sábado, 11 de mayo de 2013

Las despedidas















Un gran vacío ha quedado en la vida Sandino. La pérdida de su abuelo ha sido el hecho más doloroso que ha experimentado en su joven vida. Siente que el dolor lo desgarra por dentro. Tiene los ojos rojos de tanto llorar. Cada momento que pasa se reprocha no haber pasado el tiempo suficiente junto a él.  Se encierra en su cuarto a escuchar las canciones que le gustaban, a ver las fotos viejas. Quisiera verlo atravesar nuevamente su pieza para invitarlo a tomar uno mates...



Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán". Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban. Mc 16, 15-20

Después de cuarenta días, en que el Resucitado fue apareciendo, hoy Jesús se despide de los discípulos, es hora de regresar a la casa del Padre. Ya no puede seguir junto a ellos, su misión se ha cumplido. Podemos imaginar la congoja en el corazón de cada uno de los apóstoles, podemos imaginar la tristeza de tener que despedir a esa persona que más amaron en la vida y que los marcó para siempre. Hoy los discípulos tienen que aprender a decir adiós.
Cada uno de ellos recuerda los momentos vividos, los ratos de felicidad junto a él, la esperanza que le había transmitido con todas las enseñanzas dadas por su maestro. Nadie los había mirado como Él los miró, nadie los había tratado como Él los trató, nadie los había amado como Él la amó. Me los imagino llorando desconsoladamente.
Como duelen las despedidas, como se nos quiebra el corazón, como se nos rompe en mil pedacitos y pesamos que nunca más volverá a recuperarse. ¿Debemos llorar las despedidas? Se me viene a la memoria el pasaje en donde María Magdalena llora al costado del sepulcro de Jesús, de pronto se le aparece el maestro y este no le dice que no llore, el llanto ayuda a que el dolor fluya, ayuda a cicatrizar la herida y a consolarnos. Hacer el duelo por los seres queridos no significa “olvidar a…”, tampoco significa “dejar de amar”, ni negarse a recordar los momentos de felicidad vividos juntos. No podemos negar el dolor, ni esconderlo. Lo único que le pide Jesús es “No me retengas, todavía no he subido al Padre”. María debe darse cuenta que la muerte no es el fin, que después de las lágrimas viene la alegría de la resurrección. María debe darse cuenta que a su alrededor hay también otras personas que la necesitan. Los demás discípulos esperan la noticia, ella tiene que atreverse a levantarse y seguir camino. Quizás este proceso que se resume en una pocas líneas a nosotros nos cueste mucho más tiempo, pero no debemos retener a nuestros seres queridos, es necesario que suban al encuentro del Padre.
Así como María Magdalena, los discípulos en esta ocasión deben darse cuenta que la ascensión de Jesús no es el fin sino el comienzo de una gran aventura. Si ninguno de ellos se anima a abrirse al mundo, si ninguno de ello se anima a salir del dolor en vano fue la vida de Jesús, en vano fue su pasión y muerte. De alguna manera, ahora queda todo en sus manos. Jesús se despide, pero les deja las últimas palabras, palabras que son invitación a salir a no quedarse en el pasado, a proyectarse al futuro. Les dice: “Vayan por todo el mundo”. Deben vencer el dolor y salir al encuentro del otro, hay muchos “Jesús” por descubrir. Deben comprender que Jesús se va, pero siempre que necesiten encontrarlo podrán verlo en el hermano que sufre, en el desnudo, en el hambriento, en el encarcelado, en el marginado.
En Hechos de los Apóstoles se nos narra como ante la partida de Jesús, los discípulos se quedan mirando hacia el cielo. (Hch. 1, 11) Entonces se les aparecen dos hombres vestidos de blanco, que preguntan y casi suena a reproche: “¿Por qué siguen mirando al cielo?”. Tienen que bajar la mirada, tienen que mirar a su alrededor. Hay gente que se pasa la vida mirando al cielo, y se olvida de los demás personas que los rodean. Hay tiempo para todo, no podemos detener nuestra vida ante una perdida, cualquiera sea esta, ya sea de un ser querido que fallece o de alguien que nos deja. Debemos entregar este dolor a Jesús, él es el único capaz de sanarnos, de curarnos, de remplazar en dolor por amor. 
Si hoy estas sufriendo por una despedida, te invito a decir en voz alta el nombre de esa persona, y que sigas estos cuatros pasos: Agradece, perdona, pide perdón y despídete. Decile a ese ser querido que ya no está gracias por todo lo que me diste, gracias por todo lo que vivimos, gracias porque me acompañaste, por todo lo que me enseñaste; dile también perdón, perdóname porque no te dedique el tiempo necesario, porque siempre estuve ocupado en mil cosas y no tuve tiempo para vos., porque muy pocas veces te dije lo mucho que valías para mí, porque muy pocas veces o ninguna te dije todo lo que te quería, lo que te amaba; te perdono por todos tus errores, por la veces que me hiciste sufrir, por las veces que me lastimaste, por las veces que no me dedicaste el tiempo que yo necesitaba, ni me dijiste esas palabras que tanto esperaba escuchar, ya los olvidé te perdono; y te digo adiós, es hora que subas a los brazos del Padre, te lo has ganado, tu vida ha valido la pena, Él te espera para amarte en plenitud, no sabes cuanto te voy a extrañar pero sé que ahora estas en un lugar mejor, adiós, nos vemos!!
Hay gente que es Luz. Luz que al apagarse parece dejarnos sumidos en la más profunda oscuridad. Es entonces que debemos recordar la chispa que esa luz encendió en nosotros. La misión de esas personas que se atrevieron a iluminar no quedará completa hasta que nosotros tomemos la posta, hasta que nosotros a imagen de ellos también nos atrevamos a ser luz. Que lo que quede de nuestra vida sea una forma de decirle a nuestro ser querido: "Así te recuerdo". "Esto fue lo que me enseñaste". Y brillar, para que a través de nuestra luz, otras personas también vean la luz que nuestros seres queridos nos legaron.
“Y allí tampoco existirá la noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni las luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará” Ap. 22, 5

