jueves, 28 de julio de 2011

Decir Adiós..

Decir Adiós

“No me retengas, porque todavía no he subido al Padre”
En homenaje a todos los seres queridos que partieron a la casa del Padre

Un gran vacío ha quedado en la vida de Sandino. La pérdida de su abuelo ha sido el hecho más doloroso que ha experimentado en su joven vida. Siente que el dolor lo desgarra por dentro. Tiene los ojos rojos de tanto llorar. Cada momento que pasa se reprocha no haber pasado el tiempo suficiente junto a él.  Se encierra en su cuarto a escuchar las canciones que le gustaban, a ver las fotos viejas. Quisiera verlo atravesar nuevamente la puerta de su pieza para invitarlo a tomar uno mates.

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. María respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, pensando que era el cuidador del huerto, le respondió: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo”. Jesús le dijo: “¡María!”. Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: “¡Raboní!”, es decir, “¡Maestro!”. Jesús le dijo: “No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y Padre de ustedes; a mi Dios y Dios de ustedes’”. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras. Jn 20, 11-18

María sufre la pérdida del Jesús. Recuerda todos los momentos vividos, los ratos de felicidad junto a él, la esperanza que le había transmitido con todas las enseñanzas dadas por su maestro. Nadie la había mirado como Él la miró, nadie la había tratado como Él la trató, nadie la había amado como Él la amó. Entonces llora desconsoladamente, tanto que las lágrimas parecen no dejarle distinguir a Jesús que le habla.

Jesús no le dice que no llore, el llanto ayuda a que el dolor fluya, ayuda a cicatrizar la herida y a consolarnos. Hacer el duelo por los seres queridos no significa “olvidar a…”, tampoco significa “dejar de amar”, ni negarse a recordar los momentos de felicidad vividos juntos. No podemos negar el dolor, ni esconderlo. Lo único que le pide Jesús es “No me retengas, todavía no he subido al Padre”. María debe darse cuenta que la muerte no es el fin, que después de las lágrimas viene la alegría de la resurrección. María debe darse cuenta que a su alrededor hay también otras personas que la necesitan. Los demás discípulos esperan la noticia, ella tiene que atreverse a levantarse y seguir camino. Quizás este proceso que se resume en una pocas líneas a nosotros nos cueste mucho más tiempo, pero no debemos retener a nuestros seres queridos, es necesario que suban al encuentro del Padre.

La resurrección de Jesús es promesa y certeza para todos los que creemos en Él.

Tomémonos el tiempo de duelo para agradecer, perdonar, pedir perdón y despedirse. Gracias por todo lo que me diste; perdóname porque no te dedique el tiempo necesario, porque muy pocas veces te dije lo mucho que valías para mí; te perdono por todos tus errores, ya los olvidé; y adiós, es hora que subas a los brazos del Padre, te lo has ganado.

Hay gente que es Luz. Luz que al apagarse parece dejarnos sumidos en la más profunda oscuridad. Es entonces que debemos recordar la chispa que esa luz encendió en nosotros. La misión de esas personas que se atrevieron a iluminar no quedará completa hasta que nosotros tomemos la posta, hasta que nosotros a imagen de ellos también nos atrevamos a ser luz. Que lo que queda de nuestra vida sea una forma de decirle a nuestro ser querido: "Así te recuerdo". "Esto fue lo que me enseñaste". Y brillar, para que a través de nuestra luz, otras personas también vean la luz que nuestros seres queridos nos legaron.

“Y allí tampoco existirá la noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni la luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará” Ap. 22, 5

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