Cierto día, un hombre joven se acercó a su Maestro. Con toda humildad y respeto se inclinó delante de él, y de rodillas le suplicó:
- Maestro, enséñame a tener fe.
El maestro, que ya era muy anciano, lo miró con mucha ternura. Penetrando con la mirada en lo profundo de ese joven, comprobó la necesidad y angustia que éste sentía. Entonces le dijo:
- Está bien, te daré una poción mágica que te ayudará a tener fe. Pero antes que nada, tendrás que buscarme los ingredientes que yo utilizaré. Te advierto que estas cosas que te pediré no serán fáciles de conseguir....
Después de una larga explicación, el joven aprendiz, salió del templo llevando una larga lista con los ingredientes para el maestro. Así se marchó contento porque pronto podría tener la fe que tanto había deseado.
El primer ingrediente era el huevo de un ave que solo se encontraba en la cima de una montaña. El camino era empinado y peligroso. Al principio tuvo miedo, y se preguntó si valía la pena todo lo que haría, entonces recordó las palabras de su maestro y estas de alguna manera le dieron la confianza necesaria para seguir adelante. Muchas veces tropezó y rodó cuesta abajo, pero cada vez que cayó, volvió con más fuerza a levantarse. Aunque grande fue su desilusión cuando llegó a la cima y no encontró ni pájaro, ni huevo.
Miró de nuevo la lista, y se fijó el segundo ingrediente. Quizás, se dijo, el primero no es tan necesario y el maestro podrá arreglarse sin este. Al segundo componente, lo hallaría en una cueva detrás de una cascada. Para atravesarla tendría que pasar nadando. Muchos fueron sus intentos, y en muchas ocasiones casi se ahogó. Hasta que en el sexto intento logró atravesarla y entrar a la cueva. Cuando se dio cuenta de que en la cueva no había nada, se puso a llorar de la desesperación.
Después de varios meses desde que había empezado la busqueda, decidió volver al templo. Se sentía frustrado, cansado, agobiado, ya que luego de tanto andar no había logrado encontrar nada.
- Maestro, no he logrado encontrar nada de lo que me pidió, lo siento – le dijo el joven.
- ¿Estas seguro?
- Si Maestro, no encontré nada de lo que me pidió.
- Pero ¿Qué andabas buscando?
- Los ingredientes que usted necesitaba. Pero pareciera que nada de lo que usted me dijo estaba en su sitio. Lo siento mucho hice toda mi fuerza. Hasta tuve ganas de abandonar la tarea, pero siempre recordé sus palabras y creí en ellas, y me dieron mucha confianza para seguir adelante.
- Querido aprendiz, puedes irte en paz. Porque lo que andabas buscando ya lo llevabas contigo. Mira bien: en todo el camino no dejaste de creer en mi palabra aún sabiendo que quizás no podrías encontrar nada. Y después de no haber encontrado nada, seguiste hasta el final con la lista que te encomendé. Yo te envío para que vayas por el mundo con la misma aptitud, teniendo esa misma fe que te hizo creer en mis palabras, que te dio confianza y fuerza, aún sabiendo que al final del camino quizás no haya nada. Pero ten siempre presente que Dios escucha nuestros pedidos, aunque no siempre nos da las cosas de la forma en que nosotros queremos.
Andrés Obregón