domingo, 30 de septiembre de 2012

No dividir ni escandalizar...


Joaquín hace poco se incorporó a la iglesia. Es joven y tiene muchas ganas de trabajar y conocer a Cristo. Cuando los miembros de la iglesia vieron que este muchacho venía seguido, que no faltaba nunca se empezaron a disputar en qué grupo debería estar, todos quería que Juan estuviese con ellos. Él al principio se puso contento, porque por primera vez se sintió importante. Pero con el correr de los días la situación no le empezó a gustar. Se dio cuenta de cuantas divisiones había dentro de la iglesia, se dio cuenta de cuantos quería solamente aumentar el número de los integrantes de sus grupo para sobre salir, se dio cuenta que había una feroz competencia por quien tenía más autoridad.  Escandalizado, prefirió quedarse en su casa donde estaba más tranquilo y tenía menos problemas.

Juan dijo a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros". Pero Jesús les dijo: "No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros. Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos al infierno, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies al infierno. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga". Mc 9, 38-43. 45. 47-48


¡Con qué facilidad condenamos a los demás que no son de los nuestros! ¡Con qué facilidad dividimos, etiquetamos, separamos! Incluso en la misma Iglesia a la que pertenecemos, nos pasamos diciendo: “yo soy de este grupo, yo soy de este movimiento, nosotros tenemos al Espíritu Santo, nosotros si sabemos orar no como los demás, en nuestros grupos hay sanaciones, nuestro grupo hace cosas, trabaja por los que menos tienen no como los demás”. ¡Cuántas divisiones existen que son motivos de odios y rencores! Si nos diéramos cuenta que pertenecemos a la misma familia, a la familia de los hijos de Dios, que distinto sería el mundo.
En este tiempo que escuchamos hablar tanto de los monopolios, la palabra de hoy nos invita a reflexionar sobre el monopolio de la fe. Tenemos que tener mucho cuidado de aquellos que nos dicen que en su iglesia solo está Cristo. Decir esto es empequeñecer a Cristo. Tenemos que aceptar que Cristo ha venido a salvar a todos los hombres aún a aquellos que no han conocido el bautismo cristiano pero que con buena voluntad están cumpliendo su religión entendida a su manera.
Si pensamos que solamente los miembros de nuestra iglesia se van a salvar, estamos equivocados… ¿No estaremos pecando de soberbia? A los apóstoles no les importaba que los demás actuasen en nombre de Jesús, no les importa que hiciesen milagros en nombre de Jesús. A ellos lo único que les importaba es que no pertenecieran a su equipo, eran incapaces de ver que Jesús se comparte y se da a todos, que no tienen la exclusividad de Cristo. Lo importante es la relación con Jesús. Si los cristianos dejáramos de competir entre nosotros y nos uniéramos, qué distinto sería el mundo. Si alguien en nuestra iglesia divide en vez de unir, separa en vez de acercar, entonces no está viviendo el evangelio. 
¿Y cuales son los riesgos de los monopolios? El riesgo es creer que nosotros tenemos la única verdad, el riesgo es querer imponer nuestro punto de vista, el riesgo es acallar la diversidad y la voz de los demás que piensan diferentes. Por eso debemos luchar contra cualquier tipo de monopolio, sobre todo del monopolio de la fe. Toda exclusión no viene de Dios. Dios acepta a todos.
La lectura de hoy también nos habla de escandalizar a los pequeños. ¡Qué espectáculo bochornoso damos los cristianos cuando nos peleamos entre nosotros! No nos damos cuenta que con nuestras peleas estamos escandalizando a los que recién comienzan en su camino de fe, no nos damos cuenta que es un antitestimonio que en vez de acercar a las personas que están afuera, las repele y a la vez también expulsa a los que ya están dentro.  ¿Quién querrá estar en nuestra iglesia si solamente hay peleas? ¿Quién se unirá a nosotros si solamente hay competencias? Debemos cuidar la fe de los pequeños, debemos cuidar a los pequeños, debemos estar junto a los más débiles.
Por último, ¿qué sentimientos nos produce el que una persona pierda un ojo, o una mano, o una pierna? ¿Qué sentimientos nos produce si es esa misma persona la que se lastima o se arranca los miembros de sus cuerpo? Seguramente, es una imagen desagradable, repulsiva, no entra en nuestra cabeza que alguien atente de esta forma contra su propio cuerpo. En la lectura de hoy, Jesús no quiere decir literalmente que nos cortemos las manos si están son ocasión de pecado. Jesús quiere decirnos que debemos sentir ese mismo rechazo, esa misma repulsión hacia el pecado, como si nos cortáramos o perdiéramos una parte de nuestro cuerpo. ¿Sentimos lo mismo cuando pecamos? ¿Alguno se atrevería a sacarse el ojo? Sin embargo muchos de nosotros nos atrevemos a pecar sin el menor remordimiento a veces.
Pidamos a Dios que nos ayude a estar unidos, a sumar fuerzas, a trabajar juntos. Eso es lo que quiere Dios, eso es lo que pide Jesús en la última cena antes de ser crucificado: ¡Que todos sean uno para que el mundo crea!

