Deseaba con toda el alma que su padre lo mirara, lo saludara, o le dijera algo. Pero siempre cuando llegaba del trabajo ni lo registraba, ni notaba su presencia, no le dirigía la palabra. Su padre al llegar simplemente encendía el televisor y desaparecía nuevamente. Su cuerpo estaba ahí, pero su mente estaba bien lejos de su hijo.
Deseaba alguna vez escuchar que
lo amaba, que lo quería, que lo apreciaba. O tan solo con un abrazo, sentirse
amado.
Juan Bautista predicaba, diciendo: Detrás de mí vendrá el que es más
poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar
la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los
bautizará con el Espíritu Santo”. En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret
de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que
los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una
paloma; y una voz desde el cielo dijo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti
tengo puesta toda mi predilección”. Mc 1, 7-11
Dios no es un dios lejano, ni
frío. Dios es un dios que muestra su ternura, que ama, porque simplemente es
amor. Dios es Padre, un padre que ve a su pueblo, que escucha los gritos de
dolor y que baja a salvarnos. Dios no es un padre ausente, ni un padre virtual.
Dios es un padre siempre presente, desde el principio hasta el fin. Dios es un
padre que acompaña, aún en la soledad del desierto.
Pero cuánto nos cuesta comprender
que Dios nos ama. Cuánto nos cuesta entender que él está a nuestro lado. Nos
cuesta abrir nuestro corazón al amor de Dios. Estamos heridos, heridos por relaciones
paternas frías y distantes. Heridos por la falta de amor de nuestros padres, o
nuestros seres queridos. Heridos por amores no correspondidos, heridos por el
temor a amar y no ser amados. Heridos y paralizados. Es entonces que el
Espíritu desciende sobre nuestra vida herida, sobre nuestros dolores y penas.
Es entonces que el Espíritu baja como un río de agua viva, invitándonos a
navegar en un mar de emociones. Es entonces que el Espíritu abre nuestros corazones
de par en par, ventilando los pasillos de la memoria, quitando el polvo, empujándonos
a la misión de amar a nuestros hermanos.
Jesús comienza su misión de la
mejor manera. Jesús comienza su misión con el aliento del Padre, con las
palabras del padre. Jesús se relaciona con Dios a través del amor. Dios se
relaciona con Jesús a través del amor. La imagen del bautismo de Jesús, muestra
a la trinidad en su esplendor. En este pasaje tan corto, encontramos al Padre,
al Hijo y al Espíritu Santo.
“Este es mi hijo muy querido” le
susurra Dios a Jesús. Pero no se lo dice solo a él. Se lo dice a cada uno de
nosotros. Cada vez que caemos, nos dice: “Ánimo, ere mi hijo muy querido”. Cada
vez que tenemos miedo, nos dice: “No temas, eres mi hijo muy querido. Cada vez
que nos sentimos poco amados, nos repite: “Eres mi hijo muy amado”.
Ese es el modelo de Padre que
tenemos que ser, ese es el modelo de hijo que tenemos que ser, ese es el modelo
de sacerdote, pastor, maestros, gobernantes, jueces, policías.
Dios no ahorra su amor. No
ahorremos nosotros nuestro amor, no dejemos de decirnos cuanto nos queremos,
cuanto nos amamos, no dejemos de mirarnos a los ojos, no dejemos que la
tecnología se interponga en nuestras realizaciones. No esperes que tu padre te
diga te quiero, ve y díselo tú.
Dios no ahorra su amor, no
ahorremos nosotros nuestro amor.
Andrés Nicolás Obregón