domingo, 26 de febrero de 2012

Por la Noche la Soledad Desespera...


EVANGELIO
Mc 1, 12-15
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
El Espíritu llevó a Jesús al desierto, donde fue tentado por Satanás durante cuarenta días. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían. Después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".
Palabra del Señor.

Hoy nos encontramos con un Jesús que marcha al desierto. ¿Y qué no imaginamos cuando decimos desierto? Nos viene a la cabeza la arena, el viento que arrastra todo, nos imaginamos un lugar en donde no hay nada, donde no se escucha nada, en donde nadie ni nada puede subsistir.  Y ante esta imagen nos estremecemos, porque es el lugar de la soledad.
En una encuesta realizada el 65% de las personas entrevistada dice que la soledad es la prueba más difícil de soportar. Muchos temen más a la soledad que a la muerte. Vivimos en el mundo de la comunicación, pero irónicamente muchas más gente experimenta la soledad. Mucha más gente se siente sola. Cuantas veces estamos solos en casa y prendemos la tele “para que nos haga compañía”, o usamos los auriculares escuchando música para sentirnos acompañados.
¿Y qué es la soledad? Yo suelo hablar de dos tipos de soledades: la soledad estéril y la soledad fecunda. La primera forma de soledad es la que nos impone el mundo de las grandes ciudades. Vivimos aislados sin conocer al otro, sin saber quién es nuestro vecino, nos cruzamos en el día con tanta gente pero son todos rostros desconocidos.  El de al lado raras veces es mi  prójimo. Corremos de un lado a otro, nos conectamos a las redes sociales, hacemos comentarios, tenemos miles de amigos por Facebook, pero cuando cerramos la computadora el sentimiento de soledad y vacío aparece con toda su fuerza y nos acompaña a la cama. Peor aún es la soledad de aquellos que estando acompañados se sienten solos, es la soledad en compañía de parejas que ya no funcionan, viven juntos pero ya no se hablan, y si se hablan es para pelearse o gritarse. El colmo de las soledades es buscar tener un hijo simplemente porque uno se siente solo.
 Dice una canción: “Por la noche la soledad desespera”. Es esa la soledad que vive millones de jóvenes, incapacitados para comunicarse, que se aíslan, que se encierran en sus cuartos y optan por prácticas más destructivas, como el causarse heridas en la piel, el drogarse, el alcoholizarse, todo para escapar de la soledad que parece querer devorarlos. Hay personas que también son condenadas a la soledad, como los ancianos que son arrojados a los asilos, que muchas veces se sienten más muertos que vivos, que pasan el resto de su vida en la cama o mirando hacia la ventana recordando viejos tiempos. También están los enfermos, los discapacitados, viven una situación de abandono – rechazo - soledad.
Hoy muchas personas buscan alejarse de todo, del tumulto, del ruido, de las grandes ciudades. Pero apenas lo hacen surge una contradicción, en seguida que nos internamos en la soledad aparece el aburrimiento, entonces nos llevamos nuestro mp3, nuestro télefono, nuestra compu… no sabemos estar solos.
Hoy quiero hablar de la soledad porque es inseparable de la condición humana. No podemos librarnos de la soledad. A menudo buscamos acallar la soledad con distracciones, aturdiéndonos, divirtiéndonos. Pero al tratar de olvidar la soledad uno acaba olvidándose de sí mismo.
No podemos escapar de la soledad. Si esa es tu idea, te digo que te oldivés de ella. Sé que sufrimos al estar solos, pero la invitación de hoy es hacer de la soledad algo fecundo.
Y ante todo esto Jesús marcha al desierto, a la soledad. La soledad de Jesús es una soledad fecunda. Se alejaba para orar, para reencontrarse como Hijo en la intimidad del Padre. Y es el Espíritu quien lo conduce, sin el Espíritu  el retiro se convierte en sequía, en desierto intolerable.
