Una noche tuve un sueño... soñé
que estaba caminando por la playa con el Señor y, a través del cielo, pasaban
escenas de mi vida. Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares
de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor. Cuando la
última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la
arena y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de
pisadas en la arena. Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles
de mi vida. Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor:
"Señor, Tu me dijiste, cuando resolví seguirte, que andarías conmigo, a lo
largo del camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la
arena sólo un par de pisadas. No comprendo porque Tu me dejaste en las horas en
que yo más te necesitaba". Entonces, Él, posando en mi su mirada infinita
me contestó: "Mi querido hijo. Yo te he amado y jamás te abandonaría en
los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas fue
justamente allí donde te cargué en mis brazos".
Después
de la Resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la
montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin
embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he
recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los
pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y
yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo". Mt 28, 16-20
Que sería del mundo si hubiésemos
comprendido, si la humanidad hubiese comprendido esas palabras: yo estaré con
ustedes. Hoy quiero hablar sobre esta presencia eterna que Jesús prometió para el mundo.
Es en los momentos de gran
tristeza en donde desearíamos sentir esa presencia infinita que nos cure el
dolor, que nos calme la amargura. Pero nos sentimos solos, y caemos en la
depresión, en la desesperación. Pero más que sentirnos solos, nos quedamos
solos, no buscamos la compañía, deseamos de alguna forma estar solos, nos
aislamos del mundo. Hay gente que quiere sentir a Dios en los momentos de
dificultades, pero en los momentos de alegría nunca le hizo un lugar a Dios.
Hay gente que quiere pasar todo la eternidad en el cielo, junto a Jesús, pero
durante toda su vida se cerró al encuentro con cristo, durante toda su vida no
fue capaz de dedicarle una hora de su vida para encontrarse con él.
Hay personas, que cuando están
solas se acercan a Dios, pero cuando se ponen de novios o encuentran al hombre
o a la mujer de su vida se apartan automáticamente de él, no dejan un espacio
para que en su relación también los acompañe Jesús.
Queremos sentir la presencia de
Dios, en los momentos que nos conviene. Después, el resto del tiempo queremos a Dios lejos,
lejos de nuestros hogares, lejos de nuestras escuelas, lejos de nuestros
hospitales, lejos de la política, lejos de todo. Queremos sentir la presencia
de Dios en todos los momentos de nuestra vida y lo encerramos en la iglesia,
para ir a visitarlo una hora por semana.
Queremos que Dios nos hable, y no
somos capaces de leer la biblia. Queremos que Dios nos escuche cuando a
nosotros se nos antoja, solo cuando nosotros queremos… ¿Y el resto del tiempo
qué hacemos con Dios? Lo escondemos en un lugar poco visible, porque nos da
vergüenza.
Queremos estar con Dios, pero lo
alejamos de nuestra música y miramos con malos ojos a aquel que escucha música
que hable de Jesús, porque nos parece un fanático. Queremos que Dios se ocupe
del mundo, pero no le hacemos lugar en el mundo.
¿Si no dejamos que Dios este en
los momentos cotidianos, como esperamos verlo en los momentos de mayor
dificultad? ¿Nos acordamos de él en nuestras bodas, o estamos más preocupados
en el vestido que usaremos, en la comida que comeremos, en el color de la
tarjeta? ¿Cuánto de los que nos decimos cristianos pasaríamos una canción que
hable de Jesús en nuestras fiestas?
Hay padres que cuando ven que sus
hijos se acercan mucho a la iglesia, los apartan, no los dejan ir. Y después
cuando se desvían por caminos incorrectos, se pregunta por qué Dios no los
acompañó. Queremos que Dios nos indique el camino, pero cuando nos dice que
hacer no le hacemos caso. Porque lo que nos indica Dios no se ajusta a nuestros
planes.
Jesús está siempre, somos
nosotros los que no le hacemos lugar, somos nosotros los que no le abrimos la
puerta de nuestro corazón. Cuando dejes que Jesús entre en todos los momentos
de tu vida, entonces aprenderás a verlo en los momentos de más dificultad.
Joven, Jesús quiere acompañarte
en el camino, quiere estar con vos. Quiere cargar tu cruz, quiere llevar tu
peso. Joven, siente la presencia de Dios. El está ahí a tu lado, él lo
prometió. No te deja solo, no te quedes solo.
Hoy Jesús quiere decirte: “El
mundo tendrá problemas, pero no tengan miedo yo he vencido al mundo. Yo soy la luz el que camino conmigo no estará
en tinieblas. Yo soy la paz y te la dejo no como el mundo la da, sino como yo
la sé dar. Yo soy la vida el que crea en mí la tendrá. Yo soy la resurrección
el que crea en mi no morirá.
Y yo te prometo que estaré
contigo todo los días hasta el fin del mundo. Todos los días, Lo días en que
salga el sol, en que se nuble. Los días en que estés bien o te sientas mal. Los
días en que te sientas acompañado o solitario. Los días en lo que creas y en
los que no creas. Los días en los que te acompañe el dolor o la alegría. Los días en que te olvides de mí o me tengas
presente. Los días de cercanía o lejanía. De nacimiento o de muerte. Yo te lo
prometo, yo estaré contigo todos los días hasta el fin, hasta el fin del mundo. Hasta el fin del mundo.”1
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1- Martín Vlverde.
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