que no dilataba, le dijeron que era primeriza y no tenía experiencia…

Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo. Jn. 16, 20b-21
El embarazo siempre es una situación que produce muchos temores. A veces pensamos que aquellas mujeres que ya no son primerizas dejan de tener miedos, lo cual es falso, porque cada nuevo embarazo es una situación totalmente distinta a la anterior.
También los padres tenemos miedos, miedos que muchas veces callamos para mostrarnos duros y brindarles nuestra fortaleza a las mujeres en ese momento de tantas fragilidades. Los miedos están presentes y no dejaran de estarlos, porque vivimos un periodo de mucha vulnerabilidad, de mucha susceptibilidad. No podemos dejar de tener miedo. Por eso lo que tenemos que preguntarnos es qué hacemos con esos temores. La mejor herramienta para vencer el temor es conocer, saber más. Ya que muchas veces el miedo es producto del desconocimiento. Por otro lado, se dicen muchas cosas sobre el embarazo, hay muchos mitos, por eso debemos saber a quiénes consultamos, nuestra primer misión es buscar un acompañamiento que nos brinde la confianza necesaria para atravesar más fácilmente este periodo.
¿Y porque Dios nos dio el dolor? ¿Se trata de una maldición? La función del dolor, aunque parezca increíble, es proteger el cuerpo, enviándole señales de alarma, como advertencia y nos invita a actuar. Por eso frente al dolor lo más importante es el movimiento, aunque en muchos caso, en hospitales y clínicas se las acuesta a las mujeres que van a parir y se las inmovilizas, cuando la libertad de movimiento le permite a la mujer asumir instintivamente las posiciones más analgésicas, menos dolorosas. De esta manera, la mujer se protege a sí misma de los daños a su pelvis, su cuello uterino y su periné, mientras que, al mismo tiempo, protege al bebé de posiciones poco convenientes que pueden causar excesiva presión en su cabeza. Actuando de esta forma, la mujer puede reducir los niveles de stress de su bebé, así como también su propio dolor.
Tenemos en nuestra cabeza la imagen de que los dolores de partos son continuos, idea equivocada cuando el parto se va produciendo sin intervenciones de medicamentos. El dolor en el parto está dado por un ritmo que se produce como oleadas en el cuerpo de la mujer: dado por altos y bajos, contracción y expansión, movimientos de aceleración y desaceleración.
El dolor es causante de la producción de diferentes hormonas que la ayudaran a atravesar los diferentes momentos del parto. Cuando se interviene el trabajo de parto con drogas, se altera ese proceso natural que debería de darse, lo cual hace que a la vez se demanden nuevas intervenciones médicas innecesarias.
En muchos casos se privilegia la voz del medico por sobre la voz de la mujer, que es desvalorizada, tratada como una enferma, menospreciada. Pocas veces se escucha lo que siente, lo que le dice su cuerpo, pocas veces se respetan sus deseos. En muchos casos, se ve al parto como una ganancia que produce más dinero cuando se realizan cesarías, que en muchos casos son innecesarias.
También debemos hacer una diferenciación que resulta importante: existe una diferencia entre el dolor y el sufrimiento. El parto es una situación de dolor, pero de un dolor que cumple una función especifica, no es un fin en si mismo, sino un medio para lograr un bien mayor: el de dar a luz. Cuando nos duele una muela por ejemplo, ese dolor no es medio, no tiene un propósito especifico por eso se transforma fácilmente en un sufrimiento. Cuando el dolor del parto se transforma en sufrimiento, es porque hemos perdido el sentido de ese dolor.
Dios nos ha creado de una manera perfecta, el cuerpo de la mujer está capacitado para a travesar ese momento por el que atravesaron infinidades de mujeres desde el comienzo de la historia de la humanidad. Por eso debes confiar en vos, Dios te dio la vida y la fuerza para salir adelante. Dios también te acompaña en este momento por el que te toca a travesar. Él también quiere estar presente en este momento de tu vida, y verás cuando recibas ese niño en tus brazos que ese dolor se transformará en un gran gozo.