Andrés Nicolás Obregón

domingo, 23 de septiembre de 2012

Un niño en medio nuestro


Esteban y Susana se casaron hace unos años. Sus vidas giraban en torno a sus trabajos, sus estudios y su relación. Los dos eran personas muy independientes, les gustaba viajar, hacer cosas, participar en eventos, se sentían libres. Pero a la vez tenían muchas ganas de tener un hijo, aunque la idea les provocaba muchos miedos, sobre todo tenían miedo a perder esa independencia de la que gozaban estando solo, esa libertad que se vería limitada al tener a un niño tan pequeño que les consumiría tiempo y dinero.
Pero el deseo por una nueva vida, el deseo de que su amor dé frutos fue más fuerte, y pronto Dios puso en medio de ellos, en medio de sus vidas,  un hijo. Aunque sabían que sus vidas ya no serían las mismas, aceptaron el desafío.


Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará". Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?". Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos". Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquél que me ha enviado". Mc 9, 30-37

En la palabra de hoy, Jesús hace un gesto de mucha ternura. Toma un niño, lo pone en medio de todos y lo abraza. ¡Que gesto tan simple y tan profundo! En la palabra de hoy, Jesús nos invita a poner la mirada en los niños para que podamos aprender.
Hace poco con mi esposa hemos recibido a nuestra primer hija, se llama Ema. Dios la puso en medio nuestro. ¡Que frágil que es la vida! Esa es la primera enseñanza de Jesús. Aquel que quiera ser primero, antes debe aprender a cuidar la vida, a defender la fragilidad de los más débiles de los más vulnerables, de los más pobres. En estos días he escuchado y leído tantos comentarios llenos de odios acerca de las personas que tienen planes sociales, de aquellos que tienen planes de trabajos. Pero la pregunta es: ¿ellos tienen la culpa? ¿Ellos son los responsables de que en vez de un trabajo digno se les de un plan que los mantiene cautivos de los políticos de turno? ¿No deberíamos defenderlos porque ellos son los débiles que son usados, aprovechándose de sus necesidades más básicas?
Con la llegada de Ema, sentimos una gran alegría, pero también un gran desconcierto. No sabíamos muy bien qué hacer, cómo cuidarla, cómo tratarla, cómo acostarla. Era un mundo nuevo. La invitación era a no quedarnos solos, a pedir consejos, a buscar gente que nos acompañe en esta tarea. Como cristianos no podemos encarar nuestras tareas, nuestros apostolados como simples individuos, debemos trabajar juntos en comunidad. Hay muchos cristianos que no saben trabajar en grupo, cristianos que quieren hacer todo ellos solos. Debemos tener la humildad de decir: no lo sé todo, no puedo todo yo, necesito tu ayuda, necesito que estés a mi lado. Qué difícil pedir ayuda, porque nos creemos autosuficientes.
Y hablando de los niños, dicen que los únicos que dicen la verdad son los borrachos y los niños. A veces pensamos que ser humildes es menospreciarse, hacerse el pobrecito, pero nada más equivocado que esto. Ser humildes es decir la verdad, como la dicen los niños, que muchas veces no tienen filtros. Si pensamos que una persona es humilde porque dice: “yo no soy nada, no valgo para nada, yo no puedo”, eso no es ser humilde. Hay que decir la verdad: somos algo, valemos tanto que Cristo se entrego por nosotros, si nos proponemos una meta podemos alcanzarla. Eso es se humilde, saber reconocer verdaderamente lo que somos.
Cuando Ema tiene hambre llora, cuando quiere algo se hace entender, sabe reclamar incansablemente lo que desea. En ese sentido los cristianos debemos parecernos más a un niño, en reclamar sin cansarnos lo que corresponde, lo que es justo. En luchar sin cansarnos para mejorar el mundo en que vivimos.
