Joaquín hace poco se incorporó a la iglesia. Es joven y tiene muchas ganas de trabajar y conocer a Cristo. Cuando los miembros de la iglesia vieron que este muchacho venía seguido, que no faltaba nunca se empezaron a disputar en qué grupo debería estar, todos quería que Juan estuviese con ellos. Él al principio se puso contento, porque por primera vez se sintió importante. Pero con el correr de los días la situación no le empezó a gustar. Se dio cuenta de cuantas divisiones había dentro de la iglesia, se dio cuenta de cuantos quería solamente aumentar el número de los integrantes de sus grupo para sobre salir, se dio cuenta que había una feroz competencia por quien tenía más autoridad. Escandalizado, prefirió quedarse en su casa donde estaba más tranquilo y tenía menos problemas.
Juan dijo a Jesús: "Maestro, hemos visto a
uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es
de los nuestros". Pero Jesús les dijo: "No se lo impidan, porque
nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no
está contra nosotros, está con nosotros. Les aseguro que no quedará sin
recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes
pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños
que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de
moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala,
porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos al
infierno, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado,
córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus
dos pies al infierno. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo,
porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado
con tus dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se
apaga". Mc 9, 38-43. 45. 47-48
¡Con
qué facilidad condenamos a los demás que no son de los nuestros! ¡Con qué
facilidad dividimos, etiquetamos, separamos! Incluso en la misma Iglesia a la
que pertenecemos, nos pasamos diciendo: “yo soy de este grupo, yo soy de este
movimiento, nosotros tenemos al Espíritu Santo, nosotros si sabemos orar no
como los demás, en nuestros grupos hay sanaciones, nuestro grupo hace cosas,
trabaja por los que menos tienen no como los demás”. ¡Cuántas divisiones
existen que son motivos de odios y rencores! Si nos diéramos cuenta que pertenecemos
a la misma familia, a la familia de los hijos de Dios, que distinto sería el
mundo.
En
este tiempo que escuchamos hablar tanto de los monopolios, la palabra de hoy
nos invita a reflexionar sobre el monopolio de la fe. Tenemos que tener mucho
cuidado de aquellos que nos dicen que en su iglesia solo está Cristo. Decir
esto es empequeñecer a Cristo. Tenemos que aceptar que Cristo ha venido a
salvar a todos los hombres aún a aquellos que no han conocido el bautismo
cristiano pero que con buena voluntad están cumpliendo su religión entendida a
su manera.
Si
pensamos que solamente los miembros de nuestra iglesia se van a salvar, estamos
equivocados… ¿No estaremos pecando de soberbia? A los apóstoles no les
importaba que los demás actuasen en nombre de Jesús, no les importa que
hiciesen milagros en nombre de Jesús. A ellos lo único que les importaba
es que no pertenecieran a su equipo, eran incapaces de ver que Jesús se
comparte y se da a todos, que no tienen la exclusividad de Cristo. Lo importante
es la relación con Jesús. Si los cristianos dejáramos de competir entre
nosotros y nos uniéramos, qué distinto sería el mundo. Si alguien en nuestra
iglesia divide en vez de unir, separa en vez de acercar, entonces no está
viviendo el evangelio.
¿Y
cuales son los riesgos de los monopolios? El riesgo es creer que nosotros
tenemos la única verdad, el riesgo es querer imponer nuestro punto de vista, el
riesgo es acallar la diversidad y la voz de los demás que piensan diferentes.
Por eso debemos luchar contra cualquier tipo de monopolio, sobre todo del monopolio
de la fe. Toda exclusión no viene de Dios. Dios acepta a todos.
La
lectura de hoy también nos habla de escandalizar a los pequeños. ¡Qué espectáculo
bochornoso damos los cristianos cuando nos peleamos entre nosotros! No nos
damos cuenta que con nuestras peleas estamos escandalizando a los que recién comienzan
en su camino de fe, no nos damos cuenta que es un antitestimonio que en vez de
acercar a las personas que están afuera, las repele y a la vez también expulsa
a los que ya están dentro. ¿Quién querrá
estar en nuestra iglesia si solamente hay peleas? ¿Quién se unirá a nosotros si
solamente hay competencias? Debemos cuidar la fe de los pequeños, debemos
cuidar a los pequeños, debemos estar junto a los más débiles.
Por
último, ¿qué sentimientos nos produce el que una persona pierda un ojo, o una
mano, o una pierna? ¿Qué sentimientos nos produce si es esa misma persona la
que se lastima o se arranca los miembros de sus cuerpo? Seguramente, es una
imagen desagradable, repulsiva, no entra en nuestra cabeza que alguien atente
de esta forma contra su propio cuerpo. En la lectura de hoy, Jesús no quiere
decir literalmente que nos cortemos las manos si están son ocasión de pecado.
Jesús quiere decirnos que debemos sentir ese mismo rechazo, esa misma repulsión
hacia el pecado, como si nos cortáramos o perdiéramos una parte de nuestro
cuerpo. ¿Sentimos lo mismo cuando pecamos? ¿Alguno se atrevería a sacarse el
ojo? Sin embargo muchos de nosotros nos atrevemos a pecar sin el menor
remordimiento a veces.
Pidamos
a Dios que nos ayude a estar unidos, a sumar fuerzas, a trabajar juntos. Eso es
lo que quiere Dios, eso es lo que pide Jesús en la última cena antes de ser
crucificado: ¡Que todos sean uno para que el mundo crea!
Andrés Nicolás Obregón
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