
Un gran vacío ha quedado en la vida Sandino. La pérdida de su abuelo ha sido el hecho más doloroso que ha experimentado en su joven vida. Siente que el dolor lo desgarra por dentro. Tiene los ojos rojos de tanto llorar. Cada momento que pasa se reprocha no haber pasado el tiempo suficiente junto a él. Se encierra en su cuarto a escuchar las canciones que le gustaban, a ver las fotos viejas. Quisiera verlo atravesar nuevamente su pieza para invitarlo a tomar uno mates...
Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán". Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban. Mc 16, 15-20
Después de cuarenta días, en que
el Resucitado fue apareciendo, hoy Jesús se despide de los discípulos, es hora
de regresar a la casa del Padre. Ya no puede seguir junto a ellos, su misión se
ha cumplido. Podemos imaginar la congoja en el corazón de cada uno de los
apóstoles, podemos imaginar la tristeza de tener que despedir a esa persona que
más amaron en la vida y que los marcó para siempre. Hoy los discípulos tienen
que aprender a decir adiós.
Cada uno de ellos recuerda los
momentos vividos, los ratos de felicidad junto a él, la esperanza que le había
transmitido con todas las enseñanzas dadas por su maestro. Nadie los había
mirado como Él los miró, nadie los había tratado como Él los trató, nadie los
había amado como Él la amó. Me los imagino llorando desconsoladamente.
Como duelen las despedidas, como
se nos quiebra el corazón, como se nos rompe en mil pedacitos y pesamos que
nunca más volverá a recuperarse. ¿Debemos llorar las despedidas? Se me viene a
la memoria el pasaje en donde María Magdalena llora al costado del sepulcro de
Jesús, de pronto se le aparece el maestro y este no le dice que no llore, el
llanto ayuda a que el dolor fluya, ayuda a cicatrizar la herida y a consolarnos.
Hacer el duelo por los seres queridos no significa “olvidar a…”, tampoco
significa “dejar de amar”, ni negarse a recordar los momentos de felicidad
vividos juntos. No podemos negar el dolor, ni esconderlo. Lo único que le pide
Jesús es “No me retengas, todavía no he subido al Padre”. María debe darse
cuenta que la muerte no es el fin, que después de las lágrimas viene la alegría
de la resurrección. María debe darse cuenta que a su alrededor hay también
otras personas que la necesitan. Los demás discípulos esperan la noticia, ella
tiene que atreverse a levantarse y seguir camino. Quizás este proceso que se
resume en una pocas líneas a nosotros nos cueste mucho más tiempo, pero no
debemos retener a nuestros seres queridos, es necesario que suban al encuentro
del Padre.
Así como María Magdalena, los
discípulos en esta ocasión deben darse cuenta que la ascensión de Jesús no es
el fin sino el comienzo de una gran aventura. Si ninguno de ellos se anima a
abrirse al mundo, si ninguno de ello se anima a salir del dolor en vano fue la
vida de Jesús, en vano fue su pasión y muerte. De alguna manera, ahora queda
todo en sus manos. Jesús se despide, pero les deja las últimas palabras,
palabras que son invitación a salir a no quedarse en el pasado, a proyectarse
al futuro. Les dice: “Vayan por todo el mundo”. Deben vencer el dolor y salir
al encuentro del otro, hay muchos “Jesús” por descubrir. Deben comprender que
Jesús se va, pero siempre que necesiten encontrarlo podrán verlo en el hermano
que sufre, en el desnudo, en el hambriento, en el encarcelado, en el marginado.
En Hechos de los Apóstoles se nos
narra como ante la partida de Jesús, los discípulos se quedan mirando hacia el
cielo. (Hch. 1, 11) Entonces se les aparecen dos hombres vestidos de blanco,
que preguntan y casi suena a reproche: “¿Por
qué siguen mirando al cielo?”. Tienen que bajar la mirada, tienen que mirar
a su alrededor. Hay gente que se pasa la vida mirando al cielo, y se olvida de
los demás personas que los rodean. Hay tiempo para todo, no podemos detener
nuestra vida ante una perdida, cualquiera sea esta, ya sea de un ser querido
que fallece o de alguien que nos deja. Debemos entregar este dolor a Jesús, él
es el único capaz de sanarnos, de curarnos, de remplazar en dolor por
amor.
Si hoy estas sufriendo por una
despedida, te invito a decir en voz alta el nombre de esa persona, y que sigas
estos cuatros pasos: Agradece, perdona, pide perdón y despídete. Decile a ese
ser querido que ya no está gracias por todo lo que me diste, gracias por todo
lo que vivimos, gracias porque me acompañaste, por todo lo que me enseñaste;
dile también perdón, perdóname porque no te dedique el tiempo necesario, porque
siempre estuve ocupado en mil cosas y no tuve tiempo para vos., porque muy
pocas veces te dije lo mucho que valías para mí, porque muy pocas veces o
ninguna te dije todo lo que te quería, lo que te amaba; te perdono por todos
tus errores, por la veces que me hiciste sufrir, por las veces que me
lastimaste, por las veces que no me dedicaste el tiempo que yo necesitaba, ni
me dijiste esas palabras que tanto esperaba escuchar, ya los olvidé te perdono;
y te digo adiós, es hora que subas a los brazos del Padre, te lo has ganado, tu
vida ha valido la pena, Él te espera para amarte en plenitud, no sabes cuanto
te voy a extrañar pero sé que ahora estas en un lugar mejor, adiós, nos vemos!!
Hay gente que es Luz. Luz que al
apagarse parece dejarnos sumidos en la más profunda oscuridad. Es entonces que
debemos recordar la chispa que esa luz encendió en nosotros. La misión de esas
personas que se atrevieron a iluminar no quedará completa hasta que nosotros
tomemos la posta, hasta que nosotros a imagen de ellos también nos atrevamos a
ser luz. Que lo que quede de nuestra vida sea una forma de decirle a nuestro
ser querido: "Así te recuerdo". "Esto fue lo que me
enseñaste". Y brillar, para que a través de nuestra luz, otras personas
también vean la luz que nuestros seres queridos nos legaron.
“Y allí tampoco existirá la
noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni las luz del sol, porque el
Señor Dios los iluminará” Ap. 22, 5