lunes, 25 de junio de 2012

¿Qué llegará a ser este niño?


Natalia tiene 15 años, como otras tantas niñas. Está de novia con Pedro, que tiene 17 años, como tantos otros jóvenes. Ella tiene un atraso de más de un mes. Siente que algo está pasando en su pequeño cuerpo. Hace poco decidió hacerse un test de embarazo que resultó positivo.
Pedro también sospechaba que algo pasaba al verla tan inquieta. Pronto Natalia le comunicó la “mala” noticia. Ninguno de los dos está contento. Han pedido consejos, a amigos y hermanos: A Pedro le han aconsejado sus “amigos” que la abandone, que cómo se va hacer cargo de semejantes obligaciones, que es muy joven para ocuparse de un niño.
A Natalia le han dicho casi lo mismo… acompañada con una amiga, decidirá abortar el niño.

“Llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Éste pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados, y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.” Lc 1, 57-66. 80

 Quiero empezar esta reflexión con la pregunta que se hacía la gente ante el nacimiento de Juan, todos se decían asombrados: "¿Qué llegará a ser este niño?
Cuantas expectativas se generan en torno a un nacimiento. Cuantos sueños comienzan a concretarse y a la vez cuantos miedos empiezan a gestarse.
Pero en algunos casos, los más desafortunados, cuantas voces se levantan cuando ese niño no había sido esperado. Hoy quiero hablarte a vos, que quizás estas pasando por esa situación, que quizás estés pensando que ese niño vino a arruinarte la vida, que no estaba en tus planes, que no quieres tenerlo. Quiero que tan solo te plantees esa misma pregunta: ¿Qué llegará a ser este niño?
Creo que cualquier niño guarda un infinito potencial. Con su destrucción se destruye todo eso, se niega la existencia, se borra una nueva alternativa para el mundo. Pareceré exagerado, pero no creerlo es no creer también en cada joven, en cada persona, en vos que me escuchas, y a la vez es no creer en mí mismo.
Te propongo que mires un poco a María y a José. Hemos escuchado tantas veces sus historias que no nos damos cuenta de todo lo que tuvieron que pasar para que Jesús naciera. Ella tenía aproximadamente 15 años. Estaba comprometida con José. Eran pobres. Él trabajaba de carpintero. Ninguno de los dos esperaba la noticia. Aunque no se hicieron un test, se enteraron pronto que ella estaba embarazada (Lc. 1, 31).
María tenía un montón de razones para negarse a tener ese hijo. Primero que era muy joven, segundo que esperaba casarse. Pero esto no era todo, el embarazo ponía en riesgo su vida; su religión y su cultura castigaban con la muerte a aquellas mujeres que tenían hijos antes de casarse.
José tenía un montón de razones para negarse a tener a ese hijo. La principal: estaba seguro que ese niño no era de él. Por eso, pensaba abandonarla en secreto… (Mt. 1, 19)
Sin embargo, María y José se jugaron la vida por ese niño que crecía en el vientre de la pequeña. Superaron cualquier dificultad. Sabían también que ese niño traía una gran promesa, una gran noticia, un infinito potencial.
Qué hubiese sido del mundo si ellos no se hubiesen jugado por la vida, si no hubiesen optado por dar a luz a esa nueva vida. Tal vez hoy no veas la solución, tal vez hoy te encuentres en una profunda oscuridad. Pero debes creer en ese niño que llevas dentro, debes darle una oportunidad de vivir. ¿Acaso no te la dieron a vos? ¿Acaso alguien no defendió tu vida? ¿No luchó alguien para que estuvieras hoy aquí?
Y si nadie luchó por vos, si te enteraste que no quisieron tenerte, que tampoco fuiste planeada, tampoco fuiste querida, quiero que sepas que si existes es porque Dios te soñó, que Dios te planeo, que te acompaño a superar todas las adversidades de la vida, todas las dificultades. Ante tantas situaciones de muerte, ante tantos que mueren, si estas viva, es porque alguien te está cuidando, alguien te esta acompañando, alguien está luchando por vos para que tengas vida. Y ese alguien es Dios, nuestro padre que nos ama, que no nos deja solos.  Miremos también a Isabel, ya en su vejez embarazada. Que locura. Se imaginan a una anciana embarazada. Todos los riesgos por los que habrá tenido que pasar, tantas preocupaciones. Pero junto a su marido, ellos creían en ese niño, soñaban lo mejor para él. Y Dios también soñó lo mejor para Juan. Tenía que abrir paso al cordero de Dios.
Hoy tienes la vida de tu hijo en tus manos. Hoy tienes la decisión de jugarte por la vida. Acaricia ese sueño, sueña a lo grande para que ese niño supere todas las adversidades.
Y si ya tomaste la desición, y si llegué tarde con este mensaje, no quiero que seas tarde para que sepas que Dios te sigue amando, a pesar de lo que puedas haber hecho. Él te ama, y quiere lo mejor para vos. Él te ama. Te ama. Dejate amar. Él te va a sanar todas las heridas que tengas. Dejalas en sus manos. Ponle nombre a ese niño que no puedo ser, y déjalo partir a la casa del padre.
Como jóvenes debemos defender la vida. Ese principio debe guiar nuestras acciones y decisiones. Siempre existieron, existen y existirán un montón de impedimentos y dificultades que atenten contra la vida; así como también muchas excusas, viejas y nuevas, que pretendan justificar una muerte, pero justificarla permite justificar cualquier muerte, incluso la nuestra.

