Jesús se dirigió a su pueblo, seguido de sus
discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la
multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo
esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se
realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano
de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre
nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les
dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y
en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de sanar a unos
pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de
fe. Mc 6, 1-6ª
Hoy esta reflexión está dedicada
para mí. Si escucharon bien, para mí. Quizás piensen que me volví un
egocéntrico, pero es para mí. Si alguno se siente identificado con lo que voy a
decir, es pura coincidencia.
De esta lectura se desprende una
frase que es muy conocida: “Nadie es profeta en su propia tierra”. Y yo siento
que a veces me pasa lo mismo. Que todas las semanas me ponga a escribir esta
reflexión, que pienso que les voy a decir esperando que les llegue, dando
grandes mensajes para provocar algún cambio en sus vidas. Pero me doy cuenta,
que el primero que tendría que cambiar soy yo. Que tengo que predicar con mi
vida, con mi testimonio. Las palabras son importantes, pero si después de decir
que hay que amar al prójimo, sigo siendo el mismo, entonces no sirve de nada
todo lo que dije. Por eso me pregunté en todas esas veces que no he sido profeta. No soy profeta
cuando mi esposa me tiene que pedir miles de veces que limpie la casa, y yo me
quedo viendo tele. No soy profeta cuando no les tengo paciencia a mis alumnos,
cuando me preguntan mil veces las mismas cosas después de que las acabo de
decir. No soy profeta cuando ignoro a los niños que piden monedas cuando
estaciono en el semáforo. No soy profeta, cuando les digo a mis alumnos de
catequesis que hay que confesarse, y yo doy vueltas para recurrir a este
sacramento. No soy profeta cuando soy en el colectivo y me hago el dormido para
no dar el asiento a los que los necesitan. Vuelvo a repetir, si usted se siente
identificado es pura coincidencia. Hoy estoy hablando de mí. No soy profeta
cuando llegó tarde al trabajo porque salgo tarde de casa, porque estaba viendo
la compu, porque estaba chusmeando el Facebook. No soy profeta, cuando pongo
el pie en el acelerador, porque me dí
cuenta que estaba llegando tarde. No soy profeta cuando no quiero colaborar en
las tareas de la casa, sacar la basura, bañar al perro, cortar el pasto. No soy
profeta cuando tengo que estudiar para los exámenes y encuentro diez mil
excusas para no hacerlo.
No soy profeta cuando en vez de
alentar a las personas les hecho en cara todo lo malo que hacen. No soy profeta
cuando ando triste y cansado renegando de todas las tareas pastorales que hago.
No soy profeta cuando me desanimo fácilmente, y no vuelvo a intentar. No soy
profeta cuando retiro mil veces las mismas cosas sabiendo que ya no resultan.
No soy profeta cuando no busco innovar para llegar con mi apostolado a más
jóvenes. No soy profeta cuando escucho la música a todo volumen y no respeto a
mis vecinos. No soy profeta cuando miento, por más pequeña que sea la mentira.
No soy profeta cuando no llamo a
mis amigos esperando que me llamen ellos. No soy profeta cuando no saludo
porque no me saludan. No soy profeta cuando enseño a mis alumnos a que diga por
favor y gracias, y yo nunca los digo.
No soy profeta cuando en el
trabajo o en la escuela soy siempre lo mínimo. No soy profeta cuando puedo
esforzarme más, y me esfuerzo lo justo y necesario. No soy profeta cuando soy
tan mediocre y me conformo con poco.
No soy profeta cuando pierdo el
ánimo porque siempre cometo los mismos errores. No soy profeta cuando no dejo
de cometer los mismos errores, porque siempre los cometo. No soy profeta cuando pienso que ser santo es
hablar así todo triste…
No soy profeta cuando juzgo a
otros porque no son profetas, cuando me quejo porque los demás no dan
testimonio, cuando pienso que los demás hacen las cosas para aparentar, cuando
no me doy cuenta de que parezco mucho a aquellos que critico. No soy profeta
cuando no dejo lugar a otros para que ellos también crezcan y quiero acaparar
todo yo. Vuelvo a repetir, esta reflexión es para mí, pero si te sentís
reflejado te invito a que te preguntes en qué actitudes diarias no sos profeta.
Me doy cuenta que es muy difícil
ser profeta en nuestra propia tierra, en nuestra propia vida. Muchas veces
espero que los demás cambien, que ellos mejoren. Pero yo soy el primero que
debe cambiar. Si me cuesta tanto cambiarme a mi mismo, cómo espero lograr
cambiar a los demás.
Pero la lectura de hoy vuelve a
hacer hincapié sobre la fe. Contrasta la fe de la semana pasada que tenían
Jairo que pedía por su hija, y la de la mujer con hemorragia, con la poca fe de
los familiares y conocidos del pueblo de Jesús. También a él le costó ser
profeta en su propia tierra, no por él sino por los demás, porque los demás
estaban duros de corazón, no podían ver a dios en las pequeñas cosas, no podían
ver a dios en lo cotidiano, no podían ver que Dios se manifestaba en sus
hermanos.
Ser profeta significa hacer
presente a dios en las cosas cotidianas, ahí en el día a día, en el trabajo, en
la escuela, en la calle, con mi familia. Debemos tener en cuenta que solos no
podemos cambiar, que necesitamos de Dios, por eso debemos tener fe, fe en que
él nos puede cambiar, en que él nos puede hacer mejores profetas. Profetas que
den testimonio con su vida de Dios.
Te pido que en algún momento del
día pidas por mí, para que sea profeta en lo cotidiano. Y si te sentiste
identificado con esta reflexión también pide por vos, para que te ayude a
cambiar y ser cada día un verdadero profeta.
Andrés Obregón
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por el comentario!!!