Esta es la historia del hijo, que teniéndolo todo en la casa del padre, un día le pide la herencia y se aleja de su casa. Esta es la historia de aquel que teniéndolo todo se alejó. Es la historia del hijo que malgastó todos los bienes y cayó de apoco en un gran pozo. Es la historia de aquel que terminó tan bajo que estando hambriento decidió comer la comida de los cerdos. La historia de aquel que prefirió comer basura, vivir entre la basura, hacer de su vida una basura. Esta es mi historia, la historia de mi fracaso. Y también es la historia de mi regreso a la casa del Padre.
En mis años de juventud pensaba y me decía a mi mismo: “Yo soy libre y hago lo que quiero”. Como el hijo prodigo ansiaba la libertad lejos del “control” de mi padre, deseaba hacer lo que se me diera la gana. Por eso me alejé de la casa del padre. Muchas veces pensamos que ser libre es no tener límites, muchas veces queremos ser libres pero sentimos que la Ley nos frena. Una ley que siempre me está marcando lo que no puedo, lo que no debo. Pero si prestamos atención, todas las cosas en el mundo, en la naturaleza, en el universo están regidas por leyes. Leyes que no vemos pero que hacen posible que las cosas funcionen. Como la ley de la gravedad, ¿Dónde está escrita esta ley? ¿Por qué nos caemos para abajo y no para arriba? Sin esta ley, y sin otras el mundo sería un caos.
Esta ley natural está grabada en la naturaleza, esta ley natural es la ley que está grabada en nuestro corazón, desde el momento en que hemos sido creados (todo ser la lleva grabada en su naturaleza). Llegado el momento, Dios también quiso comunicarle al mundo, al hombre su ley. Por eso en el monte Sinaí, llamó a Moisés para entregarle sus 10 mandamientos. A veces pensamos que este es un invento de la religión, pero vemos que incluso en las culturas que no conocen a Dios existen leyes muy parecidas a los 10 mandamientos. Dice la palabra de Dios: “Cuando los paganos, que no tienen ley, guiados por la naturaleza, cumplen las prescripciones de la ley, aunque no tengan ley, ellos son ley para sí mismos, y demuestran que lo que ordena la ley está inscrito en sus corazones” Romanos 2, 14 -15
Sintiéndome libre, sin leyes que cumplir me lancé al mundo. Pero como las leyes están grabadas en mi corazón, ¿Cómo alejarme de ellas? Quería ser libre, por eso hice mi propio camino, sin entender que los mandamientos, son consejos amorosos de un padre que quiere que seamos felices en la vida. Y en todo lo que hice fracasé. El fracaso fue grande. Y me causaba tristeza, tristeza porque no podía alcanzar lo que deseaba, tristeza porque cuando lo alcanzaba, no era verdaderamente lo que me llenaba. ¡Cuánto me constó entender que Dios nos corrige para nuestro bien! Hasta que un día leí lo siguiente en la biblia: “¿Hay algún hijo que no sea corregido por su padre? Si Dios no los corrigiera como lo hace con todos, ustedes serían bastardos y no hijos. Después de todo, nuestros padres carnales nos corregían, y no por eso dejábamos de respetarlo. Con mayor razón, entonces, debemos someternos al Padre de nuestro espíritu, para poseer la Vida. Porque nuestros padres nos corrigen por un tiempo breve y de acuerdo con su criterio. Dios en cambio nos corrige para nuestro bien, a fin de comunicarnos su santidad. Es verdad que toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde, produce frutos de paz y de justicia.” Hebreos 12, 7-11.
Muchas veces decimos que pecamos porque somos hombres, porque está en nuestra naturaleza pecar. Al contrario, pecamos porque somos “poco hombre”. Otras veces decimos que pecamos porque la naturaleza nos lo pide ¡Para que tenemos la inteligencia y la voluntad! Otras veces decimos que pecamos porque los mandamientos son “imposibles de cumplir”, recordemos la promesa que Dios nos hace en su palabra: “Dios es fiel, y él no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas. Al contrario, en el momento de la tentación, les dará el medio de librarse de ella, y los ayudará a soportarla. 1 Cor. 10, 13
Por eso el pecado es el rechazo de la verdad, y el rechazo del amor de Dios que nos indica cuál es nuestro verdadero bien. Directa o indirectamente es desprecio de Dios y de su amor. El pecado corta en nosotros el hilo directo con la vida y da la muerte del alma. Como la enfermedad debilita y destruye el cuerpo, así el pecado es aquel cáncer espiritual que debilita y mata la vida del espíritu.
El pecado de apoco nos vuelve esclavos, nos esclaviza, crea adicción y se agrava con cada vez que lo repetimos si no le ponemos freno. El pecado nos destruye. Nos separa de Dios. Él tiene un Sueño para cada uno, un proyecto para que seamos felices. El pecado nos aleja de ese sueño. El pecado daña a los que nos rodean, a los que queremos, pero por sobre todo nos daña a nosotros mismos. El pecado produce desorden en nuestro organismo como la gula, rebaja nuestra condición humana como cuando nos emborrachamos. El pecado nos causa un mal psíquico, nos causa irritación, nos produce tristeza, remordimiento y acusación de nuestra conciencia. El pecado es un mal social: las guerras son fruto de la ambición. El pecado es mal sobrenatural: nos quita la gracia.
