Su vida no tenía ya sentido.
Con apenas 15 años de edad, Alfredo ya había probado de todo. Probó todas las bebidas alcohólicas que
podamos imaginar, las mezcló haciendo todas las variaciones posibles. Siguió
por las drogas: mariguana, cocaína, pastillas que le robaba a su abuelo, paco y
en los momentos de desesperación inhaló pegamento. A los 12 tuvo su debut
sexual, y de ahí no paró. Todas las chicas que pasaban por su vida, terminaban
en su cama o en algún lugar oscuro. Probó la velocidad y el vértigo. Probó el
dolor y el sufrimiento. Por eso su vida ya no tenía sentido. No había nada que
calmara la ansiedad que llevaba dentro, no había nada que llegara sus vacíos
existenciales.
Juan Bautista vio acercarse a Jesús y dijo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel”. Y Juan dio este testimonio: “He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo’. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios”. Jn 1, 29-34
Si te sentís identificado con
Alfredo, y si ya probaste con todo lo que ofrece el mundo, te digo y te
suplico: Detente. Mientras vos buscaba, Dios te estaba buscando. Dios es el
padre y madre que espera con los brazos abiertos, y también sale al encuentro con los brazos abiertos.
Déjate a amar por el amor. Nuestra vida vale. Tu vida vale mucho más que el oro
y la plata, por eso no la malgaste, por eso no la derroches. Vale porque somos
Hijos de un Padre que nos ama. Vale, porque Cristo da su vida para devolvernos
la vida. Por eso la vida tiene sentido. Porque Aquel que era Dios, se hizo
hombre para vivir lo que nosotros vivimos, para sentir lo que nosotros
sentimos, para experimentar la soledad, el silencio, el dolor, las perdidas y
la muerte, pero por sobre todo fue capaz de ponerse en nuestra piel. Se hizo
uno más, para que nos diéramos cuenta que para Dios no somos uno más. Pagó el
precio de nuestra salvación, para regalarnos la salvación. Ya hemos sido
salvados por el Cordero de Dios. Ya fuiste salvado. Solo falta que salgas al
encuentro, para ver lo que otros no han visto, pero también para ver lo que
muchos ya han visto.
Juan Bautista tiene una
experiencia extraordinaria con Jesús. Puede ver lo que otros ojos no habían
visto antes. Había esperado ese momento toda su vida. Su razón de ser se
sintetizaba en ese encuentro. Porque él tenía una misión: preparar el camino al
mesías. Y ahí estaban los dos.
Encontrarnos con Cristo es fundamental
en nuestra vida de cristianos. Marca un antes y un después en nuestra vida.
Aunque ese encuentro no debe ser único, sino que debe darse muchas veces en
nuestra existencia. Siempre hay algo nuevo por descubrir. Cuántas veces hemos
quedados maravillados y asombrados frente a la presencia de Dios. Presencia que
nos deslumbra, como le pasó a Juan el Bautista. Y al encontrar a Dios, lo
alabamos, lo llenamos de gloria, lloramos, reímos como tontos embelesados, nos emocionamos como locos enamorados, y
solamente nos salen palabras de agradecimientos. Sentimientos verdaderos, pero
sentimientos al fin. Decimos amar a Cristo, pero amar es mucho más que un
sentimiento.
Juan lo sabe muy bien. Sabe que
el haber descubierto a Cristo lo compromete en una tarea más profunda que
traspasa el puro sentimentalismo. Lo ha visto y tiene que dar testimonio de él.
Por eso nosotros debemos atrevernos a salir de nuestros grupos o comunidades en
donde encontramos a Cristo, en donde lloramos y nos emocionamos, para pasar del
sentimentalismo al amor verdadero. Por eso debemos traspasar las paredes de
nuestros templos, donde estamos seguros, tranquilos, en paz, para anunciar al
mundo que encontramos al mesías prometido. Para anunciar que encontramos a
Aquel que puede llenar todo vacío. Si hemos visto, si nos hemos encontrado con
Cristo debemos dar testimonio de él. El mundo espera que los cristianos demos
testimonio de Cristo en nuestras vidas.
Si ya te encontraste con Cristo,
te tienes que lanzar a la tarea de dar testimonio, hay muchos Alfredos, hay
muchos jóvenes que han perdido el sentido de la vida. Ellos te esperan.
Necesitamos de jóvenes que se atrevan a señalar al Cordero de Dios, no solo en lo privado, sino y sobre todo en lo publico. No temas el Espíritu de Dios está sobre vos.
Andrés Nicolás Obregón
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