domingo, 25 de marzo de 2012

La gloria de Dios

Un joven está haciendo fila desde la madrugada. No es el único, la cola es larga, se extiende por varías cuadras. Están todos ansiosos, expectantes, cargan una mochila llena de ilusiones. Pronto se abrirán las puertas, y podrán hacer el casting. Deberán bailar, cantar, saltar. Harán lo que sea por salir en ese programa, incluso hasta mostrar su lado más intimo, sus sentimientos más profundos. Todos desean sus cinco minutos de fama, todos desean de alguna forma alcanzar la gloria.


Daiana no está en ese casting. Ella trabaja en una empresa, día y noche, a fulltime. Pero igual que los otros también desean alcanzar la fama, alcanzar el puesto más alto en la empresa, sin importar cuantas cabezas tenga que pisar, sin importar cual es el precio que tiene que pagar.

Había unos griegos que habían subido a Jerusalén para adorar a Dios durante la fiesta de Pascua. Éstos se acercaron a Felipe de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús". Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: "Padre, líbrame de esta hora"? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar". La multitud, que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel". Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Jn 12, 20-33

Hoy buscan a Jesús. Su fama se ha extendido por toda la región, hasta el punto de atraer a extranjeros, a griegos que desean verlo. Seguramente se han enterado de las curaciones que hacen, de los milagros que realiza, del pan que reparte. Buscan a un Jesús que hace cosas, que da cosas. No quiero juzgarlos, a lo mejor tienen buenas intenciones. Pero me hace preguntar: ¿Cómo buscamos a Jesús? Y también ¿Dónde lo buscamos? A menudo veo gente que va y viene de una iglesia a otra buscando el bienestar, buscando que se le soluciones todos los problemas, buscando progreso económico. Y lo más triste es que hay iglesias que solo prometen eso, que se quedan simplemente con eso. No digo que hay que estar mal, digo que no podemos buscar a Dios solo por eso. La otra pregunta que me surge es ¿Cómo mostramos a Jesús? ¿Cómo respondemos ante el clamor del mundo que nos está diciendo: Queremos ver al señor?

Y que responde Jesús, ¿Se encuentra con los griegos? ¿Los griegos encuentran a Jesús? No lo sabemos, la lectura no lo aclara. Sin embargo responde con algo que parece salido de contexto, que no encuadra con la búsqueda de los griegos. Aunque si uno reflexiona en profundidad, Jesús quiere guiar nuestra búsqueda, quiere mostrarnos en donde se verá su verdadera gloria, quiere mostrarnos que esos milagros que hizo no son nada con el verdadero milagro que está por hacer.

En tres oportunidades anteriores Jesús aclara que todavía no había llegado su hora. Pero hoy, tan cerca de la pascua, Jesús aclama a los que lo escuchan que su hora ha llegado. Es la hora en que será glorificado.

¿Pero que es la gloria? Hagan el intento pregunten en la calle, en el trabajo, a sus amigos, que es para ellos alcanzar la gloria. Muy pocos coincidieran con Jesús en qué es alcanzar la gloria.

Como si Jesús supiera que no íbamos a entenderle, lo aclara con un ejemplo. “Si el grano de trigo no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.” No se trata de morir, sino de dar la vida. Parecen dos cosas iguales pero son muy distintas, se trata de dar la vida al servicio, de gastar la vida por los demás.

Jesús no busca su propia gloria, es más niega su propia gloria. Se pone en manos de Dios y se deja utilizar por Dios para que se cumpla su voluntad, tendrá que desaparecer de la vista de todos como el grano de trigo que queda cubierto por la tierra. Sabe que se aproxima la hora de la entrega, por eso se encuentra turbado. En esta escena, se manifiesta la auténtica humanidad de Jesús. Nos está diciendo, que ni siquiera para Jesús fue fácil lo que está proponiendo.

Entregar la vida por los demás no es tarea fácil, hacer el bien no fácil, cumplir con la voluntad de Dios no es fácil. Y no se trata de estar feliz o triste, Jesús no dice que los que son felices perderán la vida ni que los tristes la guardarán. Jesús dice que hay que entregar la vida.

Jesús nos quiere mostrar que el la cruz se verá su verdadera gloria. La cruz es el lugar en donde Jesús mejor se revela a sí mismo, donde Jesús mejor manifiesta el amor de Dios, donde Jesús llega a la plenitud de sí mismo. ¿Quién se atrevería a buscar a Dios en la cruz? ¿Quién se atreve a buscar a Dios en la entrega de la vida, en el servicio a los demás? ¿Quién se atreve a buscar a Dios, en esos lugares que parece imposible que Dios este: como en las cárceles, en las calles, entre los hambrientos, en las villas de emergencias? Ahí también está Dios con toda su gloria, ahí también nos espera Dios.