Con la llegada de Ema nos dimos cuenta que hay momentos de grandes alegrías, pero también están esos momentos en que por ejemplo hay que cambiar los pañales, esos momentos en que se enferman, esos días en que lloran y uno no puede saber qué les duele. Debemos aprender como cristianos en que hay cosas que no nos va a gustar hacer, pero que debemos hacerlas igual. Debemos aceptar esos momentos de plenitud, pero también debemos aceptar esos momentos en que las cosas no andan bien. Pero es el amor el que nos tiene que mover, es el amor el que nos tiene que movilizar para seguir adelante.
Dice la palabra que los discípulos temían hacer preguntas. ¿Usted ha escuchado a algún niño que tema hacer una pregunta? La niñez es la etapa de la curiosidad, la etapa en donde se está descubriendo el mundo. Incluso son capaz de preguntar las cosas más difíciles, las cosas que más pudor nos causan a los adultos. Y sobre todos son capaces de preguntar aquellas cosas que nunca nos preguntamos porque están viendo el mundo por primera vez, y no se han acostumbrado a él. Como cristianos debemos saber hacernos preguntas, los discípulos no preguntaban porque no querían asumir lo que Cristo les estaba contando, no querían asumir que les esperaba el dolor y la muerte, por eso prefieren el silencio antes que ahondar en ese misterio tan profundo como es la resurrección. La actitud de Jesús es otra y él si es capaz de preguntar, los interroga diciéndoles:  “¿De qué hablaban en el camino?”
Si queremos ser los primeros, debemos comportarnos como niños. Un niño cree ciegamente en la palabra de sus padres, para ellos sus padres son como dioses. Así debemos debe ser nuestra fe en Dios. Cuando el niño crece se va desilusionando porque los padres no eran como los habíamos idealizados. Pero Dios nunca nos desilusiona, y si nos desilusionamos de Dios es porque en realidad teníamos una imagen equivocada acerca de él.
Si queremos ser los primero, debemos hacernos últimos. Esa es la invitación. Pongamos a un niño en medio de nuestras vidas, en nuestros corazones para poder aprender que significa ser humildes, que significa ser pequeños.
Cuando Ema duerme, trasmite una paz increíble. Esa paz debemos buscar los cristianos en nuestras vidas, esa es la paz que solamente nos da Dios. 

Andrés Nicolás Obregón

sábado, 15 de septiembre de 2012

Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?".



De niño le dijeron que se portara bien porque si no Dios lo iba a castigar. En la Iglesia le dijeron que Dios tenía anotados todos sus pecados para reclamárselo en el día del juicio. En la escuela le dijeron que Dios no existía, que era una idea inventada. Cuando preguntó quién era entonces Jesús, le dijeron que era un loco, que no era el hijo de Dios y que nunca había resucitado. En un documental en la tele, escucho que el cristianismo fue un invento de un emperador romano hace mucho tiempo. En otras religiones le dijeron que Jesús era solamente un maestro espiritual. Otros les dijeron que fue un simple profeta. Otros le dijeron que Jesús se le había aparecido a los aborígenes de América, antes de la llegada de Colón. También le dijeron que Dios da y quita, que pone pruebas a aquellos que lo siguen, que para que te de algo había que hacer un sacrificio…

Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas". "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro respondió: "Tú eres el Mesías". Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará". Mc 8, 27-35