domingo, 15 de julio de 2012

La mudanza


Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni provisiones, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y sanaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.  Mc 6, 7-13
Hace poco con mi esposa nos mudamos. Cuando empezamos a armar las cajas para la mudanza nos dimos cuenta de la cantidad de cosas que teníamos que empacar. Tomamos conciencia en ese momento también de todo lo que poseíamos, todos los bienes que teníamos. Ahora debíamos guardarlos en cajas. Pero no entraba todo. Era mucho, había que hacer una limpieza, había que dejar aquellas cosas que ya no utilizábamos. Cosas que habíamos guardado pensando que algún día la utilizaríamos.
Hoy la lectura parece estar hablándole a los misioneros, y por eso no nos damos por aludidos, por eso no le prestamos mucha atención sobre todo a lo que dice de los bienes materiales. Miramos para otro lado para que la lectura pase por nuestros costados. Pero si la palabra de Dios no toca nuestras entrañas y cuestiona nuestra vida, entonces a dejado de ser palabra viva. Por eso quiero llevar esta reflexión a lo cotidiano.
Se ha dado cuenta de todas las cosas que vamos acumulando en nuestras casas pensando que algún día lo utilizaremos, pensando que en el futuro le encontraremos alguna utilidad. Pero esto nunca pasa. Nunca nos ponemos a pensar que alguien, en ese momento, justo en ese momento tener eso que estamos guardando puede serle muy útil, puede serle muy necesario.
A veces le damos a las cosas tanto valor, más valor que a las personas mismas. Sobrevaloramos las cosas y desvalorizamos a las personas. Quizás tengamos un montón de zapatos, pero como cada uno tiene un valor especial porque me lo regaló menganito, o me lo compre para tal fiesta, entonces lo guardamos, atesorando cosas. No nos atrevemos a preguntarnos si esos zapatos no lucirán mejor que los pies de alguien necesitado, en vez de estar guardado en nuestros roperos.
En esta sociedad del consumo algunos guardan ropas, alimentos, calzados, y muchos mueren de frio, de hambre, de enfermedades que pudieran ser evitadas tan solo con un abrigo.
No estoy diciendo que ahora donemos todo lo que tenemos. Estoy diciendo que no acumulemos cosas en nuestras vidas por el solo hecho de acumular cuando hay personas que verdaderamente necesitan eso que estamos acumulando y que seguramente nosotros nunca lo necesitemos.  
También quiero llevarte a la reflexión de cuanto valor le estás dando a lo material. Si pensás que la felicidad depende exclusivamente de lo que tenés, entonces déjame decirte que algo anda mal en tu vida. Que las cosas materiales van y vienen.  Que la felicidad es mucho más que tener cosas.
La lectura de hoy nos está diciendo: vivan el espíritu evangélico de la pobreza. Esto quisiera yo resaltar esta mañana, sobre todo en esta sociedad en donde abunda el egoísmo, la codicia, la envidia de bienes materiales. Se pelean los hombres por estas cosas. Cristo nos dice: déjenlas, preséntense al mundo con espíritu de pobreza.
