domingo, 22 de julio de 2012

Un lugar tranquilo


Se buscó un lugar tranquilo donde nada ni nadie lo molestará, buscó un lugar en donde pasar el resto de la vida sin sobre saltos, en donde no tuviera que preocuparse del mundo y sus problemas. Se lo merecía, había trabajado mucho para vivir en ese lugar de sueños. Allí, no había ni tele ni diario, por eso las noticias no lo alcanzaban, no tenía preocupaciones más que la de que pensar qué comer cada día. Se olvido de los suyos, de su familia y de sus vecinos, no quería saber nada de sus problemas, no quería que sus existencias le perturbaran la calma. Ahí estaba tranquilo, estaba en paz. Ya no tenía miedo a la inseguridad o a que lo asalten, podía dejar la puerta sin llave sin temor a que un  desconocido le hiciera daño. Y ahí se quedó a pasar el resto de su vida.

Al regresar de su misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. Mc 6, 30-34

Podemos dividir la lectura de hoy en dos temas: uno es el descanso, el otro es la misión. Jesús hoy nos invita a un lugar tranquilo a descansar un poco. La invitación es a estar con él, a hacer un alto en nuestra vida y retirarnos al desierto. Cuantos de nosotros necesitamos descansar en la presencia de Cristo. Cuantos de nosotros necesitamos encontrarnos cara a cara con el Señor de la vida, y aunque sea contemplarlo. Cuantos de nosotros  necesita ser sanado, venimos heridos, agobiados, necesitados de Jesús, necesitados de su presencia transformadora, necesitados de su amor.
El mundo nos vacía, nos quita todo lo que somos, nos deja sin nada, para después meternos todos sus productos, todas sus bebidas, todas sus comidas, todas cosas materiales. Con quita nuestra esencia, lo que somos, para vendernos una identidad que nos dicen que es mejor, que nos dicen que es perfecta, pero que no es nuestra. El mundo nos apura, el reloj nos corre. Vivimos apurados, vivimos cansados. Despertamos por la mañana pensando en la siesta. Siempre con sueño, siempre sin tiempo. No tenemos tiempo para nada, ni para nuestros amigos ni para nuestras familias. Nos venden el Facebook, para que nos conformemos por lo menos con un contacto virtual. Nos dan vacaciones para descansar, y nos organizan agendas con infinidades de tareas, nos entretienen, no quieren que pensemos, no quieren que nos encontremos con nosotros mismos. Pero cuántas personas se detienen a preguntar las cuestiones fundamentales de su vida, quienes son, para qué existen, cuál es el propósito de sus vidas, que quiere Dios de ellos. El mundo no quiere que pensemos porque si nos detuviéramos a pensar no compraríamos todas esas cosas que nos venden.
Hoy Jesús nos invita a descansar. Yo necesito descansar en Cristo, todos necesitamos descansar en Cristo. Necesitamos descargar todos los miedos: se ha dado cuenta de cuantos miedos tenemos en la vida, cuantos miedos nos paralizan. La sociedad misma nos mete miedo, para vendernos seguridad.
Hoy estamos invitados a descansar en la presencia de Cristo, a encontrarnos con su amor, a ser tocados por su paz, a ser llenados de su Espíritu.
Pero la lectura no termina ahí, cuando los apóstoles parten con Jesús, la gente lo sigue, la gente necesita de Jesús. El descanso parece imposible. Jesús se compadece de ellos porque estaban como ovejas sin pastor. Jesús nos invita a descansar, pero no nos invita a desentendernos de nuestros hermanos, no nos invita a olvidarnos de nuestros vecinos, de nuestra familia.
Hay mucha gente que participa en grupos de oraciones, allí encuentra paz, encuentra tranquilidad, encuentra sanación interior. Y cuando se sana, cuando se le soluciona de sus problemas, se olvida de los otros hermanos que estaban en el grupo, y vuelven a sus casas, vuelven a sus vidas. No piensan que los otros hermanos necesitan oración, necesitan de alguien que los escuche, no piensan que hay muchos necesitados de un hombro en donde llorar.
Es cierto que no podemos dar paz si no tenemos nosotros paz, no podemos dar tranquilidad si no tenemos tranquilidad, no podemos sanar a los demás si no estamos sanos nosotros primero. Pero muchos cuando consiguen todo esto inmediatamente se olvidan de todos los demás y se encierran a vivir su vida. Es como ese hombre que se fue a ese lugar tranquilo, se lo merecía, pero se había olvidado de todos los demás.
Si nos decimos cristianos, no podemos actuar de la misma forma. No podemos procurar encontrar un lugar tranquilo en donde pasar la vida. El cristiano debe saber equilibrar, balancear esos dos momentos, el momento del descanso y el momento de la misión.
Hay personas que se confunden, piensan que la iglesia tiene que ser ese lugar tranquilo en donde pasar la vida. Y muchos se encierran en la iglesia, pero con un propósito mediocre, con un propósito pobre, que es estar bien ellos solos. Y nos olvidamos de los demás, nos olvidamos de los pobre, nos olvidamos de los enfermos, nos olvidamos del resto. Cuantos están en la iglesia, y nunca invitan a nadie para participar en la misma, somos egoístas de las cosas de Dios, nos apropiamos de ellas. No somos pastores que salen a buscar a las ovejas dispersas. Nos contentamos con las poquitas que están en el corral.
La iglesia ofrece esa tentación, puede ser un lugar tranquilo en donde pasar la vida. Hay muchos jóvenes que entran en los seminarios para pasar una buena vida, para pasarla bien, para no tener problemas. Hay muchos pastores, que también están en la iglesia para pasarla bien. Pero el desafió es el de llenarnos de la presencia de Dios, y una vez que eso pase debemos, tenemos la obligación de no encerrarnos, tenemos la obligación de ocuparnos de los demás, de hacer una opción preferencial por los pobres, de jugarnos y reclamar por las injusticia, y llegado el caso dar la vida por los demás.
Estamos invitados a ser imagen de Cristo. Debemos tomarnos un tiempo para descansar, sin olvidarnos que hay mucho para hacer. La iglesia, el pueblo de Dios, no termina en las cuatros paredes silenciosas del templo. Descansemos, llenémonos del Espíritu de Dios y luego salgamos a la misión.

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