Jesús nos da una vez más el ejemplo. Debemos dejar de vivir la soledad como una carga que hay que acallar. El desierto será para Jesús el lugar en donde se encontrará consigo mismo. En el desierto Jesús sufrirá las tentaciones, sabrá cuales son sus límites, hasta donde tiene que llegar. El desierto es el lugar en donde Jesús redescubre su misión y se prepara para ella. Jesús ya sabe cuales son las tentaciones, por eso cuando vuelva a la ciudad, ya no será tentado. Es la preparación para la misión.
¿Por qué hay tantas personas infelices? ¿Por qué hay tantos jóvenes que no saben lo que quieren? Porque no se atreven a vivir una soledad fecunda. Esta es la verdadera soledad en donde uno se encuentra con el gran tesoro que es descubrirse a sí mismo.
Creo que el miedo verdadero no es a la soledad en sí, sino el miedo es a encontrarnos con nosotros mismos. Con nuestros vacíos, con nuestras miserias, con nuestras pobrezas, por eso nos escapamos de la soledad, y al hacerlo nunca nos encontramos con nosotros mismo. Cuando les preguntó a mis alumnos quienes son tardan en contestar, y cuando les hago escribir sobre sus propias vidas, algo que debería ser fácil, fallan. No saben quienes son.
Te aseguro que entrar en la soledad es algo maravilloso para rehacer la vida. Ello implica que te alejes tumulto, del ruido, de los altavoces que irritan. Ten el atrevimiento de retirarte en algún momento de la vida. Busca encontrarte contigo mismo a través de una experiencia profunda de retiro, de recogimiento, de encuentro con los demás, que pasa, necesariamente, por encontrarte con Dios.
Y, ciertamente, el gran vacío de la existencia humana es la falta de experiencia viva de Dios. Y él hombre que  no lo encuentre no será feliz. Estamos hechos a imagen de Dios, para Dios, sólo podemos ser colmados por Dios. En efecto nuestra soledad es una nostalgia de Dios, el que no ha experimentado nunca la soledad no se ha encontrado todavía verdaderamente con Dios.
Estamos llamados a la comunión con Dios, que es donde la soledad alcanza su máxima fecundidad. Deja que entre Él en tu soledad. Pide al Espíritu Santo que te acompañe.
Sólo después de cuarentas días en el desierto Jesús está preparado para encontrarse con los demás y hacer el gran anuncio: El reino de Dios está cerca. Al encontrarse consigo mismo, Jesús está preparado para abrirse a los demás. A menudo nuestras relaciones con los demás fallan porque no nos hemos encontrado con nosotros mismos. Encontrarse con lo que realmente somos, nos permite darnos a los demás, permite que los demás nos conozcan mejor. Si Cristo no hubiera conocido nuestras soledades, nuestras incomprensiones, nuestros abandonos, nuestros rechazos, podríamos renegar contra él. Pero, en el camino de la soledad, Cristo nos precedió hasta el abismo, conociendo literalmente todas las formas de la soledad. Conoció la soledad de sus amigos, del pueblo, conoció la soledad en Getsemaní, hasta sintió la soledad de la cruz y grito fuerte: “Dios mio, Dios mio porque me haz abandonado”. Pero aun en esta soledad extrema, se puso en manos de Dios diciendo: “Padre en tus manos pongo mi espíritu”. Por eso solo Cristo puede comprender nuestra soledad.
Si hoy te sentís solo, vacío, con una soledad que te lastima. No busqués llenarla con cosas que no llenan, ni siquiera con personas. No busques ser amado para que otro llene tus soledades. No podemos cargar a los demás con esa responsabilidad. Solo aquel que sabe hacer de su soledad algo fecundo, sabe también amar de verdad.
Una vez un sacerdote le preguntó a un enfermo terminal si no se sentía solo, este lo miró y le dijo “No, cuando estoy solo somos dos”.
Recuerda que en está tarea no estas solo. Deja que el Espíritu santo te llene y te guie. Recuerda que Jesús prometió estar con nosotros hasta el final de los tiempos.

