“Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron
todo lo que habían hecho y enseñado. Pero eran tantos los que iban y venían,
que ni tiempo tenían para comer. Entonces Jesús les dijo: «Vengan, vamos a un
lugar tranquilo para descansar a solas.» Y él y los apóstoles se fueron en una barca a
un lugar apartado”. Marcos 6, 30-31
Quizás estés disfrutando de unas merecidas vacaciones
después de un año intenso de mucho trabajo. Quizás todavía estás en la oficina
o en el puesto de la fábrica, soñando y planeando los días de descanso que se aproximan.
Hoy Jesús nos invita a hacer un alto en nuestra vida. Nos
dice muy cerca del oído: “vamos a un lugar tranquilo para descansar a solas”.
Nos invita a encontrarnos en su intimidad, nos invita a encontrarnos con Él.
Nos invita a descansar en Dios.
Debemos descansar del ruido intenso. No traigas tus
auriculares, deja tus oídos destapados para poder escuchar el silencio en el
que Dios habla. No tengas miedo, no huyas del silencio. Muchas veces le tememos
al silencio porque en él también nos escuchamos a nosotros mismo, y muchas
veces huimos de nosotros mismos. Antes de escuchar a Dios, tendrás que
escucharte. Una vez que te escuches, recién en ese momento tus voces se irán
apagando y una suave briza te hablará del Padre que quiere abrazarte.
Tampoco traigas tu celular último modelo. No te das cuenta
que también te distrae de las cosas importantes. Vives mirando a esa
pantallita, que no te deja mirar hacia los costados y ver a tu familia, a tu
gente, a tus amigos, a tus seres queridos. Cierra los ojos, aunque te ardan,
aunque tengas miedo. Dios quiere encontrarse con nosotros, pero necesita de
nuestra atención.
Ahora que tienes las manos libres, temblorosas e inquietas, ábrelas
con las palmas hacia arriba. Nuestro cuerpo también debe disponerse al
encuentro con Dios. Las manos abiertas deben ser el reflejo de nuestro corazón
que se abre dispuesto a recibir al Espíritu que quiere renovarnos.
Busca un lugar cómodo, quizás cerca de las plantas,
lejos del ruido. Detente unos minutos.
Escucha tu corazón. Este es el momento de decirle a Dios todo lo que te pasa. No temas en decirle sobre la
tristeza que te llena el alma por los planes que no salieron, por todos los
fracasos que viviste, por todas las situaciones dolorosas que te llenaron de
bronca, por los desencuentros que viviste con la gente que te ama, por las
veces que te sentiste incomprendido, por las veces que te sentiste no querido,
no escuchado, no amado. Mientras haces esto, pide también que el Espíritu Sano
baje como un manantial de agua cristalina y recorra cada centímetro de tu
vida llevándose los momentos tristes. Y
si tienen un nudo en la garganta, pídele que te libere de cualquier opresión
que no te deja llorar, que no te deja expresar tus sentimientos. Entonces
llora, llora de tristeza, llora por el dolor de las perdidas, llora por el
dolor de las enfermedades, y también si quieres llora de la emoción, de la
alegría de saberte escuchado por tu creador.
Cuando sientas el corazón liberado, entonces te darás cuenta
que es el momento de agradecer, por todo lo vivido bueno o malo, por la
familia, por el amor, por la salud, porque estás vivo, sí, vivo. Y si todo este
tiempo te has sentido como si estuvieras muerto en vida, es tiempo que experimentes
al Señor de la Vida.
Ven Espíritu Santo, necesito descansar. Me pesa tanto el
cuerpo, pero mucho más el alma. Quiero descansar en tu presencia y poner a tus
pies todas mis preocupaciones. Quiero sentir tu presencia que todo lo llena,
que me ilumina y me llena de calor por dentro. Te entrego mi tiempo, mi
espacio, mi vida, mi todo.
“Pero la gente que los vio partir adivinó hacia dónde iban.
Así, la gente de todos los pueblos cercanos se fue a ese lugar, y llegó antes
que Jesús y sus discípulos.” Marcos 6, 32
Y cuando hayas descansado recuerda que hay un mundo que
espera ser sanado, hay una multitud que espera que le llevemos a Cristo. Abre los ojos, dibuja una sonrisa de gratitud
por haber sido amado y lánzate a la misión, lánzate a la alegría de la
evangelización.
Andrés Obregón