lunes, 30 de abril de 2012

Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo

«Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo». Jn 5, 17

Era su primer trabajo. No pensó que sería la experiencia más traumática de su vida. Simplemente tenía que atender llamados en un call center. Se dio cuenta enseguida con todos los problemas que tenía que lidiar, entre ellos el soportar las locuras de la gente que llamaba gritando indignada por el mal servicio que brindaba la empresa. Tenía un contrato temporal, y para no perder el empleo debía hacer horas extras que nunca se pagaban. Después vinieron los turnos rotativos, luego se tenía que quedar trabajando los francos. Todo siempre por el mismo precio. Más tarde había que aumentar la eficiencia, atender una cantidad mínima que era imposible de cumplir. Por eso ya no podía ir ni tomar un baso de agua, ni pensar en desayunar o comer algo, y pronto se llegó al extremo de no poder ir al baño. Él pudo renunciar porque sus padres lo apoyaron y podían mantenerlo todavía, pero otros jóvenes como él tenían que soportar todos los maltratos porque no les quedaba otra.

“Les ordenamos, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se aparten de todo hermano que lleve una vida ociosa, contrariamente a la enseñanza que recibieron de nosotros.  Porque ustedes ya saben cómo deben seguir nuestro ejemplo. Cuando estábamos entre ustedes, no vivíamos como holgazanes, y nadie nos regalaba el pan que comíamos. Al contrario, trabajábamos duramente, día y noche, hasta cansarnos, con tal de no ser una carga para ninguno de ustedes. Aunque teníamos el derecho de proceder de otra manera, queríamos darles un ejemplo para imitar. En aquella ocasión les impusimos esta regla: el que no quiera trabajar, que no coma. Ahora, sin embargo, nos enteramos de que algunos de ustedes viven ociosamente, no haciendo nada y entrometiéndose en todo. A estos les mandamos y los exhortamos en el Señor Jesucristo que trabajen en paz para ganarse su pan.” 2 Tesalonicenses 3, 6-12

¿Por qué trabajamos? ¿El trabajo es un derecho, una obligación o un castigo? Desde el origen del mundo, es Dios mismo el que realiza un trabajo creativo en todo lo que respecta a la creación (Gén. 1, 1) y da como primer primer mandato a Adán y Eva el trabajar (Gén. 1, 28) en armonía con lo creado. Es el Dios Creador quien hace coopartícipe al ser humano de su obra creadora para que esta perdure por siempre.[1]
El trabajo cumple dos misiones: plenificarnos como personas y  brindarnos el sustento para vivir. Por eso, el trabajo debería ser un derecho, aunque no todos lo entiendan de ese modo. Aunque aumente la desocupación, el trabajo en negro, la sobreocupación, las condiciones precarias de trabajo, etc.
“El que trabaja merece su salario” Lc. 10,7. Y no solo eso sino que ese salario debe ser justo, de acuerdo a la actividad que se realice. Aunque todos tenemos un mismo derecho, y “no hay ninguna diferencia entre el que planta y el que riega; sin embargo, cada uno recibirá su salario de acuerdo con el trabajo que haya realizado.” 1 Cor. 3,8. Por otro lado, es triste ver  que a veces son los mismos cristianos los que explotan a otros cristianos, los que a la hora de pagar no pagan lo que corresponden, o tardan en pagar, o pagan de a poco. Decir que lo anterior es un derecho debería ser suficiente, pero habría que agregar que es un mandato dejado por Jesús nos guste o no.
Todo trabajador merece descansar. Seis días trabajó Dios en la creación del mundo, en el séptimo descansó. “Y acabó Dios en el día séptimo su obra que hizo, y reposó el día séptimo de toda su obra que había hecho.” Gn 2, 2 Frente a esto tenemos la realidad del mundo que obliga a muchas personas a trabajar día corridos sin parar, sin descansos, sin francos. El descanso es un derecho.
Por otra parte, hoy el clientelismo político obliga a muchas personas a depender de subsidios, y en muchos casos se promueve una cultura del facilismo, de la pereza, del menor esfuerzo. No responsabilizo de esto a las personas que con pocos recursos no les queda otra que aceptar lo que se les ofrece, sino a aquellos que se aprovechan de las necesitadas de la gente para mantener los votantes cautivos.
Hay gente a la que no le gusta trabajar, que se esfuerza el mínimo y se convierte en una carga para otros. Hay otros que ocupan lugares importantes para sacar provecho de los privilegios que tienen, tal es el caso de muchos políticos: cuántos de estos aumentan su patrimonio enormemente productos de grandes negociados. Para ellos las palabras de Pablo son más que elocuentes: “El que robaba, que deje de robar y se ponga a trabajar honestamente con sus manos, para poder ayudar al que está necesitado.” Ef 4, 28.
Hoy en el día del trabajador, deberíamos recordar que el propósito de Dios, era que el hombre con su trabajo continúe con su obra creadora. Por esos no podemos dejar de reclamar mejores condiciones para los trabajadores, salarios dignos, descansos y jornadas de trabajados más cortas. Por esos no podemos dejar de reclamar que queremos para el pueblo empleos y no planes. Por eso no debemos dejar de denunciar aquellos que roban, que privan a la gente los derechos que les corresponden.
Hoy es el día del trabajador, por eso no podemos dejar de decirle gracias a todos aquellos que se esfuerzan día a día por logran una realidad mejor. Gracias.