Muchos se pasan la vida buscando a Dios y no lo encuentran. Porque lo buscan en lugares equivocados, porque en su vida no hay entrega, no hay servicio, no hay amor al prójimo, sino solo amor a si mismos.

No podemos decirnos discípulos de Jesús pensando que todo en nuestra vida será color rosa, que solo tendremos lo mejor, que no nos pasará nada malo, que no se nos pedirá el menor esfuerzo. Si pensamos así, es porque estamos buscando al cristo equivocado. Para iluminar, la vela tiene que arder y consumirse. Para vivir, debemos entregar nuestra vida y gastar nuestras manos al servicio de los demás. Habrá momentos de alegría, pero también de turbaciones.

La gloria que ofrece el mundo, no es la gloria de la que nos habla Jesús. No alcanzaremos la gloria en un programa de tele, ni escalando en una empresa o ganando millones. Esa no es la gloria verdadera: Por eso cuando te pregunten que es la gloria, demostrá con tus acciones que alcanzar la gloria es dar la vida al servicio de los demás.

Todos nos tenemos que sentir, no solo llamados, sino empujados hacia la misma meta. Sólo cuando Jesús sea levantado en alto, atraerá a todos hacia él.

Andrés Nicolás Obregón

jueves, 22 de marzo de 2012

Pedir Justicia...

Sabía que ese día se levantaría como todos los días temprano. Sabía que se lavaría la cara y afeitaría. Sabía que desayunaría en silencio. Sabía que le daría un beso a su esposa que todavía dormía. Sabía que saldría apurado. Sabía que habría mucho transito. Sabía que subiría al tren empujando a todos para poder entrar. Sabía que viajaría apretado porque todos los días eran iguales.



Lo que no sabía era que nunca más se levantaría temprano, ni se afeitaría, ni desayunaría. No sabía que no vería más a su esposa, ni podría decirle ese “Te quiero” que nunca le dijo. Porque tampoco sabía que ese día lo encontraría la muerte en el vagón de un tren.

Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi adversario!" Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme."» Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» Lucas 18, 1-8

Aunque esta lectura habla de la oración. También nos habla de la insistencia. La insistencia de esta viuda que no deja en paz al juez hasta que a este no le queda más remedio que hacer justicia. Hoy quiero hablarte de la insistencia para que los crímenes no queden impunes, para que podamos construir un mundo más humano. Para que podamos hacer que venga un poquito cada día a nosotros el Reino de Dios.

¡Qué difícil es ser cristiano! Porque al cristiano se le exige perdonar. El cristiano tiene que perdonar a todos. Pero otra cosa es aprobar los errores y otra aún no trabajar para evitar que estas cosas sucedan.

Nuestra primera tarea como cristianos es Amar al Prójimo. Si soy indiferente ante los problemas sociales que afectan a nuestros hermanos, entonces no estoy amando. Si no hago nada para que las cosas cambien, no estoy amando. Si callo ante las injusticias, no estoy amando.

Nuestra segunda tarea como cristianos es Amar la verdad. La verdad debe brillar en nuestras vidas y en nuestras sociedades. Debemos buscar la verdad. Por eso no debemos permitir la impunidad, por eso no debemos permitir el silencio que busca que los días pasen y todo queda en el olvido, que busca que todo quede en la nada.

Dios no aprueba el pecado, no aprueba al que roba y se queda con la plata del pueblo, no ve con buenos ojos al que lucra con la vida de la gente. Dios ama al pecador que se arrepiente, pero tiene que haber arrepentimiento.

No debemos cansarnos de pedir justicia. La justicia llega nos demuestra la parábola, la justicia llega nos demuestra nuestra historia, pero para que la justicia llegue debemos como pueblo estar unidos, para que la justicia llegue debemos trabajar juntos, para que la justicia llegue debemos ser insistentes porque en nuestro país hay muchos jueces como el de la lectura.

No debemos cansarnos de exigir que se haga justicia, por los que ya no estan y no tienen voz, por los que nunca llegaran a sus casas, por los que desaparecieron y todavía hoy en democracia sigen desapareciendo.

Por último en nuestro pedido de justicia no debe faltar Dios. Porque sin Dios, la justicia se llena de rencor, resentimiento y hasta odio. Y Dios hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche.

