
A José la noticia lo dejó inmóvil, sin saber qué hacer pensó en abandonar
a María, su prometida, en secreto. Pero el Ángel, una vez más, mensajero
incansable, lo sacó de las dudas y lo puso nuevamente en camino. Y apenas José
despertó de su sueño hizo lo que el ángel le había ordenado y siguiendo el
movimiento recibió a María como esposa.
Nada se quedaría quieto ante semejante noticia, y por decreto del
emperador Augusto, todo el imperio se puso en movimiento para realizar un
censo. Acudirían todos a inscribirse, cada uno en su ciudad. Y aunque faltaba
muy poco para el nacimiento, María y José se pusieron en marcha.
Entre tanto alboroto, en el cielo una estrella también se empezó a
mover, para que con su movimiento unos magos se pusieran a su vez en
movimiento. Y aunque estaban muy lejos, por oriente, sin prisa y sin pausa
deseaban de corazón encontrarse con el Rey que nacería en Belén.
Y cuando todo el mundo estaba ocupado festejando y haciendo compras,
nadie quiso recibir ni a María ni a José. Solo hubo para ellos un pesebre. Y en
la quietud de la noche, la estrella se apagó para que brillara el Rey.
Los pobres y olvidados que tanto tiempo esperaron, también se
pusieron en movimiento. Dejaron sus ovejas, dejaron su trabajo, sus
preocupaciones y se pusieron en movimiento. Así fue como los pastores llegaron
hasta el lugar indicado. Lo entraron envuelto en pañales, entre animales y
pastos.
Y después de tanto movimiento, todo esfuerzo valió la pena, para ver
al Mesías prometido. Por eso no te olvides nunca que Navidad es ponerse en
movimiento, es poner el amor en movimiento para que los pobres y olvidados no
pierdan las esperanzas y deseen conocer al niño que nació en Belén.
Andrés Nicolás Obregón