[1] http://www.angelfire.com/pe/jorgebravo/sermon120.htm

Yo soy un pastor.


Una vez estuve misionando por Jujuy. Llegamos ya de tarde a un pueblito llamado Ronque, que en lengua aborigen significa piedra. Y todo en ese lugar era piedra, por todos lados, una encima de la otra. Llegamos a una escuela. Bajamos todo nuestro equipaje y el colectivo que nos llevó siguió viaje. No había nadie. Estábamos solos. De pronto detrás de una pirca, una montaña de piedras, vimos asomarse una cabecita de pelos negros. Luego una gran sonrisa de dientes blancos. Era un niño, un niño rodeado de ovejas. Su nombre era Paul. Él conocía a toda la gente del lugar, conocía todos los caminos, conocía por donde debíamos ir y por donde no. Él era un niño, y nos guió durante toda la misión, nos llevó a las casas de las personas del pueblo. Él en ese momento fue nuestro pastor. 


Jesús dijo: "Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí, como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: éste es el mandato que recibí de mi Padre". Jn 10,11-18

Mi encuentro con ese pastorcito me dejó una enseñanza importante: Todos somos pastores. Todos tenemos a alguien que debemos pastorear, a todos se nos da un rebaño a quien cuidar, a quien proteger, a quien guiar. No podemos poner excusas, ni siquiera decir que somos muy pequeños, o no tenemos experiencia, o que no sabemos. Entonces ante esta verdad, surge una pregunta: si todos tenemos un rebaño, si todos somos pastores: ¿Qué estamos haciendo con el rebaño que nos da Dios, que nos encarga Dios para cuidar?

El Buen Pastor es Jesús. No lo es ni el pastor de mi iglesia, ni el sacerdote, ni los obispos, ni el papa, ni cada uno de nosotros. Si bien cada uno de ellos y nosotros somos pastores, debemos tener en claro esto. Ya que las ovejas que se nos dan para que cuidemos no nos pertenecen, no son propiedades nuestras, sino que es un encargo que nos da Dios.  Esta aclaración es para que no nos creamos que podemos hacer lo que queramos con las ovejas.  Aunque por cada una de ellas, por cada una de las ovejas a las que se nos encomendó el cuidado debemos responder cuando nos presentemos ante el señor, por cada una de ellas se nos pedirá cuenta.

Un joven era pastor de una iglesia y también era profesor en una escuela. A los jóvenes de la iglesia los animaba, los cuidaba, los protegía, les tenía paciencia. En cambio a los jóvenes de la escuela no los trataba de la misma manera, siempre iba con desgano a las clases, nunca les tenía paciencia a sus alumnos. 

Es fácil ser bueno con aquellos que nos siguen, con aquellos que ya están predispuestos a escucharnos, lo difícil es ser un buen pastor con aquellos que no están tan dispuestos a seguirnos, que nos cuestionan todo, que ponen en duda nuestra autoridad. Es muy fácil ser pastor en el templo, muy difícil es ser pastor en este mundo. Es ahí donde tenemos el verdadero desafío.  Tengo 120 alumnos, ante ellos debo tratar de ser un buen pastor, a imagen de Jesús, es ese el rebaño que me da Dios para cuidar. Que hipócrita sería de mi parte, demostrar mi preocupación por los jóvenes de la iglesia y no por los jóvenes de la escuela. Qué hipócrita sería de nuestra parte si tenemos familias no protegerlas por estar en la iglesia. Nuestra familia es el primer rebaño que Dios nos da, y es más que seguro que no va a ser fácil, pero esto es lo que Dios quiere. Hoy te pregunto: ¿Cuál es el rebaño que Dios te está dando para que cuides, y del cual no te estas haciendo cargo por prestar atención a otras cuestiones?

Hoy Jesús se nos presenta como el Buen Pastor. Jesús es el modelo de pastores. ¿Y que significa ser pastor hoy?  "Ser pastor en la Iglesia no puede ser un título de prestigio. Ser pastor en la Iglesia no es ocupar un lugar preferencial. Ser pastor en la Iglesia no es tener privilegios. Ser pastor en la Iglesia no es sentirse dueño de la Iglesia. Ser pastor, al estilo de Jesús, es una maravillosa misión, pero también un gran compromiso. Es dar la vida por las ovejas.La calidad de los pastores se demuestra por la calidad del rebaño. La calidad de los pastores se demuestra por la vida del rebaño. La calidad de los pastores se demuestra por la unidad del rebaño. Ser pastor es estar dispuesto a darlo todo por su rebaño: Dar su tiempo. Dar sus cansancios. Dar lo que tiene. Darse a sí mismo. Ser capaz de morir para que las ovejas vivan."

