Jesús dijo a sus discípulos: "Habrá señales en el sol,
en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la
angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres
desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo,
porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir
sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto,
tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.
Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las
preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes
como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.
Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha
de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre". Lc 21,
25-28. 34-36
¿Y si hoy fuera el día? ¿Y si hoy
se colapsarán las estrellas, y llegara el fin? ¿Qué haría si hoy se terminara
todo? ¿Y si hoy se precipitaran esas señales del cielo? ¿Y si hoy rugiera el
mar con violencia? ¿Y si todo esto pasara, qué me encontrará haciendo el fin?
¿En que me encontrará gastando la vida?
Todas las películas que he visto
sobre el fin del mundo, muestran la tragedia, el temor, la locura de los que se
desesperan sabiendo que ya no habrá un mañana. Pero ¿esa es la actitud que
debemos tener como cristianos ante el posible fin del mundo?
Cuándo se le pregunta a una
persona qué haría si supiera que llega el fin del mundo, la respuesta no varía,
muchos dicen: “Haría todo lo que no hice hasta ahora”. Y yo me pregunto, por
qué no aprovechar el día de hoy como si
todo acabara, como si no hubiese mañana. ¿Tenemos que esperar hasta el
fin para decirle a la persona que tenemos a nuestro lado cuanto la amamos? ¿Tenemos
que esperar hasta el fin para pedir perdón y perdonar? ¿Tenemos que esperar a
que ya no haya vuelta a tras para empezar a vivir a pleno la vida?
Pero no, vivimos la vida como si tuviésemos
comprado y asegurado el mañana, pero nadie tiene la seguridad de que habrá un
mañana. Vivimos la vida como si fuésemos eternos y dejamos todo para después,
más adelante tendremos tiempo nos decimos. Pero no, no somos eternos, no
tenemos seguro de un mañana. Debemos tomar conciencia de este hecho, no para
desesperar, sino para vivir la vida de una forma diferente.
Los primeros cristianos creían que
el fin llegaría pronto, hasta el apóstol Pablo creía que vería la segunda
venida de Jesús, y vivían cada día como si fuese único, como si fuese el
último. Pablo vivía siempre expectante, preparado, siempre con la lámpara encendida
por si llegara el final, se atrevió a
ser luz, y nunca se preocupó de que lo pasaría el mañana, confiaba en que Dios
le renovaría las fuerzas cada nuevo día. Gracias a esta actitud el mensaje de Cristo se
extendió, rápidamente. Hoy los cristianos necesitamos tener esa misma actitud,
esa misma conciencia de que somos finitos.
Jesús cuando habla del fin lo
describe como un ladrón que entra a una casa, y nos pregunta ¿alguno sabe
cuando vendrá el ladrón a robarnos? Nadie. Por eso debemos estar atentos,
porque el fin se desliza lentamente como un ladrón en la noche. ¿Y si hoy
llegara el ladrón? ¿Estamos preparados para rendir cuentas? ¿Estamos preparados
para decirle a nuestro señor en qué gastamos nuestros talentos? Y si hoy fuese
el fin ¿seríamos como esa higuera que no daba frutos?
Y si hoy fuese el fin ¿cuantas ovejas
habría en nuestro rebaño? Y si hoy fuese
el fin ¿por cuantas ovejas que se nos extraviaron tendríamos que rendir cuenta?
Hoy es el tiempo de venderlo todo
y jugarnos por esa piedra valiosa que hemos encontrado. Cuántos se pasan la
vida dudando, sin darse cuenta que Cristo es la piedra valiosa por la que vale
la pena jugársela. Hoy es el tiempo de las oportunidades, no de los excesos.
Hoy es tu tiempo, no lo gastes en
preocupaciones que no valen la pena. Cuanta gente se pone mal porque internet
le funciona lento, o porque no tiene señal, o porque no se puede comprar lo que
vio en la propaganda. Cuantas personas se molestan porque le llegan
invitaciones para eventos por Facebook que no le interesan, y hacen todo un
drama de esto. ¿Me pregunto si todos ellos se preocupan de la misma forma por
los chicos que están en la calle, o por aquellos que no tienen para comer?
Lectura de hoy nos pide que
tengamos cuidado de las cosas que nos aturden en la vida. Yo creo que nunca en
la historia de la humanidad el hombre estuvo tan aturdido por el mundo. Estamos
aturdidos, por eso pocos pueden escuchar a Dios, por eso parece que Dios ya no
habla al mundo, pero somos nosotros que ante tanto ruido no podemos escuchar.
El mundo, o mejor dicho esta sociedad de consumo, nos quiere aturdidos, para
poder manejarnos a su antojo, para decirnos que comer, que vestir, y hasta como
amar.
Pero hoy es el tiempo para
levantar la cabeza y mirar el cielo. Hoy es el tiempo para cambiar. Cuantas
cosas hay que cambiar, que vemos como naturales pero nada más alejado de lo natural.
Debemos cambiar muchos malos hábitos, debemos cambiar la forma en que comemos,
la forma en que nos movemos, hasta la forma en que caminamos.
El fin no es el fin, sino es la
llegada de la liberación. Cuando llegue el fin, llegará con ella la tan esperada
liberación. Por eso no debemos temer, sino que debemos estar expectantes y
preparados. Debemos demostrar con nuestra vida que queremos estar en la otra
vida con Cristo, debemos demostrar desde ahora que queremos abrazar a Cristo
con todas nuestras fuerzas, para que en la otra vida se cumpla. La otra vida
será la plenificación de lo que hayamos vivido en esta vida. Por eso todo lo
que queramos vivir en el más allá, lo debemos empezar a vivir en el más acá.
Por eso debemos preocuparnos por vivir una mejor vida, y hacer que los demás
vivan una mejor vida. Si yo hago de esta vida un infierno para mi y para los
demás, cómo puede esperar un cielo.
Finalmente la lectura nos llama a
la oración. Que nuestra vida sea una oración de alabanza hacia el Dios que nos
espera con los brazos abiertos, para hacer una gran fiesta.
Andrés Nicolás Obregón