Andrés Nicolás Obregón

domingo, 18 de marzo de 2012

¿Con culpa o agradecidos?

Un joven va caminando distraído, concentrado en sus propios problemas, metido en su propio mundo. Llega a la esquina y cruza sin mirar la calle. De pronto ve un auto que viene hacia él a toda velocidad. El miedo lo paraliza, no puede moverse ni gritar. Pero antes que lo atropelle el auto siente un empujón, un sacudón violento que lo tira lejos. Cuando puede reaccionar, se da cuenta que solo ha recibido un pequeño golpe, no tiene ni una herida. Sin embargo ve sangre en la calle. La gente está enloquecida, todos corren, todos gritan. Algo ha pasado. El conductor del auto no sabe qué hacer. Se encuentra inmóvil. Debajo de sus ruedas yace una persona. Lo salvó, dice la gente. Se tiró y lo empujo pero recibió el golpe del auto, dicen otros. El joven no puede entender la situación, no puede entender cómo no lo chocó el vehículo, cómo no está ahí muerto en el asfalto.


Dijo Jesús: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios. Jn 3, 14-21


¿Cuál sería nuestra actitud si alguien salva nuestra vida como en esa historia? ¿Cómo reaccionaríamos ante semejante acto de valentía? ¿Nuestra vida seguiría siendo la misma después de ese hecho? En esa historia que les acabo de contar no solo se le salva la vida al peatón, sino que la persona que lo salva pierde a cambio su vida. Creo que la actitud del peatón no puede ser la tristeza, no puede ir lamentándose por la vida que por culpa de él la otra persona murió. Puede ser que haya llanto y dolor al principio, pero luego su actitud debe ser de alegría, de dicha, tiene que ir por la vida agradecido por la nueva oportunidad que se le dio. ¿No estaríamos todos contentos si alguien nos salva la vida? ¿No estaríamos enteramente agradecidos porque fuimos salvados?

¿Y no tendría que ser está nuestra actitud ante un Dios que da a su hijo único para salvarnos?

¿No deberíamos estar enteramente agradecidos por el regalo y la nueva oportunidad que se nos da? Hay gente que habla de Jesús, y solo enseña a que nos sintamos culpables, enseña que debemos estar tristes y acongojados, sintiendo que nunca podremos pagar el precio por el que fuimos salvados… Pero ¿es así como a Jesús le gustaría ser recordado? ¿Jesús muere en la cruz para que cuando veamos otras cruces nos sintamos culpables? La lectura de hoy nos habla del amor de Dios, Jesús entrega su vida por amor, y en el amor no debe haber lugar para la culpa, sino para el agradecimiento.

Hay gente que dice que cada vez que pecamos herimos a Jesús, que cada vez que pecamos Jesús revive su pasión. Nada más equivocado que esto, sino deberíamos imaginarnos a un Dios que vive sufriendo. Entonces ¿Por qué no debemos pecar? Es difícil de entender pero les pongo un ejemplo: Un hombre está casado, ya no siente nada por su esposa, pero piensa no voy a serle infiel porque después me voy a sentir culpable, porque se puede enterar. En cambio si una persona está enamorada, ni se le pasa por la cabeza serle infiel a su amado. Es decir, que si estuviéramos enteramente enamorados de Cristo, si fuera amor lo que sintiéramos en nuestro corazones no pecaríamos para no sentirnos culpables, sino que no pecaríamos porque ni se nos cruzaría por la cabeza ese pensamiento.

Por otro lado, sepamos también que no podemos pagar el precio por el cual se nos rescata de la muerte, nada de lo que hagamos puede hacerlo. Pero no por eso vamos a estar tristes. ¿Vieron alguna vez a una persona agradecida? ¿Vieron alguna vez a una persona enamorada? Esa tiene que ser mi actitud cada vez que recuerde a Jesús que entrega su vida en la cruz. Él da su vida para devolvernos a la vida, una vida plena, en la que habrá tristezas, pero nuestro corazón estará por siempre agradecido.

Y el agradecimiento debe movernos cada día más hacia la luz. Debemos ser hijos de la luz. Pero así como le tenemos miedo a la oscuridad, al mal absoluto, le tenemos miedo a la luz, al bien verdadero porque la luz deja al descubierto todos nuestros defectos, todos nuestros errores. Por eso vivimos en la mediocridad de las sombras, en la tibieza del no estar ni tan de un lado ni tan del otro.