Andrés Obregón

Bibliografía:
·        http://www.mercaba.org/DicTF/TF_soledad.htm
·        Deja que Dios entre en tu soledad, Carta del Arzobispo de Valencia D. Carlos Osoro: http://caminosdeconversion.wordpress.com/2011/10/04/deja-que-dios-entre-en-tu-soledad/
·        http://fraynelson.com/biblioteca/valores/soledad_fecunda.htm


domingo, 19 de febrero de 2012

"Tus pecados te son Perdonados"


Mc 2, 1-12
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Jesús volvió a Cafarnaúm y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados". Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: "¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?". Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate, toma tu camilla y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo de hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados, dijo al paralítico: Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". Él se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".
Palabra del Señor.
Cuando apenas me puse a reflexionar sobre esta palabra me surgió una primera pregunta: ¿Por qué la multitud no abre paso al paralitico?  ¿Por qué no los deja entrar? Si todos estaban atentos a la enseñanza de Jesús, si todos estaban escuchando su palabra, ¿Por qué no se preocuparon por el enfermo que era traído en  una camilla? La respuesta es fácil cada uno está preocupado por si mismo, cada uno está metido en sus propios problemas, no piensan en los demás. Saben del poder de Jesús, saben de sus enseñanzas pero no son capaces de compartirlo con otros. Cuántas veces nos comportamos de la misma forma en nuestras comunidades, cuantas veces mezquinamos las cosas de Dios, somos incapaces de compartir la buena nueva.  Cuántas veces cuando se acerca alguien nuevo a la iglesia no los recibimos con los brazos abiertos, porque tenemos miedo de que nos quite nuestro lugar, de que cante mejor que nosotros, que ore o predique con más fuerza que nosotros.  ¿Somos una comunidad abierta o cerrada? ¿Una comunidad que espera con los brazos abiertos, o se siente temerosa de que nos saquen nuestro puesto que tanto nos costó conseguir?
Pero los cuatro hombres que llevan al Paralitico, no se detienen ante el primer obstáculo que se les presenta. Sin ellos no habría historia. Son capaces de todo, incluso de romper el techo para acercar al paralitico a Jesús. ¿Pero quién es ese paralitico? No sabemos ni siquiera su nombre. No pronuncia ni siquiera una palabra. Está paralizado. Es una parálisis física que también refleja su vida espiritual. En sentido espiritual la parálisis puede significar el pecado que impide levantarse y vivir como verdaderos cristianos. ¿No nos sentimos paralizados cada vez que pecamos? ¿No nos paraliza el pecado? El pecado nos aleja de Dios. Nos aísla de Dios, y también de nuestros hermanos. Vivimos en una cultura paralizada por el individualismo, por el egoísmo.  Y vos ¿Qué es lo que te paraliza? ¿Qué es lo que te detiene y te impide acercarte a Jesús?