También deberíamos preguntarnos si somos buenos rebaños, si somos comunidades buenas, si en nuestras comunidades “las ovejas que no son parte del rebaño” encuentran lugar apacible para quedarse. Hay comunidades que expulsan a los nuevos miembros, que los asustan, que los ahuyentan. Hay personas en nuestras comunidades que se creen más pastor, que el Buen Pastor. 

La lectura hoy diferencia al buen pastor del asalariado. Cuantas veces estamos más cerca de comportarnos como asalariados, que como pastores. Cuantas veces queremos que nuestras ovejas nos sirvan, cuando tienen que ser al revés, cuantas veces estoy más preocupado en que mis alumnos me escuchen, que yo escucharlos a ellos.

Muchos quieren ser políticos para que la gente los siga como rebaños, para poder manejarlos a su antojo. Que distinto sería si también los políticos imitaran aunque sea un poco la imagen del Jesús. Debemos tener en cuenta que todo poder que no se pone al servicio del pueblo es contrario a Dios. Si se nos da poder, si se nos encomienda un rebaño es para estar a su servicio, no para ser servido.

Hoy quiero decirte: Jesús  es el buen pastor que te conoce por tu nombre, que nunca te abandona, que da su vida por ti. Te vio perdido y te buscó. Te vio amenazado y luchó por ti, defendió tu vida con la suya. Él es el buen pastor que nunca se cansará de buscarte, que removerá cielos y mares, que bajará hasta en el abismo en que te encuentres para rescatarte. Debés estar seguro de eso, él ya te está llamando, siempre, continuamente. Te busca. Ya dio su vida por vos, y no dudaría en darla todas las veces que sea necesaria. El buen pastor te ama, porque le perteneces. Pero te hace libre, debes tomar vos la decisión de encontrarte con él.  
Dejemos de escuchar las voces del mundo y escuchemos la voz de Jesús que nos llama y nos ama. Sólo él está dispuesto a dar la vida por nosotros. 

Andrés Nicolás Obregón



sábado, 21 de abril de 2012

Tocar y ver al Resucitado...

Lc 24, 35-48


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

Los discípulos, que retornaron de Emaús a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer". Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos. Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos". Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto".

Palabra del Señor.



Lo miró con desprecio, como quien se creía más. De arriba a bajo. De abajo arriba. Se fijó en lo sucio de su ropa y no pudo evitar sentir el olor que lo asfixiaba. Se alejó rápidamente, queriendo olvidar aquel lamentable encuentro. No podía entender qué se le había cruzado por la cabeza cuando aceptó ayudar en ese centro de rehabilitación para adictos a la droga. No podría olvidar esas marcas en el brazo producto de las jeringas. No volvería más a ese lugar, en la iglesia se encontraba mejor.

¿Qué pasa con el otro? ¿Qué siente cuando es marginado? ¿Qué pasa con aquel que es despreciado? En nuestra sociedad cada vez son más los que quedan al margen, que no pueden hacer frente a esta dinámica del consumo. ¿Qué le pasa al otro cuando no puede comprar todos esos productos que la televisión le refriega y que nunca podrá tener? Entonces se convierte en una alternativa la compra de lo trucho, y en muchos casos hasta el robo.

Esos otros son portadores de rostros. Son aquellos de gorritas. De piel oscura. Esos que nos pueden hacer algo, aunque no estemos del todo seguros. Pero cuando se nos acercan se nos eriza la piel, y nos alejamos cruzando a la otra vereda por las dudas. El otro se convierte en alguien al que tememos. La desconfianza crece y a su par crece el aislamiento. Cada día estamos más solos. Temerosos de encontrarnos con el otro, de que el otro nos lastime.

Y el otro espera en la calle, luciendo los estigmas de una sociedad que lo desprecia. El otro es el niño que pide monedas, el otro es el que limpia vidrios, el otro es el que cuida coches. El otro también es el enfermo al que nadie visita. Hay enfermos pobres, y también los hay ricos que también son abandonados para que los cuide otro, para no hacernos cargo. El otro es el anciano al que ya nadie soporta porque siempre repite las mismas cosas o porque solo vive del pasado.

¿Que haríamos con esos otros si esto fuera como gran hermano? Los iríamos nominando uno por uno. ¿Y si la realidad fue como Facebook? Los eliminaríamos de mi lista de amigos, o le pondría no me gusta si eso se pudiera ¿Qué haríamos con el otro si esto fuera televisión? Cambiaríamos de canal inmediatamente, y quizás hasta borraríamos el canal para no encontrarlo nuevamente al hacer zapping. Pero el otro sigue ahí, mostrando, luciendo, exhibiendo descaradamente esos estigmas que no quisieran pero que deben padecer.

¿Y que pasa cuando nosotros somos el otro? Porque es bueno saberlo: yo soy para el otro, otro. ¿Qué pasa cuando yo soy el despreciado? Grito a los cuatro vientos que me discriminan por ser distinto, lloro porque no merezco ser marginado.