Al acercarnos a la luz verdadera, que es Cristo, seguro que se notarán nuestras miserias y pecados, es seguro que quedaremos expuestos ante todos, y ante nosotros mismos. Pero debemos estar seguros que en algún momento cuando nos acerquemos cada vez más la luz irá purificando todo, hasta quedar limpios.

No podemos devolverle el favor a Dios, es imposible y Dios tampoco quiere eso. Dios quiere que sigamos el ejemplo de su Hijo, y también nosotros demos la vida por otros. En las pequeñas cosas, en los pequeños actos de cada día. Cada mañana debo preguntarme: ¿Cómo voy a dar mi vida hoy a los demás? Debemos saber que una sonrisa puede dar vida, un llamado a alguien que está mal puede dar vida, una visita a ese abuelo que tengo olvidado puede dar vida, el darle el asiento a alguien en el colectivo puede dar vida, el decir gracias y por favor da vida, el lavar los platos sin que me lo pida, da vida. El decir te amo, da mucha vida. El pedir perdón y perdonar, nos colma de vida. Decimos que “perdonar” es difícil. ¿No sería mejor decir que lo que nos cuesta es “amar de verdad”? Perdonar es difícil para el que no ama. Perdonar es normal y fácil para el que ama.

Ya no podemos ir por la vida como culpables, sino como agradecidos. Recordando siempre: “Dios no envió a su Hijo a juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve.”

Andrés Obregón

lunes, 12 de marzo de 2012

¿Jesús Enojado?

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio". Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: "El celo por tu Casa me consume". Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?". Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: Él sabía lo que hay en el interior del hombre. Jn 2, 13-25

La lectura de hoy me costó mucho reflexionar, porque no me gustaba mucho esa imagen de Jesús enojado, esa imagen de Jesús que hace un látigo y hecha a del templo a ovejas y bueyes, ese Jesús que tira todo. Es una escena a la que no estamos acostumbrados. Se contrapone a la imagen del Jesús manso y humilde. Me costó mucho entenderla, y su vez tuve que leer mucho.


Cuando leo algo me gusta hacerme preguntas, es la mejor forma de entenderlo. Por eso hoy traigo muchas preguntas: La primera que me hago es que significa para nosotros ser mansos, a lo mejor tenemos una imagen equivocada de lo que es ser manso, por eso cuando vemos a un Jesús enojado nos sentimos incomodos.

La mansedumbre y la humildad no están separadas del celo y la verdad. La mansedumbre y la humildad no significan pasividad y dejar que las cosas sigan igual. La mansedumbre y la humildad no significan silencio ante lo que está mal y es preciso cambiar. Jesús no puede soportar ver la casa de Dios: Convertida en un mercado. Convertida en un negocio. Convertida en venta y compraventa. Convertida en ganancia y dinero.

Ser bueno no significa ser indiferente a todo. Ser bueno no significa ser pasivo. Ser bueno no significa cerrar los ojos a lo que está mal. Ser bueno no significa callar cuando hay que hablar. Ser bueno no significa dejar que las cosas que están mal sigan igual. Ser bueno no significa guardar silencio cuando el templo ha perdido su sentido. Ser bueno no significa no enojarse, sino que hago con ese enojo, si es un enojo destructivo o hago del enojo algo constructivo.

La otra pregunta que me surgía es que significa en esta lectura el templo. ¿Qué es el Templo? ¿Qué significado tiene? ¿Qué debería aportar a los seres humanos y qué está aportando? El templo estaba convertido en un verdadero negocio, había perdido su sentido original. ¿Será hoy la Iglesia “casa del Padre?” ¿Será hoy la Iglesia “casa de oración?” ¿Será hoy la Iglesia “signo del Reino?” ¿Será hoy la Iglesia “sacramento del Crucificado-resucitado?” ¿Será hoy la Iglesia “sacramento de servicio a los hombres?” La pregunta que hoy todos tendremos que hacernos tiene que ser: ¿Qué cosas en la Iglesia no responden a las exigencias del Evangelio? ¿Qué cosas en la Iglesia no responden a lo que Dios espera de ella? ¿Qué cosas en la Iglesia tendrán que cambiar para ser la Iglesia de Jesús? ¿Qué cosas en la Iglesia son más obra de los hombres que obras del Espíritu? También nosotros como Iglesia debemos hacer nuestra propia autocrítica, porque sin ese juicio de discernimiento corremos el peligro de no ver nuestra realidad. No se trata de caer en una actitud de crítica amarga, sino una crítica que nazca del Espíritu. No para manchar y desacreditar a la Iglesia sino para purificarla y hacerla brillar cada vez más con la verdad del Evangelio.