¡Cuántas cosas se escuchan sobre Dios! ¡Cuántas más se escuchan sobre Jesús! ¿Se pusieron a pensar alguna vez en todo lo que se dice? Nuestros tiempos no son muy diferentes a los tiempos de Jesús que les pregunta a los discípulos: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Hay muchas voces que intentan confundirnos, que intentan convencernos que estamos equivocados. Parece que nunca vamos a poder librarnos de ellas y tendremos que aprender a convivir con todas esas voces. Pero no importan tanto lo que la gente piense o diga. Lo importante es lo que nosotros creamos, por eso Jesús vuelve a hacer una pregunta pero esta vez más personal: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?".
Claro está que muchos de nosotros, que ya recibimos formación religiosa, diríamos sin dudar como Pedro: “Tu eres el mesías”.  Aunque la pregunta de Jesús encierra mayor profundidad. Nos está preguntando que imagen de él transmitimos con nuestras acciones cotidianas, con nuestros actos, con nuestras actitudes. Por eso, Pedro muestra la contradicción que muchos cristianos tenemos, por un lado hablamos de Jesús con pasión y por el otro con nuestras acciones demostramos todo lo contrario.
Cuando vemos un edificio bien construido, enseguida nos pensamos en el buen arquitecto que lo construyo. Cuando vemos a una persona bien educada, pensamos en los padres que lo criaron. Cuando nos mostramos como cristianos que se viven peleando, viven discutiendo, nunca se ponen de acuerdo: ¿Qué Dios pensará la gente que tenemos? Entonces ¿Qué imagen transmitimos de dios? ¿Cuándo la gente nos mira, que Dios se trasluce a través de nuestras acciones?
¿Cuándo vemos pastores, sacerdotes, maestros espirituales que nunca se acercan a la gente, que nunca están junto al pueblo, que esperan que vayamos hacía ellos, que predican desde sus lugares en donde esta bien acomodados y pasan una buena vida, que imagen de Dios muestran?
El mensaje de Jesús es fácil, si aceptas lo bueno que tiene seguirme también tenés que aceptar lo negativo. Nos repite: si aceptas la gloria, no te olvides que hay que pasar por la cruz. Lo que no es fácil es aceptarlo, ponerlo en práctica. Nos acostumbramos rápidamente a las cosas buenas de la iglesia, de cierta forma nos sentimos cómodos y protegidos. Y eso está muy bien. Pero eso solo no es ser cristiano, debemos denunciar todo lo que está mal, aunque nos persigan. Debemos reclamar los derechos de quienes no pueden reclamar. Debemos estar con los que sufren, con los que están solos, con los que no pueden ir a la iglesia, con los que no quieren ir a la iglesia, con los que quedaron fuera de la iglesia. Todo eso es ser cristiano, y si Dios quiere en un momento de nuestra existencia dar la vida por cristo. Todo eso es ser cristiano. Aunque no nos guste. Aunque nos gustaría hacer como Pedro, llevar a parte a Jesús y decirle: ¡Vos estás loco! ¡Qué decis! ¡Eso es imposible! Nos gusta estar cómodos en nuestras iglesias esperando que las ovejas perdidas vuelvan solas. Aunque cualquier pastor sabe, que es muy difícil que una oveja que se perdió vuelva sola, y que si no se la busca inmediatamente se las come el lobo. Lo que pasa, como dice Jesús: ¡Nuestros pensamientos no son los de Dios, sino de los hombre!
Pero antes de vivir todo esto, debemos primero acercarnos a Jesús, porque se podrán decir muchas cosas acerca de Dios o de Jesús, pero es obligatorio que nosotros mismos hagamos nuestro camino de descubrimiento, es necesario que tengamos nuestra propia experiencia. No les pasó algunas veces que alguien le contó acerca de una película, y cuando por fin la pudimos ver no era ni parecido a lo que nos contaron. Nuestra experiencia es importantísima. Quien no tiene experiencia de Dios solo hablará de él en forma teórica. Estamos invitados a encontrarnos cara a cara con Dios. Pero ojo, cuando nos acercamos a Él que es luz, será inevitable que se vean cosas que no queremos ver, será inevitable que tengamos que enfrentarnos primero cara a cara con lo que verdaderamente somos, con nuestras debilidades y miseria, con nuestros dones y cualidades.  
Esta es la invitación de este domingo acercarnos cada vez más, para conocer a Dios cada vez más: con la mente, y sobre todo con el corazón. Y algún día podamos decir con nuestros testimonio: Dios es amor!