En este siglo que vivimos muchas de las enfermedades física de la gente son producto de un malestar psicológico o espiritual. Cuanta gente se enferma porque no perdona, porque guarda rencor, envidia, ira y bronca.
Aun así los cuatro hombres no se detienen. Logran llegar a Jesús, logran acercar a ese hermano que sufre. Jesús se admira por su fe. Y cómo no admirarla, si han vencido tantos obstáculos para llegar ante el señor.  Son muchos, somos muchos los que se hubiesen vuelto a sus hogares resignados ante tantas trabas, ante la mínima dificultad. Cuantas personas se quejan de sus problemas, pero nunca, nunca hacen nada para acercarse a Jesús, nunca los vemos en las iglesias. Cuántos piden a otros oración pero nunca hacen nada por sí mismos.
La fe de los cuatro hombres contrasta con la poca fe de los fariseos. Lo cual sorprende porque los fariseos estaban escuchando las enseñanzas, estaban dentro de la casa, dentro de la comunidad. Ellos están con Jesús, pero en realidad están afuera. Esto nos dice que no basta con estar dentro de la iglesia, es importante, pero se necesita mucho más, se necesita acoger la palabra y ponerla en práctica.
Y ante esto, la primera palabra de Jesús es maravillosa. ¿Se acuerdan? ¿Qué le dice al paralítico? Le dice “Hijo”. Aquel que estaba excluido de la comunidad es acogido como Hijo. Jesús al perdonarle los pecados, le da a conocer su verdadera identidad, la identidad de Hijo de Dios. Cuántas veces no nos damos cuenta que somos hijos de Dios, y no vivimos como hijos.
Si hoy  te sentís paralizado por el pecado, alejado de la casa del padre, perdido sin rumbo, a vos también Jesús te llama Hijo. Somos hijos de Dios. Si somos hijos del Rey de Reyes, entonces somos príncipes. Debemos tenerlo siempre presente, en el día a día, y no rebajarnos por el pecado que nos hace comer comida de cerdos, que nos hace vivir en la basura, cuando en la casa del padre se está mejor.
En Cambio si hoy te sentís bien, si no te sentís como el paralítico, entonces la invitación es a que te conviertas en uno de esos cuatro hombres que ayudan acercar al paralitico hacia Jesús. Hay tantas personas que no saben que son hijos de dios, que están tirados al costado del camino. Tantos jóvenes que esperan que alguien los saque de su parálisis. Esto no es fácil porque también nos encontraremos con dificultades, con obstáculos, y también nosotros tendremos que romper tejados. ¿Qué obstáculos seremos capaces de vencer para encontrarnos con Jesús? ¿Qué obstáculos venceremos para que otros se encuentren con Jesús? ¿Qué obstáculos tenés que vencer para encontrarte a Jesús? No te quedés solo pide ayuda, ya vez que uno solo no hubiese podido entrar solo al paralítico, se necesitaron cuatro hombres. Así también nosotros necesitamos de nuestra comunidad, de nuestra iglesia.
 Y no te olvides que la fe de la comunidad es capaz de salvar a los demás, como sucedió con el paralítico. Seremos capaces de acoger a los necesitados, y que estos se levanten, tomen sus camillas y salgan glorificando a Dios.