Jesús aparece en medio de la comunidad. Una comunidad que se parece un tanto a la sociedad actual. Desaminada, casi dividida, temerosa, que parece morir poco a poco. Rodeada de muerte. Y Jesús aparece y trae la paz.

Jesús muestra sus pies y sus manos. Los estigmas son su carta de presentación. La identidad del Jesús resucitado se resume en esas marcas. Hoy se nos invita también a nosotros a tocar y mirar las heridas y los estigmas de esos otros, que son nuestros hermanos. Victimas de la exclusión y la pobreza, victimas de la opresión y del clientelismo políticos. Ellos no tienen lugar en nuestras sociedades e incluso no tienen lugar en nuestras iglesias, porque cuando se acerca mostrando sus marcas reaccionamos como los apóstoles que creían ver un fantasma.

Durante mucho tiempo no hemos querido mirar las manos y los pies de tantos que sufren la vergüenza de ser considerados extraños a nuestras puertas. Somos invitados también a tocar y ver manos y pies heridos por la enfermedad y por el abandono social y familiar. Estamos invitados a acercarnos, a escuchar en el silencio la voz de Jesús que nos dice: “Este despreciado soy yo, no me busqués más, aquí está el crucificado, aquí también está el resucitado”.

Y si yo hoy me siento herido, abatido, luciendo las marcas de las injusticias, de las discriminación, ten la certeza que Jesús quiere también aparecer en medio de tu vida, quiere hacerse uno con vos, quiere lucir tus heridas, y reflejar lo nuevo, la oportunidad de comenzar de nuevo, de resucitar. Porque eso significa resucitar, significa levantarse de la muerte en donde te encontrás y empezar a caminar.

Hermanos Jesús no se aparece en otras realidades, sino que se aparece en nuestra realidad, en esa realidad adversa, en esa comunidad desanimada, en esa sociedad enferma. En medio de ella está el resucitado luciendo las heridas y pidiendo un trozo de pan o un pedazo de pescado.

Pidamos a Dios que nos habrá la cabeza, para que podamos entender. Pidamos a Dios que nos abra el corazón para que podamos amar.

Es en nuestra realidad en la cual se revela Dios y nos anuncia paz. La paz que nace de recobrar la utopías, de poder volver a soñar que el Reino de Dios es posible y que está en medio de nosotros. Los estigmatizados, aquellos y aquellas que nos muestran las marcas de la exclusión, revelan la naturaleza de un Dios que no queremos ver: Dios que está con el que sufre.

La iglesia puede ser un lugar tranquilo para pasarla bien, o puede ser signo del amor de cristo que pide esfuerzo, que pide salir, que pide cruzar la calle, que pide ir por el mundo.

Ahora y a pesar de temores y asombros, a pesar de puertas atrancadas y de espantos tenemos una misión: “en su nombre se predicará la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones. Empezando por Jerusalén. Ustedes son testigos de todo esto".

Este es el desafío, está es la manera de resucitar.



Bibliografia:

http://www.pastoralsida.com.ar/desafios_de_la_palabra/b_3pascua.htm

domingo, 15 de abril de 2012

Si no veo no creo!!!

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomás respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Éstos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. Jn 20, 19-31




La semana pasada les hablaba de que todos teníamos una noche que cruzar. Una noche que simboliza nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestras falsas seguridades, y también nuestras dudas. En la noche las cosas apenas se distinguen, nos cuesta ver, nos cuesta distinguir lo que estamos viendo. En la oscuridad es más difícil encontrar lo que buscamos, nos cuesta, nos equivocamos y caemos en la desesperanza. Creo que muchos coincidirán conmigo que vivimos una época en la que la oscuridad parece más densa. La sociedad está desesperanzada, ha perdido el rumbo, el camino, está perdida. Es como ese atardecer de la lectura, en donde todos están encerrados y temerosos. ¿Qué pasaría por sus mentes? ¿En qué pensarían? Como vemos a pesar de que ya escucharon algunos testimonios de que Jesús había resucitado todavía no creen del todo, todavía no vivieron ellos la resurrección, todavía no cruzaron su noche.

Los apóstoles necesitan la luz, y esa luz es la presencia de Jesús en medio de la comunidad. Y Jesús sabe de los miedos de los discípulos, sabe de esa oscuridad en la que se encuentran. Por eso lo primero que hace es darle la paz. ¿Y no es eso lo que el mundo necesita? La paz, no cualquier paz, ni la paz a cualquier precio, ni la paz que se consigue con la guerra. La humanidad, nosotros mismos necesitamos la paz que solo Jesús puede dar.