viernes, 10 de mayo de 2013

Mirarnos a los ojos


Se miraron a los ojos como hace tiempo no se miraban.  ¿En qué habían estado ocupados? ¿Cómo fue que estaban tan distraídos para ni siquiera mirarse con detenimiento? Hace unos años no podían pasar unas horas sin desear estar más tiempo juntos, pero ahora parecía que el fuego que sintieron ya no ardía. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y en sus bocas se atragantaron las palabras.
La luz se había cortado. La televisión ya no se interponía entre ellos. El silencio reinaba. Estaban ellos solos. Unas velas improvisadas para ver en la oscuridad. El silencio incomodaba. El momento perfecto, el instante preciso, la oportunidad necesaria para redescubrirse, para volver a encontrarse, para volver a amarse.
¿Cómo habían dejado que lo cotidiano les robara el encanto, la pasión, el deseo de jugarse el uno por el otro? Pero ahí estaban nuevamente, tendiendo puentes, acortando distancia.

En aquel tiempo, entró Jesús en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada». Lucas 10, 38-42

El amor es una decisión. La decisión de poner siempre al amado en primer lugar. María que escucha a los pies del Señor, es la imagen perfecta del enamorado, porque para ella lo más importante es escuchar a su maestro.
Marta recibe a Jesús en su casa, pero no sabe poner prioridades en su vida. Está ocupada en hacer muchas cosas, sin darse cuenta que en ese momento la prioridad es otra.
Sucede con frecuencia que el noviazgo y mucho más en el matrimonio, nos olvidamos cuales son nuestras prioridades. Nos afanamos haciendo un montón de cosas, y descuidamos lo que tendría que ser más importante para nosotros, descuidamos a nuestras parejas. Para María bastaba con tener a Jesús en su casa. Para muchos la otra persona se convierte en un trofeo que costó conseguir, pero una vez ganado lo ponen en una repisa para contemplarlo y dejan a su amor ahí llenándose de polvo.  Nos olvidamos que cada día tiene que ser una nueva conquista, nos olvidamos que cada día debe ser como la primera vez o mucho mejor, nos olvidamos de que el amor no es un trofeo que se gana de una vez y para siempre, sino que es una carrera con muchas postas.
Se trata de dedicarse un tiempo. Un tiempo de pareja. Se trata de tener un tiempo para los dos. Esto no significa mirar juntos una película, o salir a comer sin que haya una comunicación verdadera entre los dos. ¿Han visto a muchas parejas que están comiendo pero cada uno observa su celular, o mira para otro lado y durante la cena no se dirigen la palabra? Eso no es compartir tiempo. Compartir tiempo significa entrar en la intimidad del otro, es abrir el corazón para que el otro pase.
Tampoco se trata de la cantidad de tiempo. Sino de la calidad. María no puede, ni debe permanecer eternamente sentada a los pies del Maestro escuchando. También en algún momento le tocará ayudar en las tareas de la casa. También a nosotros nos tocará trabajar, limpiar la casa, cuidar a nuestros hijos, o estudiar. Tener un tiempo de calidad, no significa dejar de hacer todas esas cosas, sino que se trata de establecer prioridades, se trata de hacernos un tiempo para compartir.
A menudo escucho a parejas, novios y personas decir que no tienen tiempo. Y la verdad, es que a nadie le sobra tiempo, pero mucho menos nos va a sobrar sino planificamos nuestro tiempo. Debemos fijar un tiempo, planificarlo y respetarlo. Cuando uno quiere encuentra los medios, cuando no encuentra escusas. Hay gente que espera el momento perfecto, sin darse cuenta que se trata de tomar el tiempo que tenemos para hacerlo perfecto.
Planificar y respetar el tiempo, significa que voy a fijar mis otros planes, proyecto o tareas en función del tiempo de calidad que quiere dedicarle a mi pareja. No debo dejar que otras actividades me quiten ese tiempo preciado y necesitado. La lectura termina diciendo: “María ha elegido la parte buena, que no le será quitada”.
Cuando optamos por la mejor parte, por pasar tiempo con nuestra pareja, este tiempo de ninguna forma nos será quitado.

Andrés Nicolás Obregón 

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