Natalia tiene 15 años, como otras tantas niñas. Está de novia con Pedro, que tiene 17 años, como tantos otros jóvenes. Ella tiene un atraso de más de un mes. Siente que algo está pasando en su pequeño cuerpo. Hace poco decidió hacerse un test de embarazo que resultó positivo.
Pedro también sospechaba que algo pasaba al verla tan inquieta. Pronto Natalia le comunicó la “mala” noticia. Ninguno de los dos está contento. Han pedido consejos, a amigos y hermanos: A Pedro le han aconsejado sus “amigos” que la abandone, que cómo se va hacer cargo de semejantes obligaciones, que es muy joven para ocuparse de un niño.
A Natalia le han dicho casi lo mismo… acompañada con una amiga, decidirá abortar el niño.
Pedro también sospechaba que algo pasaba al verla tan inquieta. Pronto Natalia le comunicó la “mala” noticia. Ninguno de los dos está contento. Han pedido consejos, a amigos y hermanos: A Pedro le han aconsejado sus “amigos” que la abandone, que cómo se va hacer cargo de semejantes obligaciones, que es muy joven para ocuparse de un niño.
A Natalia le han dicho casi lo mismo… acompañada con una amiga, decidirá abortar el niño.
“Llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre,
dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia
con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se
reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;
pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan". Ellos le decían:
"No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces
preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Éste pidió una
pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados, y
en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los
alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los
que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué
llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él. El niño
iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta
el día en que se manifestó a Israel.” Lc 1, 57-66. 80
Cuantas expectativas se generan en torno a un
nacimiento. Cuantos sueños comienzan a concretarse y a la vez cuantos miedos
empiezan a gestarse.
Pero en algunos casos, los más desafortunados,
cuantas voces se levantan cuando ese niño no había sido esperado. Hoy quiero
hablarte a vos, que quizás estas pasando por esa situación, que quizás estés
pensando que ese niño vino a arruinarte la vida, que no estaba en tus planes,
que no quieres tenerlo. Quiero que tan solo te plantees esa misma pregunta:
¿Qué llegará a ser este niño?
Creo que cualquier niño guarda un infinito
potencial. Con su destrucción se destruye todo eso, se niega la existencia, se
borra una nueva alternativa para el mundo. Pareceré exagerado, pero no creerlo
es no creer también en cada joven, en cada persona, en vos que me escuchas, y a
la vez es no creer en mí mismo.
Te propongo que mires un poco a María y a José. Hemos escuchado tantas
veces sus historias que no nos damos cuenta de todo lo que tuvieron que pasar
para que Jesús naciera. Ella tenía aproximadamente 15 años. Estaba comprometida
con José. Eran pobres. Él trabajaba de carpintero. Ninguno de los dos esperaba
la noticia. Aunque no se hicieron un test, se enteraron pronto que ella estaba
embarazada (Lc. 1, 31).
María tenía un montón de razones para negarse a tener ese hijo.
Primero que era muy joven, segundo que esperaba casarse. Pero esto no era todo,
el embarazo ponía en riesgo su vida; su religión y su cultura castigaban con la
muerte a aquellas mujeres que tenían hijos antes de casarse.
José tenía un montón de razones para negarse a tener a ese hijo. La
principal: estaba seguro que ese niño no era de él. Por eso, pensaba
abandonarla en secreto… (Mt. 1, 19)
Sin embargo, María y José se jugaron la vida por ese niño que crecía en el vientre de la pequeña. Superaron cualquier dificultad. Sabían también que ese niño traía una gran promesa, una gran noticia, un infinito potencial.
Sin embargo, María y José se jugaron la vida por ese niño que crecía en el vientre de la pequeña. Superaron cualquier dificultad. Sabían también que ese niño traía una gran promesa, una gran noticia, un infinito potencial.
Qué hubiese sido del mundo si
ellos no se hubiesen jugado por la vida, si no hubiesen optado por dar a luz a
esa nueva vida. Tal vez hoy no veas la solución, tal vez hoy te encuentres en
una profunda oscuridad. Pero debes creer en ese niño que llevas dentro, debes
darle una oportunidad de vivir. ¿Acaso no te la dieron a vos? ¿Acaso alguien no
defendió tu vida? ¿No luchó alguien para que estuvieras hoy aquí?
Y si nadie luchó por vos, si te
enteraste que no quisieron tenerte, que tampoco fuiste planeada, tampoco fuiste
querida, quiero que sepas que si existes es porque Dios te soñó, que Dios te
planeo, que te acompaño a superar todas las adversidades de la vida, todas las
dificultades. Ante tantas situaciones de muerte, ante tantos que mueren, si
estas viva, es porque alguien te está cuidando, alguien te esta acompañando,
alguien está luchando por vos para que tengas vida. Y ese alguien es Dios,
nuestro padre que nos ama, que no nos deja solos. Miremos también a Isabel, ya en su vejez
embarazada. Que locura. Se imaginan a una anciana embarazada. Todos los riesgos
por los que habrá tenido que pasar, tantas preocupaciones. Pero junto a su
marido, ellos creían en ese niño, soñaban lo mejor para él. Y Dios también soñó
lo mejor para Juan. Tenía que abrir paso al cordero de Dios.
Hoy tienes la vida de tu hijo en
tus manos. Hoy tienes la decisión de jugarte por la vida. Acaricia ese sueño,
sueña a lo grande para que ese niño supere todas las adversidades.
Y si ya tomaste la desición, y si
llegué tarde con este mensaje, no quiero que seas tarde para que sepas que Dios
te sigue amando, a pesar de lo que puedas haber hecho. Él te ama, y quiere lo
mejor para vos. Él te ama. Te ama. Dejate amar. Él te va a sanar todas las
heridas que tengas. Dejalas en sus manos. Ponle nombre a ese niño que no puedo
ser, y déjalo partir a la casa del padre.
Como jóvenes debemos defender la
vida. Ese principio debe guiar nuestras acciones y decisiones. Siempre
existieron, existen y existirán un montón de impedimentos y dificultades que
atenten contra la vida; así como también muchas excusas, viejas y nuevas, que
pretendan justificar una muerte, pero justificarla permite justificar cualquier
muerte, incluso la nuestra.
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