Al presentarse Jesús muestra sus manos y sus costados. Mucho tiempo me pregunté por qué si Jesús resucitó sigue teniendo las marcas de la muerte, por qué sigue teniendo en su cuerpo esas heridas. Hoy en día hay muchos cultos en donde se ofrecen solamente milagros, donde se ofrece solamente bienestar, donde se ofrece prosperidad económica, donde se ofrece solo salvación, en esos lugares no se escucha hablar de sacrificio, de esfuerzo, de entrega, se niega hasta la cruz. Pero las marcas en la piel identifican al Jesús resucitado con el Jesús crucificado. No hay uno sin el otro. No se puede negar a uno para exaltar al otro. Es el mismo. No esta mal anunciar que todos fuimos salvados, pero debemos aclarar que debemos primero morir a muchas cosas, que debemos cruzar nuestras noches, nuestras oscuridades. La permanencia de las señales de su muerte, indica la permanencia de su amor. Las llagas son el signo de su entrega, y nos invitan también a nosotros a la entrega. Todo eso debían descubrir los apóstoles, y lo descubren. Por eso el temor da paso a la alegría y nuevamente Jesús les da la paz.

Pero en esa comunidad no están todos. Falta uno. Falta Tomás. Él se encuentra más perdido todavía, porque hasta ya se alejó de la comunidad. Esa comunidad había perdido el horizonte, las esperanzas, ya no tenían a Cristo entre ellos. Y Tomás deja la comunidad. Pero afueran tampoco encuentra Tomás a Cristo. ¿Cuántos se alejan de nuestras comunidades porque no encuentran a Jesús en medio de ellas? ¿Cuántos que se alejan porque nuestras comunidades no son signos del cristo resucitado? Pero Tomás debe volver porque esa es su comunidad, porque Jesús lo eligió para que estuviese en esa comunidad y no otra.

La noche por la que tiene que atravesar Tomás es la noche de la duda. Y acá les hago una pregunta fundamental: ¿Hay que dudar o no? ¿Debemos creer en todo lo que se nos dice? ¿Es buena o es mala la duda? La duda es necesaria, pero no puede ser un fin último, sino debe ser un camino o medio para llegar a la certeza. Hay gente que se la pasa dudando, duda incluso de lo que ve con sus propios ojos. Para ellos no hay milagro que valga. Para ellos ni importará que se le aparezca Jesús resucitado, porque seguirán dudando. Un científico hizo de la duda su método para descubrir lo que era verdadero. Él decía que se puede dudar de todo, pero de lo que no podía dudar era de que estaba dudando. Y que si estaba dudando entonces existía. Que si dudaba entonces estaba vivo. Para él la duda no era mala, sino que era el camino que encontró para descubrir la verdad. Creo en nuestro camino de fe debemos ir buscando certezas. No podemos ir por la vida dudando. No me puedo pasar 50 años dudando si la persona que esta a mi lado es la que amo o no!!! No se puede vivir con la duda, ni tampoco con una persona que vive dudando. En algún momento tengo que hacer una apuesta y jugarme todo por eso en lo que creo.

Dice el Sacerdote Clemente sobrado que en la actualidad no abundan los ateos, sino que abundan los creyentes. Sí como escuchó, abundan los creyentes. Porque es así, la gente cree, en cualquier cosa pero cree. No ha descubierto al Dios verdadero. Hoy yo les pregunto: ¿En que crees? Cuántos cristianos leen el horóscopo o dicen no creer pero te preguntan de qué signo sos. Cuántos usan cintas rojas, amuletos, talismanes de la buena suerte. ¿En qué creemos? Lo creemos todo: Creemos a la que nos echa las cartas. Creemos a los que reemplazan el Espíritu por las energías cósmicas. Creemos a los que nos hacen depender de los astros, en vez de la Providencia de Dios. Creemos a los que nos ofrecen esas religiones de paz sicológica. Creemos en el “Dios poder”. Creemos en el “Dios éxito”. Creemos en el “Dios tener”. Creemos en el “Dios que nos castiga”. Creemos en el “Dios que quiere que suframos”. Creemos en el “Dios que nos envía el cáncer”. Creemos en el Dios consumo, el Dios sexo, el Dios pornografía, el Dios video. ¡¡¡Que creyentes que somos a veces!!!

Jesús no critica a Tomás, sino que hace lo mismo que hizo con los otros apóstoles, les muestra sus llagas. Y lo invita a ser un hombre de fe. Tomás ha sido honesto en su búsqueda. Ha expuesto su lado más oscuro, y Jesús sabe reconocer esa búsqueda sincera. Gracias a su duda Tomás redescubre a Cristo. Gracias a Tomás nosotros redescubrimos a Cristo. Este evangelio está escrito para nosotros que debemos creer sin haber visto. No debemos de asustarnos al sentir que brotan en nosotros dudas e interrogantes. Las dudas, vividas de manera sana, nos salvan de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, sin crecer en confianza y amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en nuestra confianza en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.

