Un hombre tenía una familia que era un desastre. Su madre era una chusma, no se podía contar nada en la casa que de alguna forma se enteraban todos los vecinos y luego todo el barrio, sin duda no era alguien en quien confiar. Su hermano era un ladrón, siempre en la casa había cosas nuevas que aparecían quién sabe de donde. El padre era un jugador empedernido, por eso en la casa las cosas también desaparecían apostadas en los juegos. Su hermana se prostituía, cada una hora tenía un novios nuevo, así les llamábamos a los hombres que la visitaban. Su otro hermano era violento, rompía todo a su paso cuando se enojaba y a no ponerse en su camino porque si no también la ligaba uno. Entonces el hombre con mucha bronca, se levantó un día y dijo: Me voy de esta casa. Al irse habló mal de todos, los criticó sin dejar ningún defecto por mostrar y se fue golpeando la puerta. Al poco tiempo construyo su propia familia. Pero con el correr de los meses se dio cuenta que la esposa era una vaga a la que no le gustaba hacer nada. La toleró pensando que iba a cambiar, pronto quedó embarazada y ahora hacía menos que antes. Tuvo entonces un hijo, que salió maleducado, todos los días lo llamaban de la escuela quejándose por su comportamiento. Entonces un día arto de su familia, les dijo: voy a comprar cigarrillos… y no volvió más. Años después formó otra familia… y las cosas no salieron del todo bien.
Durante la última Cena, Jesús
dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él
corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que
dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no
puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en
mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él,
da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no
permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge,
se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras
permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi
Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Jn 15, 1-8
¿Solucionó algo el hombre al irse
de su familia? ¿Las cosas cambiaron? ¿Por qué se repitieron una y otra vez? ¿Con
quien compararé a este hombre? Este hombre se parece a muchas personas que
andan de iglesia en iglesia buscando la comunidad perfecta. ¿Existe la familia
o la comunidad perfecta? Hay muchos que actúan de esta forma, cuando tienen
problemas o se pelean con alguien o no les gusta alguien se van, y se pasan
cambiando de religión en religión, y siempre encuentran problemas. Lo peor es
que hay otros, que como nada les conforma, entonces crean sus propias Iglesias.
Creen que lo que hagan nuevo va a ser mucho mejor, sin pecado, sin manchas,
pero terminan repitiendo los mismos errores o tiene otros.
Sean que cualquier institución construida
por hombre tendrá errores, porque cada uno de nosotros tiene errores. ¿Eso quiere
decir que me puedo conformar con cualquier cosa, con cosas que están mal? No,
no podemos permitir cualquier cosa en nuestras comunidades, o en nuestras
familias. Eso simplemente quiere decir que los cambios, los verdaderos cambios
se dan desde adentro.
Me dirán algunos que la lectura
nos invita a permanecer junto a Jesús, no nos habla de permanecer en la
iglesia. Y quizás tienen razón. Pero esto sería verdad solo si la planta
tuvieran una sola rama, pero no. Todas las plantas tienen otras ramas con las
que tienen que convivir. Una rama no le puede decir a otra deja la planta
porque esta es mía. Debemos asumir que la fe en cristo se vive en comunidad.
Permanecer es mucho más que
estar. Permanecer es participar. Permanecer es mucho más que ir al culto o a
misa una vez a la semana. Aquellos que se acercan solamente cuando están necesitados,
en realidad no permanecen mucho. ¿Qué sentiríamos nosotros si nuestros hijos
solo nos visitan cuando necesitan algo? Permanecer es acompañar en las buenas y
en las malas. Debemos permanecer incluso en aquellos momentos en que todo nos
parece aburrido, sin sentido. Permanecer no significa que siempre nos van a
pasar cosas buenas, porque bien dice la lectura que a los que permanecen se los
podaran para que den más frutos. Nuestra vida cristiana no está exenta de
problemas o dificultades pero estos nos ayudan a mejorar, a dar mejores frutos.
Aquel que podó alguna vez un árbol se dio cuenta que en la primavera siguiente
esa planta reverdeció mejor que el año anterior, y dio frutas mejores que los
años pasados.
Algunos quizás digan, bueno si yo
corto una rama y la siembro en algunos casos vuelve a crecer, vuelve a brotar y
forma una nueva planta. Y tiene razón, hoy hay muchas iglesias que se separan y
que crecen y también dan frutos. Iglesias en donde hay milagros y sanaciones.
Es claro que Dios no va a dejar desamparados a sus hijos, es claro que Dios no
negará su espíritu a quienes se lo pidan. Pero nunca serán la planta original,
nunca será la primera planta. Y continuamente se estará despedazando la planta
original.
Si te apartaste, si te alejaste,
hoy Jesús te está llamando para que vuelvas a casa, para que vuelvas a estar
junto a él. Solo él puede darte la vida plena, solo él puede devolverte la alegría
y la energía que estas necesitando. Él te llama por tu nombre, porque te
conoce, porque sabe quien sos, porque le perteneces, porque pagó con su sangre
tu salvación. ¿Qué esperas? Es tiempo de
volver a casa.
Quiero terminar con un cuentito: “Juan
iba seguido a las celebraciones de la iglesia hasta que, un día, aquello le
pareció aburrido. El pastor repetía siempre lo mismo. Y decidió dejar de
participar. Un día el pastor se fue a visitarlo. Lo primero que se pensó Juan
fue: “Este viene a convencerme para que regrese”. Pero el pastor habló de todo
menos del regreso. Hasta que los dos no tenían ya nada que decir. Pero, antes
de irse, el pastor, con un palito, apartó una brasa del fuego del brasero, que
poco a poco comenzó a apagarse. Al rato Juan la regresó al brasero. El pastor
se levantó y decidió irse. “Buenas noches, Juan”. “Buenas noches, pastor”. Y en
esto, Juan hizo una observación. La brasa fuera del brasero, solita en una
esquina comenzó a apagarse, y de regreso al brasero empezó a arder de nuevo. La
consecuencia fue clara: “El hombre lejos de sus semejantes, por más inteligente
que sea, no conseguirá conservar su calor y su llama. Entonces se dijo: volveré
a la Iglesia el próximo domingo”.
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