Porque  nadie es tan libre como el que no está atado al dios dinero, y nadie es tan esclavo como el idólatra al dinero. Por eso, Cristo quiere romper las cadenas de esa idolatría y nos dice: no se preocupen, confíen en la Providencia que dará pan, dará vestido, dará lo necesario. Vayan a predicar el reino de Dios.
Ojo, no basta con no tener cosas. Hay gente pobre que también está atada a la codicia, llena de odio hacia aquellos que más tienen. Se necesita gente que no este preocupada tanto en atesorar, sino en trabajar por los demás, ayudar a los que necesitan.  Miren a su alrededor, cuánta gente preocupada por el precio del dólar, pensando estrategias para conseguir en algún lugar, sin poder dormir porque no les dejan comprar,  ¿Es eso vida?
Estamos llamados a ser pobres de espíritus, solo los pobres de espíritus saben saben que el dinero sí es útil, que no se puede vivir sin  él pero como medio, no como fin; como servidor del hombre, no para que el hombre le sirva a él. No esclavo del dinero sino señor del dinero. Sabe, el que es pobre con espíritu evangélico, mejor que el rico, usar el dinero; sabe el sentido económico de la vida mejor que el que está esclavizado al dios dinero.
Es decir, la riqueza es necesaria para el progreso de los pueblos, no lo vamos a negar; pero un progreso como el nuestro, condicionado a la explotación de tantos que no disfrutarán nunca los progresos de nuestra sociedad... no es pobreza evangélica. ¿De qué sirven hermosas carreteras y aeropuerto, hermosos edificios de grandes pisos si no están más que amasados con sangre de pobres que no los van a disfrutar? El que es verdaderamente libre en su interior, aunque sea el que promueve las carreteras y los edificios, le sabrá dar el verdadero sentido.
Hoy se habla mucho de la distribución de la riqueza, y todos estamos de acuerdo en esto cuando se trata de las riquezas de otros, cuando se trata de riquezas que no sean mias. Pero yo estoy dispuesto a compartir mis riquezas, por más poco que tengamos seguramente hay alguien que tiene menos.
¡Qué sabio es Jesús al decirle a los apóstoles: que vayan a evangelizar con la figura de un peregrino pobre! Y la Iglesia de hoy tiene que convertirse a ese mandato de Cristo. Ya no es tiempo de los grandes atuendos, de los grandes edificios inútiles, de las grandes pompas de nuestra Iglesia. Todo eso, tal vez, en otro tiempo tuvo su función y hay que seguírsela dando en función de la evangelización, servicio, pero, ahora, más que todo, la Iglesia tiene que presentarse pobre entre los pobres y pobre entre los ricos para evangelizar a pobres y ricos...
A veces no nos damos cuenta que acumulando somos causa de tropiezo y tentación para otros que menos tienen. No por eso vamos a empezar a sentirnos culpables, porque toda esta reflexión comenzó con una mudanza, sino que meditemos bien las cosas que estamos guardando, lo que atesoramos para utilizarlo algún día, y quizás ese día nunca llegue.
Pidamos al Espíritu que nos de el carisma de la pobreza espiritual.