Un camino de fe maduro, es aquel que paso por las dudas, que se cuestionó la fe infantil, y que fue más profundo para encontrarse con el verdadero Jesús. Debemos procurar tener este tipo de encuentros con Jesús, para que en algún momento podamos decir: “Señor mio y Dios mio”.

domingo, 8 de abril de 2012

Cruzar la Noche - Domingo de Resurrección

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. Jn 20, 1-9

La noche está silenciosa, el pasado se conjuga con el presente: es tiempo de hacer memoria. Un niño pregunta a su padre: “¿Por qué esta noche es tan especial?” Entonces el jefe de la familia responderá con nostalgia y con tono solemne: “Porque esta noche, Dios nos libró de Egipto”. Mientras tanto, en otro lado del pueblo, trece hombres y algunas mujeres se preparan para la cena. Los discípulos miran extasiados a Jesús. Quieren conservar en sus recuerdos cada acción, cada palabra. Para Jesús ha llegado un momento crucial, ha llegado su hora de regreso al Padre (Jn 13,1) Entonces se sientan a la mesa, y le explica “He deseado ardientemente comer esta pascua con ustedes antes de mi Pasión” (Lc 22, 15) Sabe que el momento de la gran prueba se acerca, no solo para él, sino también para sus seguidores. Se anticipa a la traición y a la negación, se anticipa a la dispersión de todos, les anticipa el dolor, y les asegura que “van a llorar y se van a lamentar” (Jn 16, 20) Pero también promete, promete que pronto lo volverán a ver, y por sobre todas las cosas que no los dejará huérfanos, “porque rogará al Padre y el Padre nos dará otro Paráclito para que esté con nosotros: El Espíritu Santo” (Jn 14,16)

Luego les hablará del amor, de entregar la vida por los hermanos. Se levantará y les lavará los pies, para enseñarles que ser importante es ser servidor de los demás.

En esta noche que parece nunca acabar, por sobre todas las cosas, Jesús ora al Padre, le pide, le suplica que proteja a sus discípulos, que los mantenga unidos, “que todos sean uno para que el mundo crea” (Jn 17,21) Sin embargo los acontecimientos, las persecuciones, la triste realidad desdibujará las palabras del Maestro, y a la hora de la prueba nadie las recordará. Entonces, para todos ellos, la noche se hará larga y durará más de lo que dura una noche, porque con el correr de los días la desdicha será más grande y las esperanzas se irán agotando.

Dos discípulos cargan todo ese peso, vuelven a sus casas. El líder en quien creyeron terminó derrotado y asesinado. Pero mientras discuten, alguien sale a su encuentro y se pone a caminar junto a ellos rumbo a Emaús (Lc 24, 1) Algo les impide ver que la persona que camina a su lado es Jesús, sin embargo, el Maestro no se enoja ni reprocha tanta ceguera. Los acompaña, los escucha y pregunta. Ellos le cuentan lo sucedido, y Jesús en su infinita paciencia vuelve a explicarle todo. Luego, cuando llega la noche, le dicen al desconocido “quédate con nosotros” (Lc 24, 29). Los discípulos han vivido una noche muy larga, y solo la presencia de Jesús Resucitado podrá traerles la luz y el entendimiento que necesitaban. Para ellos ya nunca más habrá oscuridad, por más que sea de noche. “Y en ese mismo instante, se pondrán nuevamente en camino y regresaran a Jerusalén” (Jn 24, 33)

Temerosos y acobardados, en la oscuridad esperan los apóstoles. Llenos de desconsuelo, llenos de incertidumbres. Cargando el peso de haber abandonado a su maestro. Sintiendo la culpa de no haberse jugado por lo que creían. Entre ellos está Pedro, en él todavía resuena el canto del gallo que parece querer llevarlo a la locura. Hasta que ellas entran gritando, nerviosas, casi sin aliento: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". En ese instante la oscuridad se hace más negra, y la noche se vuelve más noche. Su ojos no lo ven, sus mentes todavía no entienden. La noche es larga y hay que cruzarla para por fin ver al Resucitado.

Todos tenemos una noche que cruzar. Todos tenemos una oscuridad que no nos deja ver claro. Quizás sea la noche del dolor por la tragedia de un ser querido que perdimos injustamente. Quizás sea la noche por la traición de aquellos que se decían nuestros amigos y en lo momentos de prueba nos dejaron abandonados. Quizás sea la noche de un amor no correspondido, de un amor que nos prometió fidelidad y sus promesas eran pasajeras. Quizás sea la noche de una enfermedad que nos va debilitando de apoco y amenaza con quitarnos la vida. Quizás sea la noche de una adicción que nos mantiene prisioneros de la droga o el alcohol, del juego o el cigarrillo. Quizás sea la noche de la soledad y la tristeza, de la depresión o la amargura. Quizás sea la noche del egoísmo, del rencor, de la falta de perdón, del menosprecio, de la vanidad. Quizás sea la noche del temor a la delincuencia, a la inseguridad, al miedo de que nos roben o nos maten. Todos tenemos una noche que debemos cruzar, que parece eterna, que parece no querer acabar nunca. Que por más que corramos, no encontramos la salida como les pasa a Pedro y a Juan.

Entonces cuando vemos que ya va cayendo la tarde, y se nos avecina una larga noche, nos atrevemos a decirle a Jesús: “quédate con nosotros!!!” Debemos hacer MEMORIA, recordando sus palabras, recordando la Historia de Salvación desde Moisés hasta los profetas, para darnos cuenta de que en todas las misiones encomendadas por Dios nunca dejó solos a los que eligió, y por eso tampoco nos deja solos a nosotros. Recordemos que Dios es fiel a sus promesas, y que Jesús prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Recordemos que nos quiere unidos, que seamos uno, y que una “familia dividida no puede subsistir” (Mt 12, 25) por eso nos invita a unir fuerzas, a trabajar juntos para cruzar la noche.