domingo, 17 de junio de 2012

La semilla y la rapidez.


Jesús decía a sus discípulos: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha". También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra". Y con muchas parábolas como éstas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo. Mc 4, 26-34

Que actual es la lectura de la semilla que crece por si sola, que mensaje para una sociedad cada vez más apurada,  para una sociedad que valora solo la rapidez. Vivimos apurados, no tenemos tiempo para nada. Aquel que camina lento es mirado con malos ojos.  Los invito a quedarse unos segundos más parado con el auto frente al semáforo después de que se haya puesto en verde. Ya escucho las bocinas de los autos, apurados por llegar a destino. Piensen en las rutas, todos esos autos que van haciendo zic zac, yendo a toda velocidad, haciendo señales de luces para que los dejen pasar. La mayoría de los accidentes de transito deben ser por esos que andan a mil, sin preocuparse por la vida de los demás. Y tan rápido anda la sociedad, que no podemos escapar a este movimiento que nos obliga a correr. Cuantas veces en las colas de los supermercados nos ponemos en la caja rápida, y cuando se tarda un poquito nos decimos: “al final no era tan rápida”. 
Comemos apurados, ya ni disfrutamos el sabor de lo que comemos, se trata de tragar y listo. Hoy triunfan las comidas rápidas, las hamburguesas hechas en segundos.  Pobre de aquel que se le ocurra traernos la comida tarde, lo comemos a él.
Hasta queremos tener un gran físico sin esfuerzo, compramos máquinas que nos tonifiquen los músculos, pero no queremos movernos ni un poquito. Es obvio que todo es una mentira, pero hay muchos que se la creen y compran esos aparatos para verse mejor, para verse como el modelo de la propaganda, que a lo mejor nunca uso ese aparato, sino que se pasa horas en el gimnasio.
Cuantos disgustos hemos tenido frente a la computadora, cuando tardaba unos segundos más de los que esperamos. Cuando el video que queremos ver tarda en cargarse. Algunos son capaces de romper hasta la computadora de la desesperación.
Hasta los partos queremos que sean rápidos, mientras más rápido mejor. Que dure unos instantes, y mientras menos dolor mucho mejor. Hoy son muchas las que prefieren que les hagan cesárea. Pronto desearíamos que tener un bebe tarde menos de 9 meses, ya me imagino algunas madres queriendo que le practiquen cesareas a los 7 meses para no aguantar más. Pero no es que uno haga estas cosas por maldad, sino que somos parte de una sociedad que premia la rapidez, que vende rapidez. 
Nos quejamos que los chicos vienen cada vez más vivos. Me sorprende escuchar a muchos mayores que les preguntan a los niños si ya tienen novia o novio. Y ellos en su pequeña cabeza deben pensar que si le preguntan eso debe ser porque hay que tener novio. No me imagino a nuestros abuelos preguntándole a su hijos que si ya a los cuatros años tienen novio, ni se le hubiese ocurrido. Somos los adultos que quemamos los procesos de los más pequeños, los apuramos para que crezca, los vestimos como si fueran grandes. Cuantas nenas se siguen vistiendo con esos vestiditos tan lindos.  Cuantos niños siguen jugando como niños.