domingo, 9 de septiembre de 2012

Ábrete


Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Ábrete". Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos". Mc 7, 31-37

Hoy la lectura nos invitan a fijar la mirada y la reflexión en dos personajes: El sordomudo y Jesús. El primero es la imagen del hombre esclavizado, de la persona marginada: no oye, no habla, no se puede comunicar. Signo de una verdadera esclavitud. Jesús es la imagen de la libertad, pues tocándoles las orejas y la lengua, lo libera.
Cristo toca la realidad del sordomudo. No se limita a decir alguna que otra palabra. Que importante habrá sido para ese sordomudo que alguien tuviera la compasión y el amor de tocarlo. Hasta los animales necesitan ser tocados, con muchas caricias. Quien tuvo alguna vez una mascota se habrá dado cuenta que se enloquecen buscando el contacto físico. Pensar que hay muchas personas que no tocan a sus hijos, que nunca les hacen una caricia o le dan un abrazo, o se detienen a darles un beso. Cuantos adultos que sufren esa carencia de la niñez, que tienen problemas para relacionarse con los demás, que fracasan en sus noviazgos o en sus matrimonios, porque no han sido sanados de la falta de afecto físico. Y ante esta realidad Cristo nos demuestra que tenemos que superar los miedos, que tenemos que acercarnos a nuestro prójimo venciendo esta barrera. ¡Qué necesitados los niños de la calle de un afecto físico sincero, sin dobles intenciones! ¡Qué terrible que algunos solo reciben cachetadas, golpes, o violaciones!
Jesús nos demuestra que es a todo el hombre al que hay que salvar; alma y cuerpo, corazón y espíritu, trascendencia y temporalidad. Lamentablemente, vivimos en una sociedad que nos obliga a ser individualista y a una religión que nos educa solo espiritualmente. Donde se nos enseñaba: que había que salvar nuestra alma y no que no nos importe lo demás. Le decimos al que sufre: "Paciencia, sufre ahora y ya vendrá el cielo". ¡No!, no puede ser eso, eso no es salvar, no es la salvación que Cristo trajo. La salvación que Cristo trae es la salvación de todas las esclavitudes que oprimen al hombre.  Debemos trabajar para romper las cadenas de estas personas que viven bajo tantas opresiones y esclavitudes: como el miedo que esclaviza los corazones; la enfermedad que oprime los cuerpos, la tristeza, la preocupación, el terror que oprime nuestra libertad y nuestra vida. ¡Por ahí hay que comenzar!...
Hay muchas esclavitudes que romper, pero hoy quiero hacer hincapié en una: la esclavitud del clientelismo político. Hay que romper con la esclavitud de aquel que se humilla para que un político le de un poco de comida, o un trabajo, o algunas chapas para su casita. Y que luego tenga que vivir esclavizado yendo a marchas y actos políticos, obligado a participar para pagar todo lo que se le dio, cuando muchas de esas cosas son un derecho que tienen como ciudadanos.  ¿No les parece una esclavitud, que verdaderamente humilla?
Pero para liberar a las personas debemos repetir el gesto humilde de Jesús, Él levanta la mirada al cielo, sabe que su fuerza y su poder vienen de lo alto. Nos enseña que para liberar debemos recordar que no somos nosotros los que liberamos, que no somos nosotros los que sanamos, que es Dios el que actúa a través nuestro.
Para liberar no hace falta grandes shows, no hace falta grandes espectáculos de música y luces. Así nos enseña Jesús, al llevarse a solas al sordomudo. Jesús no necesita propaganda, no necesita que la gente vea que hace grandes obras, no necesita cadenas nacionales para demostrar que puede hacer tanto bien. Jesús respeta la intimidad del sordomudo, no lo expone ante la gente. Sin embargo la gente sabe reconocer y termina diciendo: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos". Debemos aprender de esta actitud. No hace falta divulgarlo, ni anunciar  a los cuatro vientos el bien que se hace, si somos buenos, si hacemos grandes obras la misma gente sabrá reconocerlo, sabrá valorarlos, porque aunque no nos parezca la gente es agradecida.
Esta semana se hablo mucho de esos líderes espirituales que andan dando vueltas. Debemos dudar de todo aquel que hace un show de las sanaciones o liberaciones que promueven. Debemos saber que el verdadero y sabio maestro es aquel capaz de dar la vida por los demás. Esa persona que sea capaz de tanto verdaderamente es digna de admiración. Por eso no debemos confundirnos con modas pasajeras, con supuestos maestros espirituales.
Hoy la lectura también nos invita a poner la mirada en nuestras vidas. Debemos preguntarnos que necesitamos que nos sane Jesús  hoy. Debemos preguntarnos que quiere Dios que escuchemos, y no oímos porque estamos sordos. Hoy Dios quiere hablarnos pero primero quiere sanar nuestro oídos. También debemos preguntarnos que nos envía a anunciar Jesús, que cosas nos callamos como mudos y no estamos diciendo, que verdades están atragantadas en nuestra garganta y no nos atrevemos a anunciar por miedo.
Hoy señor Jesús te pido que me sanes porque muchas veces no te escucho, porque muchas veces no te anuncio. Hoy te pido señor que me sanes de mi individualismo porque muchas veces no escucho a los necesitado y a veces ni a mi propia familia, porque también muchas veces tengo la boca cerrada para decir un te quiere, un te amo, un te necesito a nuestros hijos, a nuestros padres o esposa. Hoy Jesús te pido que me liberes de todos esos ruidos que no me dejan escucharte, te pido también que me liberes de todas esas personas que me hacen mal y ahogan mi voz, y no me dejan ser libre para poder expresarme. Sáname Señor solo vos podés hacerlo. Sáname Señor quiero escuchar tu voz diciéndome: Efatá, ábrete!!