Andrés Obregón 

domingo, 12 de febrero de 2012

El leproso que se acercó a Jesús...




"En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes limpiarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Lo quiero, queda limpio!”. Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, adonde acudían a Él de todas partes." Marcos 1, 40-45


Imaginemos a Jesús hablando, los apóstoles alrededor de él, la gente alrededor de Jesús. Imaginemos que también estamos ahí, escuchando lo más tranquilo las enseñanzas del maestro. Cuando de pronto se acerca gritando un leproso. Imaginemos al enfermo de lepra que traé la ropa descosida, la cabeza descubierta, viene cubriéndose la boca y  gritando: ‘¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!’. Así lo exigía la ley, nadie podía acercarse al leproso, y el leproso no podía acercarse a nadie. Por eso el leproso se encontraba marginado, ni siquiera podía asistir al templo para rendir culto a Dios. Era un despreciado por todos, y hasta se sentía despreciado por Dios.

Entonces imaginemos que se acerca ¿Qué harías? ¿Qué harían los apóstoles?  Yo me imagino que si el leproso daba un paso hacia adelante la gente se alejaba dos, porque si el leproso llegaba a tocarlos corrían el riesgo de enfermarse y de ser considerados impuros.

Pero el leproso va decidido: quiere acercarse a Dios. Al ver al leproso me imagino a cuantos tienen necesidad de Dios, y no pueden acercarse por impedimentos que muchas veces nosotros mismo les ponemos: porque los miramos mal porque no están bien vestidos, porque está juntado, porque se droga o drogó, porque es una mujer de mala vida, porque es un mujeriego. ¿Y vos a quién te imaginas? Quizás seas vos el que se siente como el leproso, necesitado de Dios, pero marginado por tu historia, o por tu pasado. Quizás no te sientas amado por nadie, quizás nunca nadie te demostró un poco de afecto, ni te dio aunque sea un abrazo, y hasta sentiste en carne propia que cuando te acercabas a alguien te daban vuelta la cara, te despreciaban, te marginaban: quizás por ser pobre o negro.

 Y el leproso lentamente y a pesar de todo se acerca, quiere encontrarse con Jesús. Imaginense el escandalo. Con mucha humildad de corazón se arrodilla frente a Jesús, un Jesús que no retrocede ningún instante, que conoce todas las prohibiciones de la ley. El leproso no exige, simplemente pide: : “Si tú quieres, puedes limpiarme”. El leproso se pone en manos de Jesús.

Y Jesús hace lo impensable, lo toca, si lo toca!!!! En ese instante me imagino los comentarios de la gente. Me imagino el temor de los apóstoles de quedar ellos también impuros. ¿En que pensás ahora? Yo pienso en toda esa gente a la que nunca me acerqué por miedo del que dirán, por miedo a que me vean como uno de ellos.

Conmovido, con compasión, extendió la mano y tocó lo intocable según la Ley. Le dijo, "quiero, queda limpio". Jesús niega con su gesto que Dios excluya de su favor al leproso. Jesús le proclama al mundo que Dios no margina a nadie, que Dios no hace distinciones.

Imaginemos ahora la alegría del leproso, y también la sorpresa. Nunca se habrá imaginado que Jesús se iba a animar a tocarlo. Qué sensación habrá sentido en su vida, cuando nadie se había atrevido a tocarlo. Y quizás vos también te sentís de esa manera, esperando aunque sea un abrazo, una caricia, una demostración de cariño, que te diga que vale la pena vivir la vida. Con este simple gesto el leproso descubre el amor de Dios, que es gratuito y se da a todos por iguales, a ricos y a pobres, a buenos y malos, para todos hay amor de Dios.

Ahora el leproso es libre, y a pesar del pedido de Jesús de guardar silencio, su alegría es incontenible. Cómo callar todos los sentimientos que siente dentro. Un corazón agradecido es difícil de callar. Y aquel que era marginado se convierte en anunciador de las buenas noticias, anunciador del amor de Dios. Cual es el mensaje para los apóstoles, para la gente que rodeaba a Jesús y para nosotros hoy: No es Dios el autor de la discriminación ni se puede marginar a nadie en su nombre.

El leproso también descubre el verdadero rostro de Dios, toda su vida pensó que Dios lo castigaba, que era Dios mismo el que lo despreciaba.

¿Y qué pasa con Jesús después de esta curación? Por rescatar al marginado, termina siendo él mismo marginado. Jesús se expone a la marginación, para salvar al marginado. Porque al final del capítulo vemos “que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios”. Jesús queda afuera, en la soledad como antes estaba el leproso.

Sin embargo la gente no lo abandona, se acerca a Jesús una multitud. Quizás también otros marginados. Ellos ya saben que para Dios no hay diferencias, que Dios quiere a todos por igual. La marginación que sufre Jesús les asegura que está con ellos.

Entonces si te sentías, marginado como el leproso, si sentías que nadie te amaba, que nadie te quería, si te sentías abandonado por Dios. Debes tener la certeza que así como Jesús lo hizo con el leproso también lo quiere hacer con vos. Él quiere sanarte, quiere curarte, quiere que sepas que para el vales mucho, y hasta es capaz de marginarse para salvarte de la marginación.

Lo único que tenés que hacer es acercarte a Jesús, con la humildad y la confianza con la que lo hizo el leproso. Jesús nos está esperando, te está esperando.-

Andrés Obregón

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