Hoy todo tiene que ser rápido e instantáneo. No podemos esperar. Decimos que queremos ganar tiempo para hacer otras cosas, cosas que nos gustan, pero al final de todo no terminamos haciendo nada de eso.
Hasta nuestras relaciones con las personas queremos que sean rápidas, que impliquen poco compromiso, que impliquen poco esfuerzo. Queremos tener a todos a nuestros amigos en Facebook, pero cuando vemos que hay personas conectadas ni las saludamos. Las pasamos por alto, miramos un ratito y listo.
Con Dios nos pasa lo mismo queremos un dios instantáneo, que nos de satisfacción inmediata, o  que nos devuelvan el dinero. Pagamos y damos todo lo que tenemos por milagros, los buscamos y recorremos kilómetros, buscando a aquel que nos de la solución inmediata.
Hagamos un ejercicio, plantemos una semilla. Reguémosla, cuidémosla, pero por más que nos esforcemos para que crezca más rápido, la semilla se tomará su tiempo, respetará un proceso natural, proceso que muchas veces las personas queremos saltarnos. Empecemos a respetar los procesos naturales, que los niños sigan siendo niños y se ocupen de las cosas de niños. Dediquemos tiempo de calidad a nuestras relaciones, eso es lo que el mundo necesita. No se trata de cuanto tiempo le dediquemos a alguien, sino que ese tiempo aunque sea poco sea de calidad. Quiero decir una atención completa hacia la otra persona. No estoy hablando de sentarse a ver la tele. Lo que quiero decir es sentarse juntos, mirándose el uno al otro y conversando. Quiero decir dando un paseo, comiendo juntos. Cuantas familias ya no comen  juntos, o lo hacen mirando la tele. Que distinto sería se el almuerzo fuera ese lugar en donde los niños contaran como les fue en la escuela.  Cuantas personas se poner a hablar con otras y están más concentradas en el teléfono que en lo que dice la otra persona. Dediquemos un tiempo para jugar con los niños, para tirarnos al piso y dibujar con ellos. Dediquemos tiempo para escuchar a la otra persona, cuantas veces nos pasa que cuando el otro esta hablando ya estamos pensando lo que le vamos a contestar si escuchar lo que nos está diciendo. Démosle tiempo a las cosas, ya ni tiempo para escuchar a nuestro propio cuerpo, muchos desgastan tanto al cuerpo que este se termina enfermando. Hay que escucharlo también a él, tiene mucho para decirnos.
Con Dios es lo mismo, le dedicamos tan poco tiempo. Y cuando nos acercamos queremos ser nosotros el centro de  la relación, queremos contarle todo lo que nos pasa, pasarle la lista de nuestros pedidos, y no le damos tiempo para que nos hable.
Es tiempo de que tengamos tiempo de calidad. Nos se trata de cuantos regalos dé,  sino del tiempo de calidad que estuve con la otra persona, si al final de cuantas es esto lo que más recordamos.
Cuando sembremos todas estas cosas en nuestras vidas, cuando nos ocupemos de las pequeñas cosas, será como esa semilla de mostaza que aunque es la más pequeñas de las semillas al crecer se convierte en una planta que da cobijo a los pájaros. Que  así sea nuestra vida, que todo aquel que se acerque sienta la calidez de aquel que da vida y es capaz de dar amor. 