Andrés Nicolás Obregón

domingo, 2 de septiembre de 2012

Lavarse las manos


Hace unos años invite a un amigo a un retiro. A las pocas horas de haber comenzado el retiro me llaman para avisarme que este amigo se había ido. Al enterarme fui hasta su casa para saber qué había pasado. Entonces él me contó que en el retiro le habían empezado a hablar de que había que sacarse las mascaras, que había que mostrarse tal cual era, dijeron que había que ser sincero. Entonces me comentó que en ese momento empezó a sentirse mal. Y ya no quería quedarse.

Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras, de la vajilla de bronce y de las camas. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?". Él les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos'. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres". Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre". Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23

A menudo pensamos que lo malo está afuera. Vivimos culpando a los demás de los errores que cometemos. Ellos son los culpables. Ellos son los que me empujan a pecar. A menudo la culpa la tiene la tele, los diarios, la calle, los amigos con los que nos juntamos, las revistas que leemos, las paginas de internet que miramos. Pero nunca ponemos el foco de atención en nuestra propia vida, en nosotros mismos.
Siempre me pregunto por qué hay poca gente que se anima a hacer retiros espirituales. Y cuando reflexiono sobre la actitud de mi amigo me doy cuenta que no lo hace porque tienen miedo. ¿A qué? Miedo encontrarse ellos mismos. Miedo a mirar su interior, a ver y analizar todas las decisiones que han tomado su vida. Miedo a  aceptar los errores y pecados que vienen cargando de hace tiempo. Miedo a reconocer todas las miserias que hay en su vida.  Con mi esposa trabajamos en los encuentros para novios. Invitamos a muchas parejas, pero son muy pocas las que se animan. Muchos tienen miedo a darse cuenta que están con la persona equivocada, tienen miedo a entrar en la profundidad de su pareja. Prefieren la paz cualquier precio. No pueden examinar su propia vida. Es mejor ir al cine, ver una peli, que hablar de lo que les está pasando, de lo que está sintiendo.
Como dice Jesús, no es impuro lo que entra por la boca, sino lo que habita de la boca para dentro. Y no hay otra: para encontrarse con Dios el primer paso es encontrarse con uno mismo. Por eso si estás buscando a Dios lo primero que debes hacer es iniciar una búsqueda interior, un meterse en un mismo, un recorrer por los pasillos de la memoria que nos siempre está limpios, un revolver la inmundicia que fuimos ocultando debajo de nuestras alfombras.
La gente no hace retiros porque tiene miedo de encontrarse con lo que verdaderamente es. Por eso se escapa de todo lo que puede hacerle ver sus propios errores. Incluso hay muchas personas que tienen miedo de ir al psicólogo, porque lo que este profesional busca hacer es que el paciente se haga cargo de su propia vida, de su pasado con todas las heridas que este pueda tener.
Cuando somos capaces de mirar nuestro interior, de reconocernos tal cual somos, recién ahí puede empezar el proceso de sanación. Solo entonces podemos empezar a limpiar nuestro corazón. Para agradar a Dios hay que buscar la pureza del corazón. Para encontrarlo debemos buscar primero en nuestro corazón. Esa es la invitación.
Dios es luz. Es inevitable que al acércanos quedaran expuestas cosas de nuestras vidas que no queremos mostrar. Pero a medida que nos acerquemos esa luz se irá haciendo tan intensa que consumirá todo lo malo que hay en nosotros.
Los fariseos estaban convencidos que con todas esas practicas exteriores podían agradar a dios, que todas esas practicas los hacían mejores. Pero no son las prácticas o las costumbres lo que nos hace mejores o peores. Son las intenciones con las que hacemos las cosas. Yo me puedo acercar a Dios de rodilla, quizás hasta pueda postrarme, pero si mi corazón no está limpio y no tengo intenciones de cambiar, de nada sirve. Dios quiere habitar en tu corazón, ahí es en donde a él le gusta estar. 