Y entonces al amanecer el día, las tinieblas se disiparan, la luz irá penetrándolo todo, revelando que ni siquiera la muerte es definitiva, que los problemas pasan, que la noche era larga pero no era eterna. Entonces en este día glorioso Cristo se levantará triunfante sobre nuestros problemas, sobre nuestros miedos, sobre nuestros pecados, sobre nuestras debilidades. Y la luz de cristo consumirá todo, lo quemará todo, y nosotros resplandeceremos con él.

Y entonces comenzará nuestra misión, de anunciar que Cristo ha resucitado, no hace dos mil años, sino que ha resucitado en nuestras vidas, que nos ha devuelto la alegría de vivir, la felicidad de comenzar un nuevo día, la oportunidad de volver a empezar.

Solo debes animarte a cruzar la noche. Cristo no solo te espera, sino que te acompaña, aunque no lo veas, aunque te sientas solo, aunque no entiendas todo, aunque tus ojos no te dejen ver la salida.

Hay que cruzar la noche para ayudar a otros para que la crucen, para acompañar a otros y ser testimonios vivos del Cristo resucitado. Quien descubre al Resucitado no puede callarlo, no puede dejar de anunciarlo. Juntos podremos hacer que más personas puedan cruzar la noche… y un día hagan también Memoria de que Dios los liberó de sus esclavitudes.

Decía Nietzsche: “¿Cómo voy a creer en la resurrección de Cristo si los cristianos andan con esa cara?”.

Con la Resurrección, Cristo nos regala la salvación, todos hemos sido salvados, todos somos salvados. Hay que aceptar ese regalo, y reflejar con nuestra alegría la alegría de la salvación. Hay que reflejar con nuestra alegría la alegría de quién cruzó la noche. Si no estás alegre este día, si la alegría no te invade este día ¿Has cruzado tu noche?

Finalmente, solo entonces cuando cruces la noche, podrás decir: Ha resucitado. Aleluya, Verdaderamente ha resucitado.

Felices Pascua, Andrés Nicolás Obregón

domingo, 1 de abril de 2012

Jesús, Señor de nuestra Vida...

Lo levantaron temprano. Su madre le sirvió el desayuno. Todavía estaba dormido, había llegado del boliche hacía unas pocas horas. Su madre le dio un ramo de olivo. Entonces recordó que era domingo de ramos. Cuando era niño le gustaba participar de las celebraciones en la iglesia. Ahora que era joven tenía otras preocupaciones. Acompañó a su mamá, para no dejarla sola, pero ya no sentía lo mismo en su corazón, ya no creía tanto como en su infancia. Al terminar la celebración, volvió a su casa y se acostó a dormir. En su vida todo seguiría como siempre.

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé y a Betania, junto al monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos con este encargo: «Vayan a la aldea que tienen enfrente. Tan pronto como entren en ella, encontrarán atado un burrito, en el que nunca se ha montado nadie. Desátenlo y tráiganlo acá. Y si alguien les dice: "¿Por qué hacen eso?, díganle: "El Señor lo necesita, y en seguida lo devolverá." »
Fueron, encontraron un burrito afuera en la calle, atado a un portón, y lo desataron. Entonces algunos de los que estaban allí les preguntaron: « ¿Qué hacen desatando el burrito?». Ellos contestaron como Jesús les había dicho, y les dejaron desatarlo. Le llevaron, pues, el burrito a Jesús. Luego pusieron encima sus mantos, y él se montó. Muchos tendieron sus mantos sobre el camino; otros usaron ramas que habían cortado en los campos. Tanto los que iban delante como los que iban detrás, gritaban:


—¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino venidero de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas! Mc. 1, 1 -11

Somos nosotros hoy la Jerusalén en donde Jesús debe entrar. Es en nuestro corazón en donde Jesús quiere entrar como rey y señor. ¿Y cómo hacemos que Dios sea el Señor de nuestra vida? Debemos ir entregándole todo, todo lo que somos. Hoy te invito a eso, a entregarle a Jesús tu vida. Empecemos por el principio, empecemos por el pasado. Jesús quiere ser Señor de nuestro pasado. Hay gente que no quiere recordar el pasado, porque tiene grandes heridas, porque ha vivido experiencias traumáticas. Pero Jesús quiere entrar en esos momentos de tu vida, quiere sanar por completo todas las heridas que tuviste en la infancia, aun esas heridas de cuando eras bebe que ni recuerdas pero que de alguna manera u otra te condicionan.

Ten calma, no temas. Jesús entra despacio, al lomo de un burrito. Entra con la humildad y respeto. Sabe de tus tiempos, sabe que te cuesta. Pero Él quiere ser Rey de tu pasado. Hoy Jesús quiere escucharte, quiere que le cuentes sobre tu vida. Es tiempo de empezar a limpiar tu interior. Él sabe todo lo que sufriste, sabe del dolor que callaste, sabe de tus miserias, pero no puede entrar en tu corazón si vos no le abrís la puerta.

