Hombres y mujeres vestidos de manera elegante pasean con apuro sobre la vereda llevando carteras y bolsos a la moda.
En una escalera está sentado Nicolás, sus manos cubren su cara marcada de ojeras de tanto desvelarse. La tristeza lo ha convertido en una persona callada, con la mirada perdida en el horizonte. Siente que sus errores lo persiguen y que finalmente lo van a alcanzar.
Por dentro en su interior las acusaciones interrumpen sus pensamientos todo el tiempo, por fuera muchos dedos lo acusan incluyendo su familia, amigos y conocidos.
“Le trajeron a Jesús una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: ‘Maestro esta mujer ha sido sorprendida cometiendo adulterio. Moisés, en la Ley, mandó que tales mujeres deben morir apedreadas. ¿y tú qué dices?’
Jesús se agachó y se puso a escribir en la tierra. Como insistían se enderezó y les dijo: el que no tenga pecado que arroje la primera piedra.
Después se agachó de nuevo y siguió escribiendo. Al oír esto todo se retiraron uno tras otro comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: ‘Mujer ¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?’. Ella respondió: ‘Nadie, Señor’. ‘Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete y no peques más.” Juan 8, 1-11
Jesús se agachó y se puso a escribir en la tierra. Como insistían se enderezó y les dijo: el que no tenga pecado que arroje la primera piedra.
Después se agachó de nuevo y siguió escribiendo. Al oír esto todo se retiraron uno tras otro comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: ‘Mujer ¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?’. Ella respondió: ‘Nadie, Señor’. ‘Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete y no peques más.” Juan 8, 1-11
¡Qué grande es el peso de la culpa! ¡Cuánto tirados en el suelo acusados por la culpa! ¡Y cuántas manos que sólo señalan!
Y ante todos ellos, Jesús levanta la cabeza y sólo hace una pregunta. No culpa, no recrimina ni reprocha; solo se limita a ofrecerle el perdón. Le brinda la salvación. Para ella hay una nueva oportunidad.
Jesús tampoco te acusa. Permítete que el amor entre en tu vida, permítete que el amor cure todas tus heridas, pide a Jesús que te sane con su amor. Si Dios no te acusa, nadie más tiene el derecho.
No te deprimás más, aún podés salir. Mirá adelante, empieza a sanar. No busqués culpables, buscá una solución: Él es la solución.
El Señor no favorece al pecado ni a los pecadores. Le dice claramente a la mujer: Vete y desde ahora no peques más. El Señor condena al pecado, pero no al pecador que se arrepiente. La respuesta de Jesús mira en la conciencia de cada uno, sobre todo la de aquellos que se encargan de acusar.
Recuerda: En la cruz Él borró nuestro pecado. Repite conmigo: Jesús ya borró todos mis pecados.
¿Y si todas las manos que sólo señalan, acariciaran? Si nosotros en vez de juzgar, salimos a gritarle al mundo que el Amor ya nos perdonó.
Todavía tenés una oportunidad, si estás leyendo esto, cree que es Dios el que se está acercando a vos. Dios quiere que leas este mensaje y compredás que Él no te acusa, no te pide cuentas. Él mira tu corazón arrepentido y te está buscando con los brazos abierto para recibirte y hacer una fiesta!
Levántate, por dentro nuevo podés ser. Levántate, ya fuiste salvado. Toma nuestras manos, levántate vuelve a empezar!!!
Leandro Yñiguez
Andrés Obregón
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