Etiquetas

Lucas Juan amor Marcos 6 Marcos 1 embarazo juan 20 alcoholismo autoengaño desilución despreciado esclavitudes navidad paralisis resurrección Agua Viva Corintios Jeremías Juan 1 Juan 10 Lucas 9 Marcos 10 Marcos 7 Marcos 9 Mateo 25 Samuel bautismo creer en uno mismo cuentos culpa duelo fe imperfecto indiferencia intenta juan 15 lágrimas mediocres noviazgo oportunidad padre misericordioso parto pastor permanecer robo soledad testimonio tranquilidad violencia 1 Corintios 10 1 Juan 1 1 Juan 5 1 Pedro 4 2 tesalonicenses 3 Apocalipsis 22 Constanza Cordero David Deuteronomio 32 Elías Emaús Evangelio de Andrés Ezequiel Génesis Génesis 1 Hebreos 12 Hechos Hijo Prodigo Isaias 49 Isaias 66 Jesús Adrían Romero José Juan 6 Juan 16 Juan 2 Juan 6 Lacas 1 Lucas 1 Lucas 10 Lucas 13 Lucas 15 Lucas 18 Lucas 19 Lucas 21 Luz Marcos 12 Marcos 16 Marcos 2 Marcos 4 Marcos 5 Marcos 8 Mateo Mateo 13 Mateo 14 Mateo 28 Mateo 3 Oseas 11 Pedro Rey Romano 13 Romanos 2 Salmo 17 Samaritana Tomás Zaqueo aborto agradecido anuncio apocalipsis atesorar año nuevo basura cambio de aceite carrera chicos de la calle comercio comida compartir creer decisión desafío descanso deseo despedidas difícil discernimiento dolares dolor domingo de ramos droga enamoramiento enojo escandalo escuela esfuerzo espíritu estigmas fallecimiento fama filipenses fin del mundo frutos futuro gloria hambre higuera huelga humildad impureza incredulo insistencia inundados joven rico juan 12 juan 3 justicia jóvenes llamado llenarnos de Dios llorar lucas 24 madre madurar marginado matrimonio mesías miedo milagros monopolios movimiento muerte multiplicación murmurar niño noche novios oración palabras de afirmación pan pasado pasión pecado peces y panes perdon prejucios presencia profeta prostitución prójimo robar rápido sacrificio salvación samaritano sanación semilla servicio señales silencio sin sentido sindicatos sordomudo sueños suicidio talitá kum templo tocar trabajo unión vasijas vid vida vivir vocación volver a empezar última cena