/dooondeestaaaasssss
“…¿Dónde está Dios?”
“La Palabra del Señor era rara en aquellos días”
A veces los jóvenes sentimos que Dios ya no habla, que no tiene nada que decirnos, que se ha quedado callado. Otras veces sentimos que todo lo que se nos dice de Dios es anticuado, lleno de normas imposibles de cumplir, que no tienen nada que ver con nuestro tiempo.
Muchos quieren hablarnos de Dios pero ni siquiera nos entienden, ni siquiera saben lo que nos pasa, lo que sentimos, no saben de nuestros problemas. Hay algunos que son expertos en problemas juveniles, y se llenan la boca hablando de ellos, pero nunca se atreven a meterse en la profundidad de nuestros problemas. Son muchos los que ven que estamos en el “barro” pero sólo se limitan a gritarnos desde afuera para que salgamos… ¿Alguno se atreverá a meterse en el barro, se atreverá a mancharse para sacarnos del pozo?
La Biblia nos cuenta que hubo un joven de nombre Samuel, que vivió en una época que al igual que la nuestra parecía que “la palabra de Dios era rara en aquellos días” (1 Sam 3, 1). Pero, aunque Samuel no se daba cuenta, Dios le estaba hablando. El joven no entendía, porque “aún no conocía al Señor”. Recién al cuarto llamado, Samuel ya estaba preparado para responder al Señor.
Este testimonio debe servirnos de ejemplo para darnos cuenta que, aunque parece que Dios ya no habla, Él sigue llamando. Quizá, lo que muchas veces pasa es que verdaderamente no conocemos a Dios, otras veces andamos tan apurados y llenos de ruidos que no podemos escucharlo.
Dios necesitaba a Samuel para poder hablarle al pueblo. Hoy también Dios nos necesita a nosotros. Necesita de jóvenes que sepan hablar el lenguaje de los jóvenes, necesita de jóvenes que sepan de los problemas de sus hermanos para que puedan llevarle una palabra de aliento, necesita de jóvenes que estén en el barro y que ayuden a salir a otros del barro. Dios necesita de jóvenes que sean pastores de los jóvenes… pero primero debemos aprender a escuchar qué quiere Dios de nosotros. Lo primero y principal es acallar nuestros pensamientos, aprender a hacer silencio y tratar de escuchar sus palabras. Si esto falla, busquemos a alguien que pueda ayudarnos, como Samuel que siempre consultó a Elí.
Que nuestra oración de cada día sea: “Habla Señor que tu servidor escucha” (1 Sam 3, 9)
Andrés Obregón
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