domingo, 3 de junio de 2012

La Presencia de Jesús


Una noche tuve un sueño... soñé que estaba caminando por la playa con el Señor y, a través del cielo, pasaban escenas de mi vida. Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor. Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena. Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: "Señor, Tu me dijiste, cuando resolví seguirte, que andarías conmigo, a lo largo del camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo porque Tu me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba". Entonces, Él, posando en mi su mirada infinita me contestó: "Mi querido hijo. Yo te he amado y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas fue justamente allí donde te cargué en mis brazos".
Después de la Resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo". Mt 28, 16-20
Que sería del mundo si hubiésemos comprendido, si la humanidad hubiese comprendido esas palabras: yo estaré con ustedes. Hoy quiero hablar sobre esta presencia eterna que Jesús  prometió para el mundo.
Es en los momentos de gran tristeza en donde desearíamos sentir esa presencia infinita que nos cure el dolor, que nos calme la amargura. Pero nos sentimos solos, y caemos en la depresión, en la desesperación. Pero más que sentirnos solos, nos quedamos solos, no buscamos la compañía, deseamos de alguna forma estar solos, nos aislamos del mundo. Hay gente que quiere sentir a Dios en los momentos de dificultades, pero en los momentos de alegría nunca le hizo un lugar a Dios. Hay gente que quiere pasar todo la eternidad en el cielo, junto a Jesús, pero durante toda su vida se cerró al encuentro con cristo, durante toda su vida no fue capaz de dedicarle una hora de su vida para encontrarse con él.
Hay personas, que cuando están solas se acercan a Dios, pero cuando se ponen de novios o encuentran al hombre o a la mujer de su vida se apartan automáticamente de él, no dejan un espacio para que en su relación también los acompañe Jesús.
Queremos sentir la presencia de Dios, en los momentos que nos conviene. Después,  el resto del tiempo queremos a Dios lejos, lejos de nuestros hogares, lejos de nuestras escuelas, lejos de nuestros hospitales, lejos de la política, lejos de todo. Queremos sentir la presencia de Dios en todos los momentos de nuestra vida y lo encerramos en la iglesia, para ir a visitarlo una hora por semana.
Queremos que Dios nos hable, y no somos capaces de leer la biblia. Queremos que Dios nos escuche cuando a nosotros se nos antoja, solo cuando nosotros queremos… ¿Y el resto del tiempo qué hacemos con Dios? Lo escondemos en un lugar poco visible, porque nos da vergüenza.
Queremos estar con Dios, pero lo alejamos de nuestra música y miramos con malos ojos a aquel que escucha música que hable de Jesús, porque nos parece un fanático. Queremos que Dios se ocupe del mundo, pero no le hacemos lugar en el mundo.
¿Si no dejamos que Dios este en los momentos cotidianos, como esperamos verlo en los momentos de mayor dificultad? ¿Nos acordamos de él en nuestras bodas, o estamos más preocupados en el vestido que usaremos, en la comida que comeremos, en el color de la tarjeta? ¿Cuánto de los que nos decimos cristianos pasaríamos una canción que hable de Jesús en nuestras fiestas? 
Hay padres que cuando ven que sus hijos se acercan mucho a la iglesia, los apartan, no los dejan ir. Y después cuando se desvían por caminos incorrectos, se pregunta por qué Dios no los acompañó. Queremos que Dios nos indique el camino, pero cuando nos dice que hacer no le hacemos caso. Porque lo que nos indica Dios no se ajusta a nuestros planes.
Jesús está siempre, somos nosotros los que no le hacemos lugar, somos nosotros los que no le abrimos la puerta de nuestro corazón. Cuando dejes que Jesús entre en todos los momentos de tu vida, entonces aprenderás a verlo en los momentos de más dificultad.
Joven, Jesús quiere acompañarte en el camino, quiere estar con vos. Quiere cargar tu cruz, quiere llevar tu peso. Joven, siente la presencia de Dios. El está ahí a tu lado, él lo prometió. No te deja solo, no te quedes solo.
Hoy Jesús quiere decirte: “El mundo tendrá problemas, pero no tengan miedo yo he vencido al mundo.  Yo soy la luz el que camino conmigo no estará en tinieblas. Yo soy la paz y te la dejo no como el mundo la da, sino como yo la sé dar. Yo soy la vida el que crea en mí la tendrá. Yo soy la resurrección el que crea en mi no morirá.
Y yo te prometo que estaré contigo todo los días hasta el fin del mundo. Todos los días, Lo días en que salga el sol, en que se nuble. Los días en que estés bien o te sientas mal. Los días en que te sientas acompañado o solitario. Los días en lo que creas y en los que no creas. Los días en los que te acompañe el dolor o la alegría.  Los días en que te olvides de mí o me tengas presente. Los días de cercanía o lejanía. De nacimiento o de muerte. Yo te lo prometo, yo estaré contigo todos los días hasta el fin, hasta el fin  del mundo. Hasta el fin del mundo.”1


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1- Martín Vlverde.



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