Hace unos años invite a un amigo a un retiro. A las pocas horas de haber comenzado el retiro me llaman para avisarme que este amigo se había ido. Al enterarme fui hasta su casa para saber qué había pasado. Entonces él me contó que en el retiro le habían empezado a hablar de que había que sacarse las mascaras, que había que mostrarse tal cual era, dijeron que había que ser sincero. Entonces me comentó que en ese momento empezó a sentirse mal. Y ya no quería quedarse.
Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se
acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos
impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general,
no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de
sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las
abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por
tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras, de la vajilla de bronce
y de las camas. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús:
"¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de
nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?". Él les
respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de
la Escritura que dice: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón
está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino
preceptos humanos'. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la
tradición de los hombres". Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les
dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra
en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del
hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen
las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los
adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la
envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas
proceden del interior y son las que manchan al hombre". Mc 7, 1-8. 14-15.
21-23
A menudo pensamos que lo malo
está afuera. Vivimos culpando a los demás de los errores que cometemos. Ellos
son los culpables. Ellos son los que me empujan a pecar. A menudo la culpa la
tiene la tele, los diarios, la calle, los amigos con los que nos juntamos, las
revistas que leemos, las paginas de internet que miramos. Pero nunca ponemos el
foco de atención en nuestra propia vida, en nosotros mismos.
Siempre me pregunto por qué hay
poca gente que se anima a hacer retiros espirituales. Y cuando reflexiono sobre
la actitud de mi amigo me doy cuenta que no lo hace porque tienen miedo. ¿A
qué? Miedo encontrarse ellos mismos. Miedo a mirar su interior, a ver y
analizar todas las decisiones que han tomado su vida. Miedo a aceptar los errores y pecados que vienen
cargando de hace tiempo. Miedo a reconocer todas las miserias que hay en su
vida. Con mi esposa trabajamos en los
encuentros para novios. Invitamos a muchas parejas, pero son muy pocas las que
se animan. Muchos tienen miedo a darse cuenta que están con la persona
equivocada, tienen miedo a entrar en la profundidad de su pareja. Prefieren la
paz cualquier precio. No pueden examinar su propia vida. Es mejor ir al cine,
ver una peli, que hablar de lo que les está pasando, de lo que está sintiendo.
Como dice Jesús, no es impuro lo
que entra por la boca, sino lo que habita de la boca para dentro. Y no hay
otra: para encontrarse con Dios el primer paso es encontrarse con uno mismo.
Por eso si estás buscando a Dios lo primero que debes hacer es iniciar una búsqueda
interior, un meterse en un mismo, un recorrer por los pasillos de la memoria
que nos siempre está limpios, un revolver la inmundicia que fuimos ocultando debajo
de nuestras alfombras.
La gente no hace retiros porque
tiene miedo de encontrarse con lo que verdaderamente es. Por eso se escapa de
todo lo que puede hacerle ver sus propios errores. Incluso hay muchas personas
que tienen miedo de ir al psicólogo, porque lo que este profesional busca hacer
es que el paciente se haga cargo de su propia vida, de su pasado con todas las
heridas que este pueda tener.
Cuando somos capaces de mirar nuestro
interior, de reconocernos tal cual somos, recién ahí puede empezar el proceso
de sanación. Solo entonces podemos empezar a limpiar nuestro corazón. Para
agradar a Dios hay que buscar la pureza del corazón. Para encontrarlo debemos
buscar primero en nuestro corazón. Esa es la invitación.
Dios es luz. Es inevitable que al acércanos quedaran
expuestas cosas de nuestras vidas que no queremos mostrar. Pero a medida que
nos acerquemos esa luz se irá haciendo tan intensa que consumirá todo lo malo
que hay en nosotros.
Los fariseos estaban convencidos que con todas esas
practicas exteriores podían agradar a dios, que todas esas practicas los hacían
mejores. Pero no son las prácticas o las costumbres lo que nos hace mejores o
peores. Son las intenciones con las que hacemos las cosas. Yo me puedo acercar
a Dios de rodilla, quizás hasta pueda postrarme, pero si mi corazón no está
limpio y no tengo intenciones de cambiar, de nada sirve. Dios quiere habitar en
tu corazón, ahí es en donde a él le gusta estar.
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