Al hacer a Jesús el dueño y Señor de tu pasado, estas dando el primer y más importante paso hacia la sanacion de tu interior. No puedes hacer nada solo para curar las heridas y golpes que has sufrido. Puedes lamentarlo, darte golpes de pecho, hacer lista de pecado, confesarlos, una y otra vez, y al final de cuentas terminarás como cuando empezaste o tal vez peor que antes. Cristo Jesús es el único que puede y desea hacerlo. Pero tú tienes que entregarle tu pasado. Aprende a orar con fe y con confianza a Jesús, Dueño y Señor de tu pasado. Si lo hacés, tu espíritu cicatrizará y encontrarás nueva paz para tu mente.

También, te invito a recordar a tus padres. Te invito a que recordes a tus padres, cómo te llevabas con ellos en tu infancia. Quizás me preguntés que tienen qué ver mis padres en todo esto. A veces los padres representan la imagen de Dios para un niño, y quizás algún incidente de tu niñez ha afectado la imagen de Dios en tu mente. Tal vez sin darte cuenta has crecido con una imagen del Dios castigador, que nos juzga por todo y que está pendiente de nuestras faltas para condenarlos. Has vivido con la imagen de un dios autoritario, un Dios que al igual que tu padre, sólo ve la superficie de las cosas y no se preocupa de quien eres y cuan profundamente sufres y siente. Pero es no es Dios. Por eso, a las personas, incidentes, pecados, todo lo que pertenece al pasado, debes ponerlo todo en manos de Dios, solo el Señor de la Vida, puedo curarte. No tengas miedo, entrégale tu pasado él quiere sanarte.

Cuando hayas hecho a Jesús Señor y dueño de tu pasado, podrás comenzar a vivir tu presente sin miedos, sin que la oscuridad del pasado te preocupe y debilite. Sin embargo, vivir el presente, si es que verdaderamente es una vida abundante de gozo, paz y fortaleza, significa que debes hacer a Jesús el Señor y dueño de tu presente, del momento actual, de esta hora, de este día. ¿Qué estás haciendo con tu presente? ¿En que lo estás convirtiendo? ¿En qué consumís el tiempo? ¿En cuantas preocupaciones sin sentido se gastan tus horas? Has una lista de todo lo que hacés en el día y te darás cuenta que quizás ni lo mencionás a Dios, Jesús no es parte de tu vida. Jesús es el camino, la verdad y la vida. Él puede devolverte todo lo que necesitas. Pero lo tienes que ayudar, le tienes que ofrecer tu presente. Si tu presente es una carga para ti, lo más probable es que llegue ha convertirse en un peso para los demás. Jesús no quiere que cuando terminés tu día digás “Gracias Señor por que este día ya terminó”. No, no. El presente es el mejor regalo que Dios nos da.

Cuando empencés a vivir con Jesús como Señor de tu presente, del momento actual, querrás conocerlo también como dueño y Señor de tu futuro. Muchos de los miedos y angustias de la vida, tiene su origen en la incertidumbre del futuro. El pensamiento de lo que “pudiera” ocurrir, agota la savia de la vida: ¿Estaré sano? ¿Tendré suficiente dinero para hacer frente a las necesidades de cada día? ¿Mis hijos serán buenos? Cualquiera sea el problema, estás preocupado por el mañana y lo que pudiera ocurrir. Por eso Jesús también quiere ser Señor de tu futuro. Quiere borrar de tu corazón las incertidumbres. Recuerda sus palabras: Ustedes tiene un Padre celestial que ya sabe que necesitan esas cosas. Por lo tanto pongan toda su atención en el Reino de Dios y en hacer lo que Dios exige y recibirán también todas esas cosas. No te preocupés por el día de mañana, porque mañana habrá tiempo para preocuparse. Cada día tiene bastante con sus propios problemas. Quédate con Jesús hoy y él te ayudará a sobrellevar el mañana. Ya lo verás.

Si ya le diste tu pasado, tu presente y tu futuro, ahora quiero que le des tu vida entera. Jesús quiere ser el Señor de tu vida! Sin excusas… Jesús solo quiere que lo amés como eres, que le entregues tu amor. Pero lo principal que quiero que sepás es que él te ama, te ama a pesar de tus debilidades… Te ama a pesar de todo. Ahora quizás no cambiés mucho, pero déjate amar, y empieza a hacer el intento. Quiero que cuando terminés de leer (escuchar) esta reflexión hagás un compromiso, Jesús te quiere escuchar decir Sí, te quiere escuchar decir que vas a intentarlo… y si fracasás vuelve a intentarlo. Veras que encontrarás la paz, y la felicidad. Y que ya nada volverá a ser lo mismo.

Solo entonces podrás entender el jubilo de esas personas que veían entrar a Jesús en Jerusalén. Solo entonces podrás gritar: “¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”

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