También Jesús le da a la palabra templo un sentido más amplio. Jesús habla de su cuerpo como un templo, porque eso es lo que el cuerpo es, el templo del espíritu de Dios. Si nosotros pudiéramos estar más concientes de nuestro espíritu, entonces podríamos ser inspirados a entender que debemos ser celosos de ese templo en el cual vive el espíritu. Es posible que también dentro de nuestros corazones, templos del Espíritu Santo, haya demasiados bueyes y ovejas y demasiadas mesas de cambio. ¿No necesitaremos todos que Jesús comience a limpiar muchas cosas en nuestros corazones?

Si nuestro cuerpo es templo del espíritu santo también lo es el cuerpo de los demás, de nuestros amigos y enemigos. Es templo del espíritu santo el cuerpo de los pobres y oprimidos, de los alcohólicos y drogadictos, de las prostitutas y de los travestis. ¿Cómo ayudamos nosotros para que esos templos estén cada día mejor? A veces no puedo creer que haya gene que gaste más en sus mascotas que en donaciones a entidades de ayuda comunitaria, que gaste más en comprar tecnologías o en ropa y den muchas vueltas cuando le piden una moneda. Cómo es posible que gastemos más en adornar edificios y no ayudar a los que menos tienen. Cómo es posible que haya gente que tenga tanto dinero, millones y otros tan pocos. Cómo es posible que aquellos que dicen servir a la gente vivan en palacios y otros ni siquiera tengan para comer. Ojo, no digo que no gastemos en nuestras mascotas, o en tecnología o en ropa, lo que digo es que sea más equitativo.

Por último, una pregunta más profunda: ¿qué es la religión? ¿Quién es Dios? ¿Cómo nos relacionamos con él? El mercado del Templo significa convertir lo más sagrado en un negocio como cualquier otro, subrayar que Dios es un negociante como lo son todos, como lo somos todos, que te hará más o menos caso según lo que estés dispuesto a pagarle. En el fondo, es convertir a Dios en un ídolo cualquiera. Muchas veces pensamos que a Dios hay que darle para que nos dé. Cuando en realidad Dios ya nos dio todo, y debemos obrar con la gratitud de aquel que lo ha recibido todo.

Sólo cuando hayamos alcanzados todo esto, seremos capaces de como Jesús resucitar al tercer día.


Bibliografía:

http://maristasboys78.blogspot.com/

http://caminomisionero.blogspot.com/2012/03/iii-domingo-de-cuaresma-jn-213-25-ciclo_1885.html

http://www.bibliayvida.com/2012/03/nos-estamos-equivocando-juan-213-25/

domingo, 4 de marzo de 2012

Reflejar a Cristo...

EVANGELIO
Mc 9, 2-10
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Éste es mi Hijo muy querido, escúchenlo". De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos".
Palabra del Señor.