¡Cuántas veces el pecado me robó la felicidad, la paz, la tranquilidad!¡Cuántas veces me encontré comiendo la comida de los cerdos, viviendo como esclavo, cuando yo había sido creado para ser hijo de Dios! Pero Dios que es fiel, no nos deja solos. Nos dio la inteligencia: un don preciado para conocerlo y amarlo, para buscarlo y descubrirlo en la grandeza de la Creación. Y cuantas veces utilice esa inteligencia para pecar de pensamiento, para planear venganzas, odios, envidias, para creerme mejor que los demás pecando de soberbia.
Dios nos dio también el Habla: para comunicarnos, para consolarnos, para propagar la gloria de Dios… y sin embargo: cuántas mentiras, chismes, críticas, calumnias, difamaciones.
Dios nos dio la vista: para ver y deleitarnos en la belleza, de la Creación. Y…¿Para qué usamos la vista? Para profanar con nuestras mirada el cuerpo de los demás, para desear los bienes de los demás.
Dios nos dio todo nuestro cuerpo: Una obra maestra salida de las manos del Creador…¡Y con qué facilidad dañamos nuestro cuerpo con las drogas, el cigarrillo, el alcohol, la lujuria!
Después de todo lo escrito, pensemos que todo lo que hacemos es pecaminoso, pero existen ciertas condiciones para que haya pecado:
• Saber: Tengo que tener claro conocimiento de lo que hago va en contra de las leyes de Dios, tengo que tener claro que me alejó del amor de Dios. Aquí entra en juego nuestra inteligencia.
• Querer: Para que haya pecado debo tener consentimiento, debo querer pecar sabiendo que lo que estoy haciendo está mal. Aquí juega su papel importante la voluntad.
Por otro lado dice la palabra de Dios: “Aunque toda maldad es pecado, no todo pecado lleva a la muerte”. 1 Juan, 5, 17. Si el pecado es grave, se dice que es un pecado mortal. Si es de poca importancia, se dice que el pecado es venial. Además existe un pecado poco conocido, es el pecado de Omisión, que consiste en dejar de hacer el bien que debo hacer. Algunos dicen: “yo no mato ni robo, no tengo pecados”. Pero la palabra de Dios dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso, y su palabra no está en nosotros. 1 Juan 1, 8-10. Porque cuando callamos cuando debería denunciar a los que roban, también estoy pecando, porque cuando alguien defiende el aborto y yo no digo nada, también estoy pecando. Cristo vino para que tuviéramos vida, y Vida en Abundancia (Jn. 10, 10) y pedirá cuenta en el día del juicio: “Yo tuve hambre y no me diste de comer” (Mt. 25, 31). En el día del juicio no sólo seremos examinados por el mal que hicimos, sino por el bien que dejamos de hacer.
¡Cuánto me constó darme cuenta que en la casa del Padre podía estar mejor! ¡Cuánto me constó comprender que lo tenía todo, y que lo había perdido por cosas que realmente no valían nada! ¡Cuánto me constó entender que Dios me amaba y que me había dado todas las herramientas para estar bien, para salir del pozo, del chiquero, de la basura!
¿Y cómo podemos evitar el pecado? La mejor forma es amando. Recordemos: “Sobre todo, ámense los unos a los otros profundamente, porque el amor cubre todos los pecados.” 1 Pedro 4, 8. El amor cubre todos los pecados, por eso cuando Cristo murió en la cruz nos demostró su infinito amor, y con su muerte pagó todas nuestras deudas. Desde entonces ya no somos más deudores, desde entonces ya no somos más esclavos, Cristo pagó con su sangre un gran precio, nos rescató de la muerte. Debemos vivir como salvados, debemos vivir como agradecidos que ya han sido salvados. Debemos amar, amar a Dios, amar al prójimo, amarnos a nosotros mismos. Debemos cultivar nuestra inteligencia y voluntad. Debemos huir de todas las ocasiones que nos lleven al pecado, y decir bien fuerte la oración que casi de memoria decimos en el Padre nuestro: “No nos dejés caer en la tentación, y líbranos del mal”.
Cuando me di cuenta de lo mal que estaba, emprendí viaje a la casa del padre, pensando que no iba a recibirme, que me iba a rechazar, que me iba a reprochar. Pero ahí estaba él, con los brazos abiertos, esperándome, respetando mi libertad, y deseando que yo volviera.
Aunque pensemos que los mandamientos son difíciles de cumplir, recordemos bien las siguientes palabra: “Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. Porque los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no codiciarás, y cualquier otro, se resume en este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo. Por lo tanto, el Amor es la Plenitud de la Ley.” Romanos 13, 8-10
Andrés Obregón
Un lugar para iluminar la realidad juvenil a la luz de la Palabra de Dios
martes, 5 de julio de 2011
Volver a Casa... - El Pecado
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