Jesús decía a sus
discípulos: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la
tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va
creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo,
luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a
punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la
cosecha". También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de
Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de
mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la
tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las
hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a
su sombra". Y con muchas parábolas como éstas les anunciaba la Palabra, en
la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas,
pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo. Mc 4, 26-34
Que actual es la lectura de la semilla que crece por si sola, que mensaje
para una sociedad cada vez más apurada,
para una sociedad que valora solo la rapidez. Vivimos apurados, no
tenemos tiempo para nada. Aquel que camina lento es mirado con malos ojos. Los invito a quedarse unos segundos más
parado con el auto frente al semáforo después de que se haya puesto en verde.
Ya escucho las bocinas de los autos, apurados por llegar a destino. Piensen en
las rutas, todos esos autos que van haciendo zic zac, yendo a toda velocidad,
haciendo señales de luces para que los dejen pasar. La mayoría de los
accidentes de transito deben ser por esos que andan a mil, sin preocuparse por
la vida de los demás. Y tan rápido anda la sociedad, que no podemos escapar a
este movimiento que nos obliga a correr. Cuantas veces en las colas de los
supermercados nos ponemos en la caja rápida, y cuando se tarda un poquito nos
decimos: “al final no era tan rápida”.
Comemos apurados, ya ni disfrutamos el sabor de lo que comemos, se trata de
tragar y listo. Hoy triunfan las comidas rápidas, las hamburguesas hechas en
segundos. Pobre de aquel que se le
ocurra traernos la comida tarde, lo comemos a él.
Hasta queremos tener un gran físico sin esfuerzo, compramos máquinas que
nos tonifiquen los músculos, pero no queremos movernos ni un poquito. Es obvio
que todo es una mentira, pero hay muchos que se la creen y compran esos
aparatos para verse mejor, para verse como el modelo de la propaganda, que a lo
mejor nunca uso ese aparato, sino que se pasa horas en el gimnasio.
Cuantos disgustos hemos tenido frente a la computadora, cuando tardaba unos
segundos más de los que esperamos. Cuando el video que queremos ver tarda en
cargarse. Algunos son capaces de romper hasta la computadora de la
desesperación.
Hasta los partos queremos que sean rápidos, mientras más rápido mejor. Que
dure unos instantes, y mientras menos dolor mucho mejor. Hoy son muchas las que
prefieren que les hagan cesárea. Pronto desearíamos que tener un bebe tarde
menos de 9 meses, ya me imagino algunas madres queriendo que le practiquen cesareas
a los 7 meses para no aguantar más. Pero no es que uno haga estas cosas por
maldad, sino que somos parte de una sociedad que premia la rapidez, que vende
rapidez.
Nos quejamos que los chicos vienen cada vez más vivos. Me sorprende
escuchar a muchos mayores que les preguntan a los niños si ya tienen novia o
novio. Y ellos en su pequeña cabeza deben pensar que si le preguntan eso debe
ser porque hay que tener novio. No me imagino a nuestros abuelos preguntándole
a su hijos que si ya a los cuatros años tienen novio, ni se le hubiese
ocurrido. Somos los adultos que quemamos los procesos de los más pequeños, los
apuramos para que crezca, los vestimos como si fueran grandes. Cuantas nenas se
siguen vistiendo con esos vestiditos tan lindos. Cuantos niños siguen jugando como niños.
Hoy todo tiene que ser rápido e instantáneo. No podemos esperar. Decimos
que queremos ganar tiempo para hacer otras cosas, cosas que nos gustan, pero al
final de todo no terminamos haciendo nada de eso.
Hasta nuestras relaciones con las personas queremos que sean rápidas, que
impliquen poco compromiso, que impliquen poco esfuerzo. Queremos tener a todos
a nuestros amigos en Facebook, pero cuando vemos que hay personas conectadas ni
las saludamos. Las pasamos por alto, miramos un ratito y listo.
Con Dios nos pasa lo mismo queremos un dios instantáneo, que nos de
satisfacción inmediata, o que nos
devuelvan el dinero. Pagamos y damos todo lo que tenemos por milagros, los
buscamos y recorremos kilómetros, buscando a aquel que nos de la solución
inmediata.
Hagamos un ejercicio, plantemos una semilla. Reguémosla, cuidémosla, pero
por más que nos esforcemos para que crezca más rápido, la semilla se tomará su
tiempo, respetará un proceso natural, proceso que muchas veces las personas
queremos saltarnos. Empecemos a respetar los procesos naturales, que los niños
sigan siendo niños y se ocupen de las cosas de niños. Dediquemos tiempo de
calidad a nuestras relaciones, eso es lo que el mundo necesita. No se trata de
cuanto tiempo le dediquemos a alguien, sino que ese tiempo aunque sea poco sea
de calidad. Quiero decir una atención completa hacia la otra persona. No estoy
hablando de sentarse a ver la tele. Lo que quiero decir es sentarse juntos,
mirándose el uno al otro y conversando. Quiero decir dando un paseo, comiendo
juntos. Cuantas familias ya no comen
juntos, o lo hacen mirando la tele. Que distinto sería se el almuerzo
fuera ese lugar en donde los niños contaran como les fue en la escuela. Cuantas personas se poner a hablar con otras
y están más concentradas en el teléfono que en lo que dice la otra persona.
Dediquemos un tiempo para jugar con los niños, para tirarnos al piso y dibujar
con ellos. Dediquemos tiempo para escuchar a la otra persona, cuantas veces nos
pasa que cuando el otro esta hablando ya estamos pensando lo que le vamos a
contestar si escuchar lo que nos está diciendo. Démosle tiempo a las cosas, ya
ni tiempo para escuchar a nuestro propio cuerpo, muchos desgastan tanto al
cuerpo que este se termina enfermando. Hay que escucharlo también a él, tiene
mucho para decirnos.
Con Dios es lo mismo, le dedicamos tan poco tiempo. Y cuando nos acercamos
queremos ser nosotros el centro de la
relación, queremos contarle todo lo que nos pasa, pasarle la lista de nuestros
pedidos, y no le damos tiempo para que nos hable.
Es tiempo de que tengamos tiempo de calidad. Nos se trata de cuantos
regalos dé, sino del tiempo de calidad
que estuve con la otra persona, si al final de cuantas es esto lo que más
recordamos.
Cuando sembremos todas estas cosas en nuestras vidas, cuando nos ocupemos
de las pequeñas cosas, será como esa semilla de mostaza que aunque es la más
pequeñas de las semillas al crecer se convierte en una planta que da cobijo a
los pájaros. Que así sea nuestra vida,
que todo aquel que se acerque sienta la calidez de aquel que da vida y es capaz
de dar amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por el comentario!!!