A medida que pasan los días Jesús se acerca lenta e inevitablemente a su destino de cruz. A medida que pasan los días, les empieza a anunciar a los apóstoles el trágico final por el que tendrá que pasar. Sin embargo Jesús invita a tres de sus discípulos a vivir un momento de intimidad, un momento de plena comunión. Los lleva a un monte elevado.
¿Y que pasa en ese lugar? Jesús muestra su verdadera naturaleza, deja transparentar en sí su divinidad. Sus vestiduras se vuelven más brillantes que el sol. Y a sus costados aparece Elías y Moises, el profeta y la ley. Dos figuras de gran importancia en el antiguo testamento. Los podemos imaginar conversando. Ellos están ahí, en ese momento para mostrar que Jesús no es uno más. Sino que es el Hijo muy querido, al cual hay que escucharlo.
Hoy nos encontramos una lectura llena de imágenes y simbolismo. Pero me voy a detener sobre una idea simple: “Jesús deja transparentar su verdadera imagen, la imagen de Hijo”.
Nos podríamos preguntar qué veían los apóstoles cada vez que miraban a su maestro. Ellos no podía ver más allá de lo humano, por eso se pelean por quien se queda con el primer puesto, se imaginan que Jesús viene a ser un rey como lo fue David, ven en Jesús a alguien que los puede librar de la opresión de Roma. No son capaces de ver lo que Jesús guarda en su interior, y que en muchas oportunidades quiso mostrarles.
Quiero detenerme en la idea de que frecuentemente nos quedamos con lo exterior, nos quedamos con lo que vemos. Juzgamos a la gente por lo externo, y no nos atrevemos a mirar al corazón, al interior de cada persona. ¡Qué superficiales que somos a veces!
Pero que alegría cuando nos atrevemos a ver el interior de quienes nos rodean, también los discípulos comenzaron a revivir, a llenarse de asombro y de alegría, al ver la imagen transfigurada de Jesús. Por eso Pedro dice casi sin pensarlo: “Maestro, qué bien se está aquí. Hagamos tres tiendas. Una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Hasta ahora lo conocían a través de la superficie de su humanidad. Aquella mañana comenzaron a verlo desde dentro, desde su divinidad escondida.
Quiero dividir esta idea en dos preguntas claves que les hago: ¿Somos capaces de ver en nuestros hermanos su interior? Y  la otra pregunta ¿Dejamos transparentar lo que verdaderamente somos?
Empecemos a tratar de contestar la primera pregunta: ¿Somos capaces de ver en nuestros hermanos su interior? ¿Somos capaces de ponernos debajo de su piel, de ponernos en sus zapatos? Yo creo que nos resulta muy difícil, por lo menos en lo personal, porque tenemos que descentrarnos, tenemos que salir de nuestro propio yo para ir al tu, y llegar al nosotros. Se trata de salir de nuestro individualismo y salir al encuentro del otro, de conocer su historia, sus dramas, sus sentimientos. Cuando vemos qué hay detrás de cada persona, empezamos a comprenderla mejor, empezamos a preguntarnos qué haría yo en ese caso, cuál sería mi reacción ante ese mismo contexto, ante esa realidad que el otro vive. Ver en el corazón de las personas es una capacidad propia de Dios, porque el hombre solo ve las apariencias, por eso debemos pedir este don a Dios, solo él nos puede ayudar a atravesar los muros del otro y meternos en su intimidad.
Por otro lado, hay mucha gente que ha puesto muros en su vida, que se ha revestido de una coraza impresionante porque fue lastimada mucho, porque le traicionaron la confianza infinidades de veces, porque se ha endurecido y no puede bajar la guardia. En este caso también debemos orar por ellos, para que Dios les permita abrirse a los demás. Y si este es nuestro caso, si somos nosotros los que hemos levantado muros que nadie puede pasar, pidamos a Dios que nos llene de sus Espíritu y que nos renueve cada día.
La otra pregunta que les hice y me hice es ¿Dejamos transparentar lo que verdaderamente somos? Quizás algunos dirán o pensarán cómo voy a dejar trasparentar lo que verdaderamente soy, si como persona soy un desastre, una basura. Como voy a dejar transparentar mi interior, si guardo en mi corazón sentimientos de rencor y odio, si soy una persona resentida, si no puedo perdonar todas las ofensas que me han hecho. Como voy a mostrar lo que soy, si no soy nada si en mi interior solo hay vacío. Pensamos entonces que es mejor esconder toda esa mugre como se esconde el polvo debajo de una alfombra. A veces hasta escondemos nuestros sentimientos, porque tenemos miedo de perder a la persona que amamos, porque tenemos miedo que se dé cuenta de quien es verdaderamente la persona que está a su lado. ¿Pero ese odio, ese rencor, ese resentimiento, es vacío es lo que verdaderamente somos? No, no somos eso. Eso es quizás lo que hicimos de nuestra vida. Jesús en la lectura de hoy nos muestra lo que verdaderamente somos: Hijos de Dios. Dios no hace basura, no somos basura, no sos basura. Somos Hijos, esa es nuestra verdadera identidad. Debemos reconocer y darnos cuenta de esto, como hizo el hijo prodigo y marchar a la casa del Padre, ahí se nos quitará la ropa sucia por el pecado y nos darán nuevas vestiduras, resplandecientes como las de Jesús en la transfiguración.
Quiero cerrar con unas palabras del padre Clemente Sobrado que me inspiró en esta reflexión: “Nos miramos y nos vemos cada mañana en el espejo. Pero el espejo no nos muestra nuestra verdad interior. No nos muestra nuestro corazón ni nuestra alma. Es preciso aprender a mirar y ver no lo que llevamos de cáscara sino lo que vive dentro, late dentro, ama dentro. Es preciso aprender a mirar al mundo y descubrir a Dios. Es preciso mirar al hombre y descubrir en él al prójimo, al hermano.” Solo entonces podremos exclamar: Que bien se está aquí, Señor!!

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