Más información en: http://servicioskoinonia.org/romero/homilias/B/790715.htm

lunes, 9 de julio de 2012

No soy profeta


Jesús se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de sanar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.  Mc 6, 1-6ª

Hoy esta reflexión está dedicada para mí. Si escucharon bien, para mí. Quizás piensen que me volví un egocéntrico, pero es para mí. Si alguno se siente identificado con lo que voy a decir, es pura coincidencia.
De esta lectura se desprende una frase que es muy conocida: “Nadie es profeta en su propia tierra”. Y yo siento que a veces me pasa lo mismo. Que todas las semanas me ponga a escribir esta reflexión, que pienso que les voy a decir esperando que les llegue, dando grandes mensajes para provocar algún cambio en sus vidas. Pero me doy cuenta, que el primero que tendría que cambiar soy yo. Que tengo que predicar con mi vida, con mi testimonio. Las palabras son importantes, pero si después de decir que hay que amar al prójimo, sigo siendo el mismo, entonces no sirve de nada todo lo que dije. Por eso me pregunté en todas esas  veces que no he sido profeta. No soy profeta cuando mi esposa me tiene que pedir miles de veces que limpie la casa, y yo me quedo viendo tele. No soy profeta cuando no les tengo paciencia a mis alumnos, cuando me preguntan mil veces las mismas cosas después de que las acabo de decir. No soy profeta cuando ignoro a los niños que piden monedas cuando estaciono en el semáforo. No soy profeta, cuando les digo a mis alumnos de catequesis que hay que confesarse, y yo doy vueltas para recurrir a este sacramento. No soy profeta cuando soy en el colectivo y me hago el dormido para no dar el asiento a los que los necesitan. Vuelvo a repetir, si usted se siente identificado es pura coincidencia. Hoy estoy hablando de mí. No soy profeta cuando llegó tarde al trabajo porque salgo tarde de casa, porque estaba viendo la compu, porque estaba chusmeando el Facebook. No soy profeta, cuando pongo el  pie en el acelerador, porque me dí cuenta que estaba llegando tarde. No soy profeta cuando no quiero colaborar en las tareas de la casa, sacar la basura, bañar al perro, cortar el pasto. No soy profeta cuando tengo que estudiar para los exámenes y encuentro diez mil excusas para no hacerlo.
No soy profeta cuando en vez de alentar a las personas les hecho en cara todo lo malo que hacen. No soy profeta cuando ando triste y cansado renegando de todas las tareas pastorales que hago. No soy profeta cuando me desanimo fácilmente, y no vuelvo a intentar. No soy profeta cuando retiro mil veces las mismas cosas sabiendo que ya no resultan. No soy profeta cuando no busco innovar para llegar con mi apostolado a más jóvenes. No soy profeta cuando escucho la música a todo volumen y no respeto a mis vecinos. No soy profeta cuando miento, por más pequeña que sea la mentira.
No soy profeta cuando no llamo a mis amigos esperando que me llamen ellos. No soy profeta cuando no saludo porque no me saludan. No soy profeta cuando enseño a mis alumnos a que diga por favor y gracias, y yo nunca los digo.
No soy profeta cuando en el trabajo o en la escuela soy siempre lo mínimo. No soy profeta cuando puedo esforzarme más, y me esfuerzo lo justo y necesario. No soy profeta cuando soy tan mediocre y me conformo con poco.
No soy profeta cuando pierdo el ánimo porque siempre cometo los mismos errores. No soy profeta cuando no dejo de cometer los mismos errores, porque siempre los cometo.  No soy profeta cuando pienso que ser santo es hablar así todo triste…
No soy profeta cuando juzgo a otros porque no son profetas, cuando me quejo porque los demás no dan testimonio, cuando pienso que los demás hacen las cosas para aparentar, cuando no me doy cuenta de que parezco mucho a aquellos que critico. No soy profeta cuando no dejo lugar a otros para que ellos también crezcan y quiero acaparar todo yo. Vuelvo a repetir, esta reflexión es para mí, pero si te sentís reflejado te invito a que te preguntes en qué actitudes diarias no sos profeta.
Me doy cuenta que es muy difícil ser profeta en nuestra propia tierra, en nuestra propia vida. Muchas veces espero que los demás cambien, que ellos mejoren. Pero yo soy el primero que debe cambiar. Si me cuesta tanto cambiarme a mi mismo, cómo espero lograr cambiar a los demás.
Pero la lectura de hoy vuelve a hacer hincapié sobre la fe. Contrasta la fe de la semana pasada que tenían Jairo que pedía por su hija, y la de la mujer con hemorragia, con la poca fe de los familiares y conocidos del pueblo de Jesús. También a él le costó ser profeta en su propia tierra, no por él sino por los demás, porque los demás estaban duros de corazón, no podían ver a dios en las pequeñas cosas, no podían ver a dios en lo cotidiano, no podían ver que Dios se manifestaba en sus hermanos.
Ser profeta significa hacer presente a dios en las cosas cotidianas, ahí en el día a día, en el trabajo, en la escuela, en la calle, con mi familia. Debemos tener en cuenta que solos no podemos cambiar, que necesitamos de Dios, por eso debemos tener fe, fe en que él nos puede cambiar, en que él nos puede hacer mejores profetas. Profetas que den testimonio con su vida de Dios.
Te pido que en algún momento del día pidas por mí, para que sea profeta en lo cotidiano. Y si te sentiste identificado con esta reflexión también pide por vos, para que te ayude a cambiar y ser cada día un verdadero profeta.

Andrés Obregón 

domingo, 1 de julio de 2012

No está muerta...


Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se sane y viva". Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré sanada". Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba sanada de su mal. Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?". Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?". Pero El seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad". Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?". Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas". Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme". Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!". En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña. Mc 5, 21-43
Quiero en este día que te imagines acercándote a Jesús. No es fácil, hay mucha gente a su alrededor. Todos quieren llegar a él, pero no dejan que otros lleguen. Y ahí estás vos, deseando que tu vida cambie, que tus cosas mejoren. Y ahí estás vos, en el medio de la gente deseando la curación que tanto necesitas.
Tal vez hoy estés deprimido y deseas que el señor te cure de esa depresión. Tal vez te sientas triste, no sabés por qué pero la tristeza te acompaña desde hace tiempo. A lo mejor guardas un rencor de años, un rencor que no te deja vivir feliz, no puedes perdonar ese daño que te hicieron pero la falta de perdón te lastima aún más. Y te acercas lentamente, temerosa, quizás con un poco de vergüenza, con un poco de timidez, pero porque temer si lo que estas haciendo esta bien, porque tenemos vergüenzas para hacer las cosas buenas, y no tenemos miedo para hacer cosas que están mal.
Esta mañana te invito a tener fe, te invito a creer, pues de eso se trata la lectura de hoy. Trata sobre la fe que tuvo Jairo, que se acercó para pedir por su hija enferma. Se trata de la fe de esa mujer, que desea tocar a Jesús. La niña y la mujer se parecen en mucho, hasta coincide la edad de la pequeña con el tiempo que estuvo enferma la mujer de hemorragia.
Ante la fe, son muchos los que se ríen, son muchos los descreídos. Jesús les anuncia que la niña no está muerta sino que duerme. Nadie le cree, es el contraste de la fe con la incredulidad de las personas.
Pero ellos están ahí, esperando el milagro. Esperando que Dios obre en sus vidas. Simplemente debes creer.  Y Jesús está ahí, siempre estuvo ahí, nunca se apartó de tu lado, fuimos nosotros los que nos alejamos de él.
Pidamos a Dios que nos sane, que nos cure de nuestros egoísmos, de nuestras pasiones. Pidamos a Dios que sane nuestros miedos, escuchemos su vos diciéndonos “No temas, basta que creas”.
Te invito a que hoy hables con Jesús, que le digas todo lo que sientes, y si no te salen las palabras que repitas conmigo, y si se te hace un nudo en la garganta, levanta las manos y cierra los ojos:
Señor, necesito tanto, tanto de vos. Necesito al fin tocarte, aunque sea en el borde de tu manto. En vos está el poder de curar por fin mi llanto.  Sueño con que regrese la alegría en mi vida, sueño conque las cosas mejoren, quiero estar bien. Jesús necesito muchas cosas pero hoy te pido solo una, Jesús necesito de tu amor.
Necesito estar más cerca, tengo que jugármelo todo, porque vos sos  el señor. Vos sos el único que me puede curar. He buscado muchas soluciones, he buscado por todos lados, ya estoy cansado de buscar. Necesito de tu amor, quiero llegar, aunque me lo impidan, aunque me pongan trabas, aunque me digan que no cumplo con algún requisito, aunque me juzguen por mi pecado. Aunque digan lo que digan, solo vos podes ver el deseo que tengo de estar cerca de tuyo.
Jesús pensé que estaba muerto, que ya no había oportunidad para mí. Ya vez estoy en el fondo, estoy encadenado a mis adicciones, a mis preocupaciones, a mis miserias. Pensé que estaba muerto, que mis cosas no podían cambiar. Pero escucho tus palabras que me dicen: “No está muerta, está durmiendo”.
No estoy muerto Jesús, tu me das vida. Tú me despiertas, y me haces dar cuenta de la basura en que convertí mi vida. Tú me despiertas, y me haces dar cuenta que busqué llenarme de alimentos que no sacian mi sed, cuando simplemente necesitaba de vos, necesitaba de tu presencia, necesitaba de tu amor. Tengo que acercarme más aunque sea tocar tu manto.
Aunque las esperanzas sean pocas, aunque parezca imposible. Ya estoy decidido, emprenderé un camino hacía vos. Lo he perdido todo, qué más puedo perder, tengo que intentarlo todo, sé que en vos está el poder. Y cuando llegue cerca de ti, quiero arrojarme a tus pies, y pedirte, suplicarte que me cures, que me sanes, que me devuelvas a la vida pues siento que estoy muerto.
Creo en vos señor, sé que puedes obrar el milagro que necesito. Creo en vos, tengo fe. Creo en vos señor, aumenta mi fe. Creo en vos señor, necesito de tu amor.
Sé que si no puedo alcanzarte, vendrás a mi casa como fuiste a la casa de Jairo. Sé que me verás postrado en la cama, y no necesitaré tocarte porque vendrá tu mano a posarse en mi cabeza. Y me pedirás que crea que no estoy muerto, que simplemente duermo.
Y yo me levantaré a la orden de tu voz, y me podré a caminar, con la esperanza de volver a ver el nuevo día. Y ya nunca me alejaré, pues me prenderé de tu manto.
Y si hoy estás bien, si hoy sientes que Dios llena tu vida, es hora que te pongas en camino, es hora que hagas como hace Jairo, se acerca a Jesús para ocuparse de los más pequeños, de aquellos que están enfermos. Que todos seamos como Jairo, hay tantos necesitados de Cristo, tantos jóvenes. ¿Seremos capaces de superar nuestros egoísmos y acercarnos a cristo para pedir por otros?
Hoy en este día y siempre, no dejes de pedir a Dios, necesito tu amor!!!

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